El ego: defiende argumentos movido por la importancia personal.

El niño interior: pregunta animado por el misterio.

El corazón: expresa alegría confiando en el puro presente donde ya está todo.

El alma: escucha en el silencio, no sabiendo, los ecos abundantes que desvela la vida misma. 

Todos los males del mundo se originan en la tensión y la insatisfacción humana. Esto crea un enorme campo de energía colectiva que nos atrapa en una falsa respuesta. Vivimos pensando que afuera siempre hay un problema que resolver. Quedamos abducidos por la dualidad.   

La insatisfacción genera ansiedad mental y esta, alimentada por el miedo, se entrega al gran maya de la ilusión, al gran teatro de la vida que nos aboca a encadenar tareas y preocupaciones. Siempre tenemos algo que hacer, cada día hay un problema por pequeño que sea, que capta nuestra atención. Esta ilusión nos empuja permanentemente a resolver. Las energías vitales quedan entonces comprometidas. En realidad estamos proyectando la dualidad interna. El conjunto de proyecciones que reproduce la inconsciencia, crea innumerables campos de energía emocional caótica en los que terminamos envueltos. Y creemos que nuestra vida es eso. Y ahí seguimos.

Recuerdo cuanto me gustaba el debate. Antes tenía mucha energía disponible para afinar con la razón. Es como una adicción del ego. Ahora dimito de “defender” qué es lo correcto o incorrecto, lo bueno o lo malo, lo verdadero o falso, lo que domina o somete. Elijo expresarme desde el placer, si la escucha es la adecuada.

He descubierto que el planteamiento del dilema siempre es falso en términos de la auténtica verdad que me espera. Si me encoleriza el capital o el patriarcado, tengo un patriarca dentro pendiente de des ocultar; si me rebelan las imposiciones sanitarias, no atiendo a mi auténtica autoridad interna; si me enfurecen las posiciones ideológicas de otras personas, no he aceptado que tengo a un opositor político dentro reprimido.

El debate que busca resolver dentro de la polaridad, inflama muchas veces nuestra importancia personal. Nuestro cerebro izquierdo es adicto a encontrar las congruencias. La realidad se manifiesta polar porque nuestro corazón internamente está dividido. Solo sanando dentro, la realidad manifestará esa nueva configuración sanada, no polar. Porque la vida está a nuestro favor y siempre atiende lo que auténticamente pedimos, especialmente, lo que auténticamente somos. La auténtica polaridad solo puede transformarse verdaderamente en la alquimia del corazón humano.

El discurso externo, cuando me despierta un movimiento emocional y energético: rebeldía, rabia, defensa, etc., desvela un estado interno sin completar. ¿Lo quiero completar? Por ello elijo no alimentar las disertaciones, discusiones, posiciones defensivas, relatos encendidos, explicaciones obsesivas y análisis que solo me sacan del auténtico lugar de poder que resuelve el entramado de dificultad universal: mi rechazo interno a una parte de mí. El único conflicto real.

Me sirve aceptar que la propia vida es paradójica y se presenta en un multiverso de formas. Por eso, no atiendo la forma del debate (la temática), sino la inquietud que lo origina en el corazón. También elijo no aceptar la tensión. Cuando aparece, cedo. Si hay tensión, no se puede alcanzar la congruencia. Elijo la quietud y no reaccionar. Algo difícil para mi ego.  

Si miro de cerca mi reactividad, cuando me uno a debates donde necesito posicionarme, observo diversos personajes dentro de mí. El ideólogo que tiene razones contundentes para defender una posición y que en realidad me peleo con algo interno; el erudito que siempre tiene un matiz con el que reformular la posición del otro, pura vanidad; el reservista que mantiene el conocimiento del dato histórico con el que siempre viene a corregir cualquier tendencia; el defensor de los derechos sociales e individuales, que gusta de señalar el enemigo externo, que si además está oculto, se muestra más orgulloso de ser el lúcido denunciante; el ecuánime, para el cual no posicionarse es una forma de posicionarse; el pacificador que le gusta manifestarse como conocedor de la resolución de los conflictos; y el que le gusta simplemente estar presente, porque se siente tenido en cuenta en un ámbito, el de la discusión, que le parece cosa de gente intelectual, valerosa e importante.

Pero no me confundo. Amo el discernimiento colectivo, el diálogo pedagógico, la comunicación creativa, la investigación, el conocimiento, la palabra que apoya mi despertar y el de otros, la reflexión que añade claridad donde hay duda, la expresión auténtica de la emoción con toda su manifestación energética, verbal y todo su detalle poético, la brillantez intelectual, desentrañar la complejidad, deshacer la duda que a veces atrapa nuestra mente… Me encanta leer y encuentro mucho placer cuando siento que me embarga una pregunta interesante que me mueve a desvelar más la realidad.

Me ayuda también entender que la defensa intelectual de la verdad es un trasunto patriarcal en sí mismo. La verdad, como realidad última, es una experiencia y se desvela en estados de congruencia. Se percibe porque mi corazón y la vida quedan implicados y alineados. Siento claridad, coherencia interna, fuerza y convicción en orden a mi despertar.

La dualidad es el lugar para el despertar. Pero la salida no es posicionarse en los términos polares que nos presenta, atrapando las energías de la defensa, sino que la salida es escapar de la falsa polaridad que plantea y comprender los procesos que oculta, resolviendo en la propia dualidad interna. La dualidad nos invita a retornar a las auténticas preguntas. ¿Qué me pasa cuando veo esto afuera? ¿Qué deseo para mí? ¿Qué tengo pendiente de completar amorosamente? ¿Cómo aporto una respuesta satisfactoria desde mi potencial creativo?

En esta realidad dimensional, la conciencia debe traspasar las formas para resolver y propiciar el hecho evolutivo. Hay que penetrar la realidad, experimentarla en nuestro campo emocional y extraer claridad de esa experiencia. Para eso hay que entrar de lleno en las paradojas de la dualidad que presenta esta dimensión. Pero la obsesión por resolver esas ecuaciones matemáticas, nos ofusca: banderas, verdades, colores, supremacías, etc. Elijo asumir el efecto profundo que me provoca estar insertado en una realidad tan diversa donde, por ejemplo, existen reglas distintas para los objetos físicos y para la realidad cuántica. La verdad no se puede atrapar, la verdad te alcanza cuando eliges un estado interno no defensivo.

Hay algo que me lleva más allá de la estrecha mirada de la resolución cognitiva de la vida: saber que esta, está insertada en una corriente de sabiduría infinitamente mayor que mis lógicas neuronales, y que además, en buena medida, no depende de mí.

Estoy diseñado para el éxtasis. Mi naturaleza está completa. Me entusiasma en este tiempo desvelar cómo mis energías sutiles pertenecientes al campo de la conciencia, pueden crear realidad. La vida me abre al entusiasmo de saber, investigo en ello y disfruto compartiéndolo.   

Me produce una mayor y más infinita satisfacción observarme fascinado por la inmensidad de la verdad que me habita y que me supera, que intentar atraparla vehementemente en el estrecho campo de mi intelecto, engañado por la adicción que he vivido muchas veces por crear correlaciones lógicas. Qué bella la sabiduría del que acepta que no sabe. Suelto mi necesidad de defender o desvelarle a otro cualquier verdad. Acojo tu verdad, tal vez distinta a lo que manifiesto en este escrito. Solo sé que, dicho esto, siento como mi energía está más disponible para mí, mi sanación y mi camino hacia la claridad.