Llevo la mirada atrás, a cuando tenía 45 años, y veo mi proceso personal. Releo una agenda que rescaté recientemente de entre mis cajas de recuerdos. Me trae una vivencia intensa el hecho de ver los propósitos escritos: lo que quiero mejorar, ideas para mi vida, intenciones que por entonces sentía como vías de crecimiento. Me gusta ver como he seguido mi naturaleza intuitiva que ha ido tomando las invitaciones y las respuestas a todo aquello que he sentido correcto para mí.
Rescato algunas anotaciones. Escribo un propósito: “visualizo frecuentemente lo que deseo para mi con detalle y con la confianza puesta en que la vida es sobre abundante”. Uno de mis deseos era avivar mi terapeuta, por entonces en proceso de formación. También avanzar en una forma de vida más comprometida conmigo y menos conectada con la matrix. Ahora puedo ver el camino y reconocer que el poder no ha dejado de fluir incesantemente hacia mí. La vida me acompaña.
La vida está hecha de fe, de magia, de espera, y lo que más me ha servido es potenciar la conciencia y deshacerme de cualquier auto reflejo, no quedarme fijado en mi importancia personal, al mismo tiempo que me enfoco en mis dones y concentro toda la atención en mi energía como lo más genuino. No es fácil desprenderse del inventario de la razón y del auto reflejo.
Este proceso de desarrollo me ha llevado misteriosamente a entender el chamanismo como la mejor vía de crecimiento espiritual, y a la naturaleza como una aliada imprescindible. Reconozco que, si miro al niño que fui, en el pueblo en el que me crie, puedo ver perfectamente mi amor a la vida, a la magia, a la energía creadora y a la naturaleza. La vida me devuelve al lugar genuino al que me lanzó. Soy fuerza de vida transmutando en mis células hacia la conciencia. Lo tomo.
Verdaderamente estamos hechos de una naturaleza mágica. La ecología de nuestro ser es lúcida, chamánica, amorosa, guerrera. Despertar mi chamán ha supuesto entender que estoy en manos del poder, que mi pequeño yo solo tiene que rendirse al potencial increíble de la vida y responder a ella con entrega creativa. Experimentar los viajes psicodélicos me han empujado en esta visión porque me han desvelado esta misma naturaleza intrínseca, sin el engaño del ego.
En esa misma agenda detallo algunas de mis experiencias vividas en estado de conciencia expandida con la ayuda de la psilocibina. Fueron mis primeras tomas acompañadas de mi compañera Susi a la que agradezco su iniciación. Releo y conecto con la profundidad que alcanza mi comprensión. Veo la coraza de mi corazón; comprendo la relación que existe entre vivir y manifestar el amor; veo el papel existencial de mis padres y mis hermanos para mi; entiendo como todo evoluciona en una delicada danza entre el orden y el caos; experimento una visión muy consoladora de la muerte de mi madre y del papel sacrificial de mi padre; comprendo como mi poder personal se apoya en mi corazón y mi palabra; me doy cuenta de lo sanadora que es para mi la risa y la importancia de acariciar mi pecho; y entiendo lo importante que es centrar la atención en la luz que trae cada persona…
Me doy cuenta de varias cosas en este camino. He tenido que acercarme a mis heridas esenciales y recapitular mi pasado para despertar mi poder. Solo despertando la vida del corazón, puedo soltar el atrapamiento que genera la vida del tonal. Y también comprendo como la apertura de la comprensión y la intuición que experimento, me acercan a las posibilidades de sanar mi mirada, mi vida emocional y de abrirme a una actitud de abandono y confianza en la vida. Sanar la sombra pone a mi disposición todas las cualidades espirituales.
Despertar mi guerrero – brujo pasa por armonizar mi energía con la naturaleza y entregarme a la intuición. Acechar mis patrones, limpiar y purificar mi propósito, me han traído un hombre nuevo. Ahora: invoco a menudo; creo mi diálogo chamánico interno con mi presencia yo soy; confío en el sonido de mi tambor; tengo más presentes a mis ancestros y guías; escucho la vida sin juicio; me entrego con facilidad al no-hacer; amo el silencio; me adentro en la entrega al amor con rendición y confianza; escucho el campo unificado a través del péndulo; indago en los sueños; respeto mi energía; entreno el acecho; deseo los viajes extáticos; escucho el impulso de mi intuición, etc.
Despertar mi poder interno es un propósito de vida que me completa.
Si te gusta lo que lees, infórmate sobre el taller de “El arte del acecho, las 5 heridas sagradas”
Del 24 de Febrero a partir de las 20h (llegada), al martes 28 de Febrero a las 14h.
La primera vez que acudía a una terapia, allá por el año 2004 en Sevilla, las dos mujeres que me atendieron a través de una sesión sistémica, me desvelaron con claridad la temática: no había recibido la energía masculina, debía recomponerla dentro. Al poco tiempo, un poderoso sueño me hizo ver con claridad el rol que había tomado en el triángulo de papá y mamá, y lo que eso conllevaba. Viví rechazando al padre.
Mi masculino venía con sus carencias y también con sus propias cualidades: apertura sensible, capacidad de entrega, sensibilidad emocional, devoción a la intimidad con lo femenino, etc. Esto me ha resultado un puente favorable para conectar con lo femenino, aunque de manera incompleta, con un masculino no empoderado. Las relaciones intimas me desvelarían en asunto.
Como hombre, a la hora de empoderar este aspecto de mi identidad, me ha costado encontrar referencias. Hoy no es fácil construir el masculino que mezcla la energía serena, la fuerza y la determinación interna con la apertura sensible y amorosa. Además, no nos hemos permitido comunicarnos la emoción entre nosotros. Ahora sí, siento que estoy asistiendo a un tiempo muy bonito de transformación junto con otros hombres que también buscan lo mismo.
En estos años, mi relación con la mujer ha determinado mi despertar. Ella me ha colocado frente a mis sombras y me ha permitido desvelar cómo es el masculino que quiero habitar. Todo mediante un proceso instintivo cuya trama es el día a día. Sin duda, me han puesto delante de todas mis dificultades. He contactado con mis miedos, percibido la culpa, manejado mi rabia, desvelado los celos, entrenado los límites emocionales, etc. Me he tenido que enfrentar a muchas situaciones tensas para ser testigo de mi reactividad, aprender a elegir mi entrega sin sentirme deudor y no temer a la separación y el abandono del amor.
Considero que mirar bien adentro a los miedos es imprescindible para mi evolución y me ha resultado muy difícil. Para manejar mis emociones y mi sexualidad, venía con un programa inadaptado. Se me despierta mucho un sentimiento de inadecuación. “Lo he hecho mal; no sé atenderte; mis opciones te separan de mi”, etc. Esto era la fuente de incomodidad. Entender y atender el miedo está siendo un camino de guerrero. En mi caso, el miedo a la separación, a que me sea retirado el amor de manera culposa.
El otro apartado contundente ha sido mi comprensión sobre el dolor y como este despierta en mí las defensas más contundentes y una rabia exigente. Cuando siento dolor, exijo que me rescaten, que se hagan cargo. No he tomado mi rabia para respetarme y poner límites auténticos y con amor. Al revés, he tomado la rabia para defenderme a través de la fuerza, activando la soberbia y entrando en infructuosas disputas.
El miedo está anclado en el cuerpo físico y me resulta muy muy incómodo. Si dejo que la rabia se convierta en ira, voy a distorsionar el vínculo emocional que amo y a dañar la única fuente de alivio auténtica: la escucha compasiva, la dulzura, el amor generoso y respetuoso.
Actualmente, mi viaje de amor lo vivo en mi relación de pareja. Con esta relación exclusiva, me abro valientemente a todos mis demonios internos. Me adentro en la sanación del amor incondicional. He tenido que habilitar mi escucha sensible, aceptar que estos escenarios son una poderosa escuela y que lo fácil es huir. También he ido aprendiendo a respetarme en lo que siento, sin cargar con todas esas secuelas de culpa o inadecuación que me atormentan.
Mostrarme vulnerable y aceptar que, a veces, estoy atrapado en la impotencia, está despertando mi masculino sensible auténtico. Reconocer que necesito amor y que tengo que aprender a pedirlo o a retirarme un tiempo cuando entro en dolor, me sana. Aprender a hacer las cosas con miedo y a cabalgar los estados de rabia, me están trayendo a un hombre que me gusta. Me muestra una masculinidad coherente que está más disponible para el amor incondicional a mí mismo y a las personas a las que elijo entregarme. Cuando mi pareja camina en esta misma sintonía, es posible hacerlo.
Mi sensibilidad contiene un enorme campo energético, pero como hombre no fui invitado a habitarla, a hablar de ella. Me entreno. Cuando me quedo, puedo entrar en el miedo y liberar energías secuestradas. Solo si doy espacio total al miedo, se desvanece. Si peleo contra él, permanece y me hago más temeroso, más defensivo. No suelto la pareja, acepto el reto de mi despertar a través del amor.
El psiquismo femenino y masculino son distintos y complementarios. He necesitado entenderlo y diferenciarlo. Pero ambos se encuentran y contrastan para ir más lejos. Bien enfocados en un campo de conciencia adecuado, permiten sanar, sublimar y despertar.
Entiendo ahora mejor lo específico de mi masculino. Como yo traigo la energía de la acción; necesito moverme entre la materialización de propósitos en el mundo, el penetrar la vida con mi creatividad y el viaje de la intimidad del corazón con lo femenino. Me gusta ser concreto. Abro un proceso y también lo cierro. Quiero saber cuánta energía está implicada en una acción. Tengo mi propio entendimiento y determinación. Aprendo a elegir los tiempos en los que estoy disponible. También a avalar mi sentir frente a cualquier dificultad amorosa o disenso. Reconozco el valor de mi entrega y de mi amor, que están hechos de presencia, incondicionalidad, confianza y mucha apertura a la comunicación sensible.
También sé definir lo que necesito del amor de las otras personas y de mi pareja, y lo expreso con naturalidad y sin exigencia, cuando entiendo que puedo ser cuidado y amado mejor. Nadie tiene que rescatarme ya de mis estados. Me completo cuando me nombre esto.
Acepto, en definitiva, la forma en que yo doy amor, y al mismo tiempo, crezco permanentemente en mi capacidad de amar incondicionalmente.
En este maravilloso viaje de sanación a través de la entrega de lo femenino a mí, he podido experimentar el poder sanador del amor. La herida que emerge en el vínculo no es sino mi sombra en forma de niño frustrado y caprichoso. Lo reconozco, es un niño exigente que se frustra mal, que pide ser atendido y se enrabieta. Esta parte de mí no soporta el dolor, se siente fácilmente culpable y entra en la víctima. Ser amado incondicionalmente aquí, ha sido un lugar milagroso. Siento profunda gratitud.
En este camino también he podido empatizar con la herida femenina. Desde mi punto de vista, el femenino probablemente tenga que vérselas con un sentimiento atávico de desconfianza hacia lo masculino. Nace de una incertidumbre sobre si el hombre permanece, es leal a su sentimiento, está disponible para la entrega y para abrir el corazón, o de nuevo va a ser fuente de abandono, traición y soledad. Lo femenino convoca al amor y a la intimidad profunda, y necesita ver que el hombre está disponible para ese viaje sensible.
Esta herida, cuando se manifiesta egoicamente, lo hace en forma de energía de reproche, recriminación y exigencia. Así lo percibo desde mi experiencia. Se abre una cuestión de confianza hacia la voluntad amorosa y la entrega del hombre. En su fase más primaria está muy vinculada a la energía sexual y los celos. Pero es más amplia.
Comprender mi dolor, en sus causas externas e internas, me habilita para ir abandonando el hombre viejo que se aleja de su propia sensibilidad cuando tiene que enfrentar estos escenarios. Si, he tenido que aprender a mirar mi dolor y a pedir que sea escuchado. Creo que lo he guardado mucho. Ha sido importante para mí aprender a respetarlo y a darle su sitio en el amor. ¡Es bellísimo entender que el hombre y la mujer nos convocamos espiritualmente para sanar estos lugares de hondo dolor y miedo!
Mi hombre nuevo va amaneciendo para relacionarse con lo femenino / mi femenino, en un lugar transformador. Sigo descubriendo las nuevas arquitecturas de mi corazón de hombre. Amo lo que emerge y agradezco la energía del caos, que me remueve para que no me desapegue del amor, y que viene a recordarme la importancia de tener el corazón despierto, activando mi auténtico poder con la energía de la vida y las emociones. Ahó!
Llevo un tiempo adentrándome en la sabiduría de las cuatro direcciones. Se trata de una antigua práctica chamánica que dialoga con las energías y poderes contenidos en cada una de las direcciones: norte, sur, este y oeste. La rueda, así le llaman diversas culturas nativas americanas y europeas, se crea en el suelo debidamente orientada y ayuda a unir el mundo externo e interno. Moverse en ella con diferentes intenciones permite hacer un trabajo espiritual en conexión con la naturaleza y los ciclos de la vida: entender situaciones, adentrarse en temas de vida, tomar decisiones, etc.
Durante estos días de enero de 2022 estoy en contacto fuertemente con la energía del norte. Me conduce a lo intemporal, al vacío. He vivido algo especial abandonándome al no hacer. He conectado con el invierno y he entendido cómo todo puede estar contenido, paralizado pero vivo. También he contactado con la luna nueva y con la profundidad de la noche. El campo permite vivirla en todo su misterio. Siento más presentes a mis ancestros con los que he dialogado de forma espontánea. Y siento mucho más disponible la voz del inconsciente. Puedo intuir el caudal de sabiduría escondida en este modo de habitar el tiempo. El norte me trae estos días algo inexplorado por mí. Pero no sé ponerle muchas más palabras. Esto también es interesante.
Después de unas navidades activas con mucha energía implicada, caigo en el vacío. La enfermedad me ayuda a rendirme. Mi cuerpo pide descanso y me entrego. Con esta sensación de que nada me reclama, de no sentir ningún impulso, puedo permitirme pensar en el no tiempo. Consigo que se haga un silencio especial dentro de mí. Me sorprende darme cuenta de que experimento algo que asocio a la falta de ego. Me trae alegría. He soltado cualquier intención y me siento así, sin ego. No necesito opinar de nada, defenderme de nada. El puro presente me mece. Me invade una fragilidad alegre, una ingenuidad sana que me hace estar disponible, abierto a lo que me llega a cada instante sin juicio alguno. Es un estado infantil de confianza al mismo tiempo que experimento una lucidez madura del alma, un estado de alianza con la vida.
Ahora puedo ver toda la energía que compromete el ego a diario, empeñado en hacer, manifestar cosas, completar acciones, alimentar la importancia personal, mirar el móvil, obedecer estímulos y distracciones. Uf, me observo en la vida cotidiana y puedo distinguir la red en la que ando literalmente atrapado. Estoy en un permanente automatismo por llenar los vacíos. Siento el profundo valor que hay en parar y recoger, intuitivamente y sin mente, cada poco tiempo, el resultado del movimiento, de la acción. Como si cada cosa en la que comprometiera mi energía, me pidiera luego un reposo natural en el que destilar lo que siento y engarzar estados de coherencia con la vida. Aquietar el corazón y la mente es pura salud.
Es un privilegio para el alma despertar cada día sin atraparla inmediatamente en acciones. Dejar que el puro presente te traiga algo, lo que sea, inesperadamente. Entrenarme para estar en la nada, me supone poner conciencia en la inacción. Es como alargar la noche, donde desactivo los sentidos y nada de fuera me fuerza a la acción. Como mantener la energía del letargo. Escucho en este vacío la virtud del invierno: habla del período entre la muerte y la vida. Y en este intervalo, hay mucho que percibir. La luna, aunque deja de reflejar luz, no está oculta, está ahí muy presente.
Siento un efecto muy alentador: sé que detrás del vacío, si espero, puede llegar algo nuevo. Lo nuevo me estimula. Lo nuevo es algo inesperado, que no puedo crear con mi mente, que no puedo esperar como producto de mi elaboración, sino que me sorprende. Y eso nuevo llega como un regalo. Tengo que saber esperarlo sin mente. El hecho de reconocer que puede aparecer es ya una actitud de entrega a la vida y a su sabiduría. Me siento en una verdadera entrega reconfortante.
El vacío no es tal, me digo a mi mismo, pero reconozco el miedo al vacío que contiene mi vida. Los átomos, si te aproximas, resulta que tienen el 99% del espacio vacío. Se trata de la dimensión que alberga todas las posibilidades. Cuando contacto con el vacío, y espero, y dejo de atender el movimiento, aparece algo excepcional: el vacío está lleno de un estado del ser y este estado es muy satisfactorio.
Absorbo la importancia de parar, de dejar espacio al no hacer absolutamente nada. La respiración, algo simple, se torna placer, lenta y consciente. Noto mi impulso automático a encadenar la siguiente acción, y la siguiente. Lo observo y no reacciono. En realidad, con mi observador interno puedo hacerme cargo de la actividad de mi mente. Entonces me doy cuenta de que mi mente no soy yo. Esto me libera mucho.
Vuelvo a respirar. Emerge ante mí una peculiar conciencia: estoy vivo. Eso es extraordinario. Soy, en mi cuerpo y en mi ser, una manifestación de la vida. Me emociono. Esta emoción que siento aquí y ahora es la vida misma palpitando. La vida, infinitamente más grande que yo, se manifiesta a través de mí. Soy un habitante de este cuerpo, un testigo convocado a sentir la emoción de la vida. La vida me atraviesa.
Agradezco la energía del invierno, el poder del norte.
El conflicto en la relación que inflama los egos es una oportunidad para abrazar la sombra. Suele ocurrir que las personas implicadas en el desencuentro quedan ofendidas cada cual por sus motivos. Parece que emerge un tiempo de espera para restituir con nuevas habilidades de diplomacia el agravio acontecido. Si bien esto es una opción que queda en la superficie de la relación.
Frases en la mente como me ha utilizado, me ha maltratado, me ha excluido, no me ha cuidado, ha roto mi confianza… hablan de la ofensa del ego que exige al otro o a la otra un tiempo de reflexión, una mirada diferente, unas palabras necesarias para saldar el daño.
Cuando traemos este conflicto entre dos, a la sala de trabajo aparece una lupa que amplifica el detalle y nos permite ir más allá de la sensibilidad herida: nos permite entrar en el reconocimiento de la herida y el acto de poder.
Le doy valor igualmente a la posibilidad de aprender a escuchar al otro con su sensibilidad, aprender a pedirle al otro como quiero que me trate, y como quiero que me escuche. Aprender a cuidarme yo en mis relaciones dándome cuenta de mis límites, verbalizando mis límites para que los escuche yo y los escuches tú.
El otro parece el otro, el origen del conflicto por la relación. Si bien el otro es en realidad un escenario que yo construyo para ponerme en juego y desplegar mi conflicto interior.
Lo repito con otras palabras: yo misma desde mi inconsciente busco a la persona o personas adecuadas como ayudantes en la emergencia de mi conflicto interior. Se visibiliza mi pelea interna que es una defensa de un lugar de vulnerabilidad que me da miedo habitar. Me aterroriza. Le aterroriza a mi ego, el tirano que reina en mi psique cuando yo no quiero atravesar mis vulnerabilidades y recurro a la defensa como automatismo. ¡Me defiendo!
Hiere mucho por eso lo pongo fuera.
Digo hiere, y no digo que duela. No es dolor. Es quemazón insoportable, escozor, irritación, es veneno, son ganas de vomitar, es fiebre, es obsesión. Pero no es dolor. Cuando duele me convierto en un ser humano que siente su vulnerabilidad, soy una con lo que siento y el otro deja de tener el foco de mi energía, porque mi energía la necesito para sentir lo que estoy sintiendo, todo mi cuerpo la reclama cuando lo encarno sin huidas a mirar de frente mi herida que ha sido tocada y a tomar el poder de abrazarla con amor propio, con paciencia, con presencia, con compañía interna.
Puedo elegir la oportunidad de abrazar la sombra que el otro (o la otra) me facilita articular, ponerle cara, ponerle nombre, comprobar los estados donde me lleva, y elegir minimizar el sufrimiento, salirme de la película… ralentizarla, ir más lento para recuperar el poder de la presencia y toda mi capacidad de darme cuenta.
Ahora vamos más lento.
Estamos en el taller de Procesos para la Transformación Personal, un espacio creado en Buhosfera para vernos todos y todas, incluso los facilitadores, quienes por ser 3 nos permitimos salirnos del rol completamente si el trabajo lo pide, lo cual suele ser un regalo.
Llega a la revisión una escena de la convivencia ocurrida el mes pasado el domingo a la hora de comer. Hay queja en el trato. Hay mucha irritación en una de las partes implicadas. La otra está ahora en la calma observando por dentro todo lo que se mueve. En el momento de los hechos ambas partes se mostraron enfadadas y con contención para no desatar y expresar la ira directa.
Con una voz cargada de dulzura y amabilidad, poniendo mucho verbo para tomar el centro de atención con contundencia y agarre, diciendo aquí estoy yo sin decirlo directamente, expresando rabia camuflada en dignidad y adornada con una petición formal de diálogo orientado a recibir una merecida disculpa traspapelada en la bronca de origen.
La rabia se hace presente en mi plexo. ¿Le damos el espacio a esta noble emoción? Esta emoción que viene a darle fuerza a nuestros límites en la relación con los otros y que posee el poder de la serenidad para desde las tripas darle soporte a toda la energía sutil del corazón.
¿O seguimos camuflándola para que parezca que somos bondadosas personas que no se enfadan y que conocen y respetan los canales amables de la sociabilidad, evitando los conflictos que nos hacen despertar nuestros dones ocultos en el instinto reprimido?
Yo soy amiga de las emociones que entran en la escena para traer al instinto a su lugar de sabiduría natural.
La rabia está llamada a desalojar las razones de la cabeza y a tomar el vientre para devolverle la fuerza útil como tierra firme donde generar autoapoyo. En su versión más integrada, la rabia es soporte sereno con variadas utilidades, entre ellas está la expresión de nuestros límites a nosotros mismos y a los otros, si bien la rabia es la energía del hígado que nutre al corazón y por eso nos sirve para tomar la serenidad que le da expresión a nuestra vulnerabilidad, que le da expresión al amor y al deseo, que suelen ser las hazañas humanas que requieren mayores riesgos de exposición. La rabia es nuestro leal animal de poder que regresa a su sitio adecuado en el cuerpo físico cuando le damos el reconocimiento en nuestra vida.
El niño malo que se queda sin el amor. La niña mala que no es digna de la ternura. Elaboradas formas sociales de manipulación del instinto que nos distorsiona la autonomía, la fuerza, la perseverancia, el coraje, y el suelo firme donde construir nuestros sueños de amor y libertad desde la originalidad del ser.
Hoy no quiero facilitar trabajos de diplomacia. No quiero que los niños hagan esfuerzos por ser buenos, se pidan perdón por el mal comportamiento y así volver a recibir el amor condicionado, así una y otra vez hasta que el instinto queda enjaulado y encerrado en el sótano, y con él todo su poder.
Hoy quiero que os miréis a los ojos y observéis que sóis un espejo el uno de la otra. Resonando en esta herida en la autonomía que te aleja del uso sereno de la energía del instinto.
Cuando te abrazo, abrazo mi herida reflejada en ti y la traigo a mi corazón. Te abrazo a ti quien ha tocado mi herida y ha actualizado el dolor. Este hecho es una gran oportunidad de elegir el amor propio a través de la relación. Amando a mi niña que llamaron mala porque poseía un animal salvaje en las tripas con un sofisticado instinto para orientarse de manera natural. Amando a mi niño que acusaron de malo porque tenía un radar infalible en el olfato de su instinto y por este motivo no se dejaba manipular.
Elijo no tener hijos. Lo hago cerrando esa posibilidad
biológica en mi cuerpo. Despido esa funcionalidad que permitía la experiencia
de dar continuidad al árbol familiar. Miro a mis padres, les doy las gracias
por la vida y siento que cierro un largo proceso de historias de amor y
entrega. Gracias, de verdad. Paro este
río infinito de reproducción. Al despedir esto de manera consciente, me quedo
en contacto con todas las posibilidades a las que dedicar mi energía con entusiasmo.
Desentrañar el misterio de estar vivo, de amar y de despejar todos los recursos
de mi corazón y atraerlos a la conciencia. Fascinante.
Cuando miro hacia atrás y veo como se han configurado las
decisiones personales, entiendo que no estoy solo. La vida me sobrepasa y es
como una corriente que me conduce prodigiosamente. Observo mi infancia, la
familia en la que elegí nacer para ser humano y todo lo que viví como actor
pasivo de un gran escenario. La vida es infinita. No tengo claro qué me llevó a
los 24 años a decidir entregarme al estudio de la teología, una decisión que me
condujo a un tiempo de profunda meditación, a sondear la espiritualidad y a amar
mi ermitaño. Desconozco como mi entusiasmo y mi intuición me llevaron a cambiar
varias veces de profesión, experimentándome siempre buscador, libre, viajero. O
por qué un día tomé el camino de la terapia como vía para desvelar mis
inquietudes más profundas, recapitulando mi historia personal y mis emociones
más ocultas. No sé por qué a los 15 años aproximadamente me lancé a un
laboratorio informal de hipnosis con mis amigos de entonces, con los que improvisé
numerosas sesiones de forma lúdica. Tampoco sé exactamente por qué vine un día
al sur a fraguar mi despertar definitivo en un proyecto colectivo.
Sé qué nunca deseé ser padre. Pero puedo, en este momento de
mi vida, elegir escucharme y situarme ante esta posibilidad que la vida me
ofrecía. Hoy elijo darme a luz. Despliego todas las posibilidades a mi alcance
para manifestar la mejor versión de mi mismo, aquella que se enfoca en activar
mis dones y abrir al máximo el campo de conciencia. Elijo engendrar con
determinación el hombre que quiero para mi, y elegir donde pongo la energía.
Soy energía en unas coordenadas de tiempo y espacio. Suelto
unas posibilidades para tomar otras al cien por cien. Decretar mi renuncia a
tener hijos, me permite experimentar el significado de la consagración. Es un
movimiento dentro de mi, ya que, en términos objetivos, nada es incompatible. Consagrarse
es encontrar un tesoro dentro y elegir con determinación entregarse a profundizar
en él, consciente de que trae un camino de plenitud.
Para darme a luz he ido integrando a la mujer que llevo
dentro y sanando al hombre que soy. He abrazado plenamente al niño herido que
tantas veces se ha mostrado demandante. Pero sobre todo he despejado el
lenguaje del corazón. El es capaz de captar la esencia de las cosas. Estaba
recubierto de capas de insensibilidad, de corazas propias de mi ego y limitado
por creencias difíciles de desmantelar.
Ha sido un tiempo de sanación en el que he ido descubriendo
el papel que tienen la rabia, el dolor y el miedo en mi configuración
emocional. La rabia no la canalizaba bien, la contuve durante años. Cuando por
fin comencé a expresarla venía en bruto, con mucho dolor. Me estalló en las
manos desvelándome la necesidad de abrazar al padre. El dolor lo huía instintivamente.
Me daba pánico la posibilidad de sentirlo, hasta que entendí que tenía que
naturalizar alguna fracción y dejar de huir de él. Vi que el miedo a los
sentimientos de rechazo de las otras personas y a ser culpado, acusado, me
condicionaban mucho. En estas situaciones despierto mis corazas. No tolero esas
sensaciones que me hacen sentir rechazado en el amor. Entonces saco mi
maquinaria mental para defenderme y atacar. Soy demasiado auto indulgente. Se
me apodera la soberbia que me hace ver con facilidad el error fuera y no
reconocer lo mío.
Pero tras completar el proceso, tras aceptar todos los
demonios interiores, abrazo al niño. Estaba aterrorizado y necesitaba mucha
atención. Ahora gestiono el miedo y el dolor y lo atiendo en el marco del amor.
Lo abrazo desde la fragilidad. Me ha costado mucho tiempo traspasar la
confusión y la dificultad. Ahora tengo este niño sanado dentro. Me trae un
regalo: me ha liberado el corazón. Me abre a los registros de la ternura, la inocencia
y la compasión en mi vida cotidiana. Esto me ha transformado el carácter. Lo
miro todo desde un prisma de benevolencia que es novedoso y sanador para mi. Este
niño lo he “parido” dentro de mí y me devuelve una actitud más alegre. Amo sus
cualidades. Convivo con él. Lo hago visible y forma parte de mi.
Para soltar la paternidad he mirado mucho a mis padres. Ha
sido un diálogo bello en el que he recibido todas las bendiciones de ambos. Él
me señala la virtud de tomar la máxima satisfacción de la vida sin que me
sienta obligado a cumplir con nada. Ella me habla de que lo único importante es
abrir el corazón. La vida me dice que la decisión, en realidad, no es
trascendente, que siga mi camino, que es correcto.
Los miro a los dos y me reconozco como hijo amado. Y como
hijo que ama. Al hacerlo, veo al niño encarnado que soy, que tiene todas las
posibilidades delante de sí. Fui invitado a la vida sin condicionamientos, para
que eligiera lo que quisiera. Y puedo elegir el amor.
También siento sanado a mi hombre y a mi mujer interna. He
rescatado para mi un equilibrio bello donde ambas partes tienen espacio.
Reconozco el hombre que soy en mis cualidades de determinación y de presencia.
Siento la templanza que se aloja en mi pecho. Especialmente veo mi posibilidad
de observar el campo emocional sin confundirme con él, al mismo tiempo que me
abro a todas las sensaciones que me traen. Sé hacer del tiempo mi aliado. Ante
la adversidad me quedo. Sostengo la confusión practicando la espera y la
confianza. Me hago cargo de lo que elijo y me hago cargo de mi entrega. No
acepto la deshonestidad y reconozco mi poder en el hecho de determinar en cada
momento lo que quiero para mi. Tengo fuerza para alcanzar algo cuando lo deseo.
Mi mujer interna ha aprendido a mostrarse sensible y a desvelar el corazón sin
miedo. Muestro abiertamente mi ternura y mi expresión amorosa. Reconozco todo
lo bueno que me trae la intimidad cuando la alimento y la vivo con dedicación.
Creo en la alianza con lo femenino y me pongo al servicio de su fuerza creadora
y su capacidad para escuchar el corazón.
En este punto del recorrido encuentro algo fascinante: se me
ha manifestado el poder del corazón. Cuando destierro los condicionamientos que
me impedían ser yo, lo que yo soy es puro corazón, anhelo de amar y de tomar la
abundancia de la vida. Compruebo que existe un campo colectivo abundantísimo,
una red invisible que conforman los corazones que se buscan y se aman en la
sencillez y la apertura sincera. Esto puedo verlo. Al verlo, comprendo como
existe una familia humana configurada, no por el linaje genético, sino por otros
parámetros extraordinariamente interesantes: la confianza en el efecto
multiplicador del amor y en la sabiduría del corazón.
Ahora tomo poder, es un resultado inmediato al hecho de
sanar. Lo percibo en mi disposición a vivir la entrega de una forma más
completa. No solo porque me permito vivir los procesos del corazón sin miedo.
Antes la entrega a lo femenino lo hacia contenido, con límites internos. Sino porque
tengo una mayor claridad sobre aquello a lo que quiero dirigir mi entrega.
Elijo: orientar la fuerza del padre hacia la manifestación
del hombre que puedo llegar a ser. Consagrar la energía a las posibilidades más
luminosas. Reconocer el poder del corazón cuando es capaz de abrirse sin miedo,
experimentar la entrega sin quedarse identificado y atrapado por mis
necesidades. Me rindo a mi poder interior, desbordante y al poder invencible
de la ternura.
Ahora puedo tomar el camino de la autotrascendencia.
Despierto el genio interior, el mago. Me doy a luz. Me consagro a ser
plenamente lo que soy. Si completo lo que soy, indudablemente, doy luz. Porque
soy luz. La frecuencia más alta que ha transmutado las frecuencias densas.
Percibo el hecho evolutivo dentro de mi. Estoy en sintonía con el río de la
vida, el tiempo está a mi favor.
El ego: defiende argumentos movido por la importancia personal.
El niño interior: pregunta animado por el misterio.
El corazón: expresa alegría confiando en el puro presente donde ya está todo.
El alma: escucha en el silencio, no sabiendo, los ecos abundantes que desvela la vida misma.
Todos los males del mundo se
originan en la tensión y la insatisfacción humana. Esto crea un enorme campo de
energía colectiva que nos atrapa en una falsa respuesta. Vivimos pensando que
afuera siempre hay un problema que resolver. Quedamos abducidos por la dualidad.
La insatisfacción genera ansiedad
mental y esta, alimentada por el miedo, se entrega al gran maya de la ilusión,
al gran teatro de la vida que nos aboca a encadenar tareas y preocupaciones. Siempre
tenemos algo que hacer, cada día hay un problema por pequeño que sea, que capta
nuestra atención. Esta ilusión nos empuja permanentemente a resolver. Las
energías vitales quedan entonces comprometidas. En realidad estamos proyectando
la dualidad interna. El conjunto de proyecciones que reproduce la inconsciencia,
crea innumerables campos de energía emocional caótica en los que terminamos envueltos.
Y creemos que nuestra vida es eso. Y ahí seguimos.
Recuerdo cuanto me gustaba el
debate. Antes tenía mucha energía disponible para afinar con la razón. Es como
una adicción del ego. Ahora dimito de “defender” qué es lo correcto o
incorrecto, lo bueno o lo malo, lo verdadero o falso, lo que domina o somete. Elijo
expresarme desde el placer, si la escucha es la adecuada.
He descubierto que el planteamiento
del dilema siempre es falso en términos de la auténtica verdad que me espera.
Si me encoleriza el capital o el patriarcado, tengo un patriarca dentro
pendiente de des ocultar; si me rebelan las imposiciones sanitarias, no atiendo
a mi auténtica autoridad interna; si me enfurecen las posiciones ideológicas de
otras personas, no he aceptado que tengo a un opositor político dentro
reprimido.
El debate que busca resolver
dentro de la polaridad, inflama muchas veces nuestra importancia personal. Nuestro
cerebro izquierdo es adicto a encontrar las congruencias. La realidad se manifiesta
polar porque nuestro corazón internamente está dividido. Solo sanando dentro,
la realidad manifestará esa nueva configuración sanada, no polar. Porque la
vida está a nuestro favor y siempre atiende lo que auténticamente pedimos,
especialmente, lo que auténticamente somos. La auténtica polaridad solo puede
transformarse verdaderamente en la alquimia del corazón humano.
El discurso externo, cuando me despierta
un movimiento emocional y energético: rebeldía, rabia, defensa, etc., desvela
un estado interno sin completar. ¿Lo quiero completar? Por ello elijo no
alimentar las disertaciones, discusiones, posiciones defensivas, relatos
encendidos, explicaciones obsesivas y análisis que solo me sacan del auténtico
lugar de poder que resuelve el entramado de dificultad universal: mi rechazo
interno a una parte de mí.El único conflicto real.
Me sirve aceptar que la propia
vida es paradójica y se presenta en un multiverso de formas. Por eso, no
atiendo la forma del debate (la temática), sino la inquietud que lo origina en
el corazón. También elijo no aceptar la tensión. Cuando aparece, cedo. Si hay tensión,
no se puede alcanzar la congruencia. Elijo la quietud y no reaccionar. Algo
difícil para mi ego.
Si miro de cerca mi reactividad,
cuando me uno a debates donde necesito posicionarme, observo diversos
personajes dentro de mí. El ideólogo que tiene razones contundentes para
defender una posición y que en realidad me peleo con algo interno; el erudito
que siempre tiene un matiz con el que reformular la posición del otro, pura
vanidad; el reservista que mantiene el conocimiento del dato histórico
con el que siempre viene a corregir cualquier tendencia; eldefensor
de los derechos sociales e individuales, que gusta de señalar el enemigo
externo, que si además está oculto, se muestra más orgulloso de ser el lúcido
denunciante; elecuánime, para el cual no posicionarse es una
forma de posicionarse; elpacificador que le gusta manifestarse
como conocedor de la resolución de los conflictos; y el que le gusta
simplemente estarpresente, porque se siente tenido en cuenta en
un ámbito, el de la discusión, que le parece cosa de gente intelectual,
valerosa e importante.
Pero no me confundo. Amo el
discernimiento colectivo, el diálogo pedagógico, la comunicación creativa, la
investigación, el conocimiento, la palabra que apoya mi despertar y el de
otros, la reflexión que añade claridad donde hay duda, la expresión auténtica
de la emoción con toda su manifestación energética, verbal y todo su detalle
poético, la brillantez intelectual, desentrañar la complejidad, deshacer la
duda que a veces atrapa nuestra mente… Me encanta leer y encuentro mucho placer
cuando siento que me embarga una pregunta interesante que me mueve a desvelar más
la realidad.
Me ayuda también entender que la
defensa intelectual de la verdad es un trasunto patriarcal en sí mismo. La
verdad, como realidad última, es una experiencia y se desvela en estados de
congruencia. Se percibe porque mi corazón y la vida quedan implicados y
alineados. Siento claridad, coherencia interna, fuerza y convicción en orden a
mi despertar.
La dualidad es el lugar para el
despertar. Pero la salida no es posicionarse en los términos polares que nos presenta,
atrapando las energías de la defensa, sino que la salida es escapar de la falsa
polaridad que plantea y comprender los procesos que oculta, resolviendo en la
propia dualidad interna. La dualidad nos invita a retornar a las auténticas
preguntas. ¿Qué me pasa cuando veo esto afuera? ¿Qué deseo para mí? ¿Qué tengo
pendiente de completar amorosamente? ¿Cómo aporto una respuesta satisfactoria
desde mi potencial creativo?
En esta realidad dimensional, la
conciencia debe traspasar las formas para resolver y propiciar el hecho
evolutivo. Hay que penetrar la realidad, experimentarla en nuestro campo
emocional y extraer claridad de esa experiencia. Para eso hay que entrar de
lleno en las paradojas de la dualidad que presenta esta dimensión. Pero la
obsesión por resolver esas ecuaciones matemáticas, nos ofusca: banderas,
verdades, colores, supremacías, etc. Elijo asumir el efecto profundo que me
provoca estar insertado en una realidad tan diversa donde, por ejemplo, existen
reglas distintas para los objetos físicos y para la realidad cuántica. La
verdad no se puede atrapar, la verdad te alcanza cuando eliges un estado interno
no defensivo.
Hay algo que me lleva más allá de
la estrecha mirada de la resolución cognitiva de la vida: saber que esta, está
insertada en una corriente de sabiduría infinitamente mayor que mis lógicas
neuronales, y que además, en buena medida, no depende de mí.
Estoy diseñado para el éxtasis. Mi
naturaleza está completa. Me entusiasma en este tiempo desvelar cómo mis
energías sutiles pertenecientes al campo de la conciencia, pueden crear
realidad. La vida me abre al entusiasmo de saber, investigo en ello y disfruto compartiéndolo.
Me produce una mayor y más infinita satisfacción observarme fascinado por la inmensidad de la verdad que me habita y que me supera, que intentar atraparla vehementemente en el estrecho campo de mi intelecto, engañado por la adicción que he vivido muchas veces por crear correlaciones lógicas. Qué bella la sabiduría del que acepta que no sabe. Suelto mi necesidad de defender o desvelarle a otro cualquier verdad. Acojo tu verdad, tal vez distinta a lo que manifiesto en este escrito. Solo sé que, dicho esto, siento como mi energía está más disponible para mí, mi sanación y mi camino hacia la claridad.
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