Elijo no tener hijos. Lo hago cerrando esa posibilidad biológica en mi cuerpo. Despido esa funcionalidad que permitía la experiencia de dar continuidad al árbol familiar. Miro a mis padres, les doy las gracias por la vida y siento que cierro un largo proceso de historias de amor y entrega. Gracias, de verdad. Paro este río infinito de reproducción. Al despedir esto de manera consciente, me quedo en contacto con todas las posibilidades a las que dedicar mi energía con entusiasmo. Desentrañar el misterio de estar vivo, de amar y de despejar todos los recursos de mi corazón y atraerlos a la conciencia. Fascinante.
Cuando miro hacia atrás y veo como se han configurado las decisiones personales, entiendo que no estoy solo. La vida me sobrepasa y es como una corriente que me conduce prodigiosamente. Observo mi infancia, la familia en la que elegí nacer para ser humano y todo lo que viví como actor pasivo de un gran escenario. La vida es infinita. No tengo claro qué me llevó a los 24 años a decidir entregarme al estudio de la teología, una decisión que me condujo a un tiempo de profunda meditación, a sondear la espiritualidad y a amar mi ermitaño. Desconozco como mi entusiasmo y mi intuición me llevaron a cambiar varias veces de profesión, experimentándome siempre buscador, libre, viajero. O por qué un día tomé el camino de la terapia como vía para desvelar mis inquietudes más profundas, recapitulando mi historia personal y mis emociones más ocultas. No sé por qué a los 15 años aproximadamente me lancé a un laboratorio informal de hipnosis con mis amigos de entonces, con los que improvisé numerosas sesiones de forma lúdica. Tampoco sé exactamente por qué vine un día al sur a fraguar mi despertar definitivo en un proyecto colectivo.
Sé qué nunca deseé ser padre. Pero puedo, en este momento de mi vida, elegir escucharme y situarme ante esta posibilidad que la vida me ofrecía. Hoy elijo darme a luz. Despliego todas las posibilidades a mi alcance para manifestar la mejor versión de mi mismo, aquella que se enfoca en activar mis dones y abrir al máximo el campo de conciencia. Elijo engendrar con determinación el hombre que quiero para mi, y elegir donde pongo la energía.
Soy energía en unas coordenadas de tiempo y espacio. Suelto unas posibilidades para tomar otras al cien por cien. Decretar mi renuncia a tener hijos, me permite experimentar el significado de la consagración. Es un movimiento dentro de mi, ya que, en términos objetivos, nada es incompatible. Consagrarse es encontrar un tesoro dentro y elegir con determinación entregarse a profundizar en él, consciente de que trae un camino de plenitud.
Para darme a luz he ido integrando a la mujer que llevo dentro y sanando al hombre que soy. He abrazado plenamente al niño herido que tantas veces se ha mostrado demandante. Pero sobre todo he despejado el lenguaje del corazón. El es capaz de captar la esencia de las cosas. Estaba recubierto de capas de insensibilidad, de corazas propias de mi ego y limitado por creencias difíciles de desmantelar.
Ha sido un tiempo de sanación en el que he ido descubriendo el papel que tienen la rabia, el dolor y el miedo en mi configuración emocional. La rabia no la canalizaba bien, la contuve durante años. Cuando por fin comencé a expresarla venía en bruto, con mucho dolor. Me estalló en las manos desvelándome la necesidad de abrazar al padre. El dolor lo huía instintivamente. Me daba pánico la posibilidad de sentirlo, hasta que entendí que tenía que naturalizar alguna fracción y dejar de huir de él. Vi que el miedo a los sentimientos de rechazo de las otras personas y a ser culpado, acusado, me condicionaban mucho. En estas situaciones despierto mis corazas. No tolero esas sensaciones que me hacen sentir rechazado en el amor. Entonces saco mi maquinaria mental para defenderme y atacar. Soy demasiado auto indulgente. Se me apodera la soberbia que me hace ver con facilidad el error fuera y no reconocer lo mío.
Pero tras completar el proceso, tras aceptar todos los demonios interiores, abrazo al niño. Estaba aterrorizado y necesitaba mucha atención. Ahora gestiono el miedo y el dolor y lo atiendo en el marco del amor. Lo abrazo desde la fragilidad. Me ha costado mucho tiempo traspasar la confusión y la dificultad. Ahora tengo este niño sanado dentro. Me trae un regalo: me ha liberado el corazón. Me abre a los registros de la ternura, la inocencia y la compasión en mi vida cotidiana. Esto me ha transformado el carácter. Lo miro todo desde un prisma de benevolencia que es novedoso y sanador para mi. Este niño lo he “parido” dentro de mí y me devuelve una actitud más alegre. Amo sus cualidades. Convivo con él. Lo hago visible y forma parte de mi.
Para soltar la paternidad he mirado mucho a mis padres. Ha sido un diálogo bello en el que he recibido todas las bendiciones de ambos. Él me señala la virtud de tomar la máxima satisfacción de la vida sin que me sienta obligado a cumplir con nada. Ella me habla de que lo único importante es abrir el corazón. La vida me dice que la decisión, en realidad, no es trascendente, que siga mi camino, que es correcto.
Los miro a los dos y me reconozco como hijo amado. Y como hijo que ama. Al hacerlo, veo al niño encarnado que soy, que tiene todas las posibilidades delante de sí. Fui invitado a la vida sin condicionamientos, para que eligiera lo que quisiera. Y puedo elegir el amor.
También siento sanado a mi hombre y a mi mujer interna. He rescatado para mi un equilibrio bello donde ambas partes tienen espacio. Reconozco el hombre que soy en mis cualidades de determinación y de presencia. Siento la templanza que se aloja en mi pecho. Especialmente veo mi posibilidad de observar el campo emocional sin confundirme con él, al mismo tiempo que me abro a todas las sensaciones que me traen. Sé hacer del tiempo mi aliado. Ante la adversidad me quedo. Sostengo la confusión practicando la espera y la confianza. Me hago cargo de lo que elijo y me hago cargo de mi entrega. No acepto la deshonestidad y reconozco mi poder en el hecho de determinar en cada momento lo que quiero para mi. Tengo fuerza para alcanzar algo cuando lo deseo. Mi mujer interna ha aprendido a mostrarse sensible y a desvelar el corazón sin miedo. Muestro abiertamente mi ternura y mi expresión amorosa. Reconozco todo lo bueno que me trae la intimidad cuando la alimento y la vivo con dedicación. Creo en la alianza con lo femenino y me pongo al servicio de su fuerza creadora y su capacidad para escuchar el corazón.
En este punto del recorrido encuentro algo fascinante: se me ha manifestado el poder del corazón. Cuando destierro los condicionamientos que me impedían ser yo, lo que yo soy es puro corazón, anhelo de amar y de tomar la abundancia de la vida. Compruebo que existe un campo colectivo abundantísimo, una red invisible que conforman los corazones que se buscan y se aman en la sencillez y la apertura sincera. Esto puedo verlo. Al verlo, comprendo como existe una familia humana configurada, no por el linaje genético, sino por otros parámetros extraordinariamente interesantes: la confianza en el efecto multiplicador del amor y en la sabiduría del corazón.
Ahora tomo poder, es un resultado inmediato al hecho de sanar. Lo percibo en mi disposición a vivir la entrega de una forma más completa. No solo porque me permito vivir los procesos del corazón sin miedo. Antes la entrega a lo femenino lo hacia contenido, con límites internos. Sino porque tengo una mayor claridad sobre aquello a lo que quiero dirigir mi entrega.
Elijo: orientar la fuerza del padre hacia la manifestación del hombre que puedo llegar a ser. Consagrar la energía a las posibilidades más luminosas. Reconocer el poder del corazón cuando es capaz de abrirse sin miedo, experimentar la entrega sin quedarse identificado y atrapado por mis necesidades. Me rindo a mi poder interior, desbordante y al poder invencible de la ternura.
Ahora puedo tomar el camino de la autotrascendencia. Despierto el genio interior, el mago. Me doy a luz. Me consagro a ser plenamente lo que soy. Si completo lo que soy, indudablemente, doy luz. Porque soy luz. La frecuencia más alta que ha transmutado las frecuencias densas. Percibo el hecho evolutivo dentro de mi. Estoy en sintonía con el río de la vida, el tiempo está a mi favor.