Hoy regreso del bosque, arropada por la envoltura de vitalidad luminosa de la Naturaleza. Recordando que la salud es un estado de equilibrio interior del organismo humano donde mente-cuerpo-emoción-espíritu están imbricados y son inseparables. Donde mi sistema inmune se fortalece cuando yo me alineo con el propósito de mi existencia, y cuando prevalecen sentimientos de motivación, amor, confianza, entrega y alegría en mi cotidianidad porque estoy haciendo lo que quiero hacer, porque me relaciono con quien quiero y doy-recibo nutrición e intercambios creativos en mis relaciones de confianza.
Llevo años y años trabajando el miedo a la muerte, por eso puedo decir que el miedo a la muerte no es en realidad temor a la muerte del cuerpo, como la mente nos incita a creer. El miedo a la muerte es el miedo a los espacios de la experiencia donde el ego pierde el control y el poder regresa a otros lugares del corazón, y el miedo no es nuestro, si no del ego, al que nosotros estamos identificados de manera automática sin darnos cuenta que no somos eso.
Cuando tengo miedo a la muerte, lo que realmente ocurre es que mi ego tiene miedo a perder su poder y me susurra delirios paranoicos al oído para asegurarse que sigue siendo el jefe de mi existencia. Cuando yo conquisto espacios de observación en mi presencia puedo respirar el miedo y deshacer toda la elaboración mental, soltar las creencias que me condicionan en una respuesta automática, ahí empiezo a habitar mi libertad y comprender que la muerte es una energía que está presente en el vacío, en la retirada, en las despedidas, en los cierres, en las separaciones, en el desapego, de forma natural en la vida.
Salgo de casa por la mañana. Cuando llego al bosque siento el saludo alegre y vibrante de la naturaleza. Los árboles me van indicando por donde adentrarme y acampar guiándome a un espacio con varias encinas próximas a una pared rocosa. El muro de piedra puede tener tres metros de alto y puedo escalarlo con facilidad hasta una cima donde se divisa el paisaje de montañas y las copas de los árboles de la dehesa.
Siento una profunda alegría de regalarme a mí misma tres días en el bosque para la pura presencia y observación de todo. Sin planes, más que estar presente. Sin rutinas, y en ayuno.
Suelto todas las cosas que traigo y ato una hamaca entre dos acebuches jóvenes, donde da el sol de lleno y simplemente me tumbo para sentir. Me abandono al instante presente. Acabo de llegar al bosque y tengo mucha energía. Quiero empezar el trabajo interior, así que le doy la voz al ego. Traigo un sentimiento de amargura que me suscita una relación y lo quiero revisar estos días. Empiezo por mi enredo y confusión, y toda esa densidad la sitúo en mi ego.
¡Habla ego! ¡quiero verte sin tapujos!
-Soy el ego de Susi –adopto esta identidad del ego y ahora mi voz es como si mi ego, diferente de otras partes de mi, hablara -me siento muy inferior, me siento muy pequeño, y es que realmente no soy nada, me siento una mierda, intento aparentar fuerza, me gustan mucho los iconos de fuerza como el chamán, la guerrera, me encanta la visionaria, la vidente, la psíquica con poderes paranormales. Todos son lugares grandiosos en mi fantasía para sentir un poco de poder y ahí me escondo como ego. Realmente estimulo a Susi para que desarrolle estos dones, la autonomía, la fuerza, la visión, etc… que son suyos pero ahí me escondo yo. En realidad me aprovecho de ella. Ella disfrutaría el momento y ya está. Pero yo voy diciendo yo soy chamana intentando buscar la superioridad todo el tiempo, inflamando mi orgullo, mi arrogancia, mi vanidad. Ahora estoy con Susi en un retiro chamánico y no sé qué hacer con mi vida, quiero morirme porque nadie me quiere, no me gusto como soy, todo lo que hago lo hago de forma automática, lo hago porque estoy adiestrada como un perro a hacer lo que hago. He aprendido a hacerlo y lo repito, no sé hacer otra cosa. Necesito también víctimas para sentir superioridad, chupar la energía de los demás. También necesito engrandecer a alguien, sentir que es muy superior a mí. Toda mi admiración puesta fuera. ¡Claro!, Susi necesita abrir su corazón y hacemos este trueque. Como yo parasito a un humano pues también tengo que hacer que el humano pueda vivir. El humano necesita abrir el corazón, al menos una rendija, si no se muere. Así que yo idealizo a alguien poniéndolo en un lugar de superioridad en mi vida y así Susi puede sentir un poco su corazón. Tengo que darle alguna salida a este humano que tengo parasitado, Susi. Aunque esta persona que yo coloque en un lugar de superioridad siempre va a ser alguien con quien mantengamos las distancias. Me aseguro de elegir a alguien donde siempre vaya a existir distancia. Elijo a alguien que sea muy incompatible con Susi, y le dejo a ella que abra un poco su corazón. Yo sé que la distancia nunca se va a superar porque ya lo he calculado, pero Susi entra en un anhelo de amor que la tiene entretenida y con el corazón encendido, que es de donde yo chupo más energía. Yo también hago cosas para que esta distancia no se acorte. Yo no quiero amor. En el amor yo desaparezco, así que saboteo todas las posibilidades de amor real. En este sentido el amor romántico es muy útil. Y si yo desaparezco pues ya no puedo valorar lo que es bueno y lo que es malo… la energía de la importancia personal, yo soy el juez quien dictamina lo que es bueno, lo que es malo, y soy como dios porque estoy creando el universo con un criterio de perfección: esto es bueno, esto es malo, de esto más, de esto menos… toda mi vida es un fraude, es todo mentira… pero ya no consigo engañar a nadie. Ahora soy visible. Susi le da poder a las personas que ama para que la confronten, ella está aprendiendo a darse cuenta que ella no es yo, el ego. Así que cuando la confrontan a ella, en realidad me lo hacen a mí y yo me debilito y Susi se siente más libre de mí. Soy un desecho, soy estiércol, todo lo que creo que sé… no sé nada. Me quiero morir. He venido al bosque a morir como ego.
Cuando le doy la voz a mi ego, éste dice todo esto. He venido a disolver la densidad de mi sombra, la que se mueve en mi plexo y aligerar la carga con la ayuda de los aliados de la naturaleza. Quiero transmutar. Quiero acunarme a mí misma. Quiero abrazar mi sombra para quitarle la inflamación, para sentirme en la unidad.
Elijo un sitio al lado de la roca para montar una tienda de campaña. Por la noche hace frío y necesito resguardarme. Cuando la dejo lista siento el entusiasmo de mi niña interior que percibe que está en casa y posee todo lo necesario para vivir el presente: un refugio, una hamaca, una almohada, un saco de dormir, una manta, un aislante inflable, dos litros de agua, cero comida. Un expansivo sentimiento de gratitud me embarga. Mi corazón se deleita.
Cambio de sitio la hamaca. Subo la roca hasta la cima y la ato entre dos árboles, acebuches jóvenes también, desde ahí puedo contemplar el paisaje con una visión amplia. Sobre las 18h cae el sol y desde este mirador privilegiado puedo agasajar mi espíritu con la explosión de colores malvas, naranjas y estelas entre las nubes del cielo de otoño.
Subo y bajo la roca muchas veces. Conforme paso tiempo sin comer se amplifican mis resistencias a la acción y me vuelvo más lenta para realizar cualquier movimiento. Esto me proporciona un lugar de autoobservación sobre cómo emprendo la acción y qué me lo impide. Tomo nota de todo.
Estoy en la hamaca y me regocijo en un mecimiento muy agradable. Voy asimilando un nuevo orden mental dentro de mi en busca de la claridad. Estoy recapitulando la relación con lo masculino desde 2015 a la actualidad. Cuando llego a noviembre de 2019 me doy cuenta que está todo sanado. Desde ese momento prevalece la salud afectiva con lo masculino si bien la inercia hace parecer que aún estoy en proceso de sanación. Pero lo percibo una y otra vez, lo integro en mi sentimiento. Está todo sanado ya. No hay motivo para reproches, no hay motivos para conflictos, no hay desigualdad, no hay confusión, no hay demanda desde la carencia. En ese estado de sanación también ha quedado todo clarificado. Reconozco el acuerdo que existe con mi hombre interior. Ya lo sabemos los dos, mi hombre y yo. Él no me permite la dependencia como una huida de tomar mi poder, quiere que brille por mí misma y no me esconda en el refugio de una relación de pareja. No me va a dejar que llene mi vacío con él. Responde a mi llamada si la realizo desde mi autonomía creativa, desde la abundancia afectiva que pretende acercarse a otro para compartir el ser, no para completar la carencia. Ya he aprendido demasiadas veces que la carencia no se completa con algo externo, y tampoco con un hombre externo. La carencia es el lugar de la herida que yo aprendo a abrazar, a respirar, a permitir y a naturalizar como algo más, la seña de identidad de mi origen, ni más ni menos, un rasgo más en mi arquitectura psíquica. Absurdo es empeñarse en que no esté, en empeñarse en taparla, en empeñarse en curarla. La sanación es aceptarla y respirarla tantas veces como se active sin huir de los estados que surgen cuando la herida es tocada. Cuanta más presencia en respirarla, más breve será su visita, menos durará la angustia y antes será el tránsito. Me pido mucha presencia en todos mis estados, y mucha paciencia, amor propio y templanza.
Estoy recapitulando por fechas que escribo en mi cuaderno, recuerdos de momentos en mis relaciones con los hombres. Algún hombre destaca mucho en estos últimos años. Me encanta recordar la fecha exacta, el placer de los números asociados a pasajes emocionales. Mientras me entretengo en el recuerdo voy respirando la densidad. Entro en momentos del pasado donde hubo dolor y lo resiento. Lo recibo con todo el cuerpo y lo respiro. Me doy el tiempo para permanecer ahí.
El dolor que siento es el rechazo. No sentirme elegida por el hombre. Recuerdos donde él no me dio el sitio que yo esperaba. Entro en estos estados de amargura, disgusto, rencor, y a veces brota un estado de venganza que imagina todo lo que haría a un hombre concreto para saldar las cuentas, y hacer un trueque tipo ojo por ojo, diente por diente. Se apodera de mi la furia, luego se disuelve. Tengo mucho tiempo para transitar los estados que van llegando y se van marchando.
Mi hombre interno me mira a los ojos y me pide que lo escuche. Está visiblemente enfadado conmigo. Yo prometo permanecer en la escucha.
-Eres dependiente de los hombres, ¡quiero que despiertes de tu automatismo! –me dice mi hombre interno –yo existo, pero para que me veas tienes que quedarte sola, habitar tu soledad y mirar de frente tu herida en la autoestima. Te duele el rechazo y el dolor es y se va. Pero tú evitas sentir el rechazo como si fueras la niña que su papá no abraza en deliciosa ternura. La niña que no sabe y no puede gestionar el insoportable dolor. Ahora siéntate ahí donde mismo estás y escucha lo que no me gusta de ti. Escúchalo en tu pecho. Respira cómo te hiere el sentimiento de rechazo fijado en tu corazón, que yo toco cada vez que te nombro aquello que no me gusta de ti. Eres muy frágil y cuando no te haces cargo de tu fragilidad buscas a alguien para volcar tu caos emocional y enredarlo con tu fuerza psíquica, que tienes mucha, por eso eres peligrosa. Hazte cargo de tu fragilidad y ve hacia dentro cuando emerja. Eres tu mejor acompañante y cuando te acompañes yo me acercaré a ti, me convertiré en la templanza y la serenidad que necesitas para habitar tu vulnerabilidad. Confía en mi y suelta a todos los hombres. Disuelve tus expectativas y reconoce tus necesidades reales de compañía masculina, de amor, de sexo, y recibe al hombre corriente que abunda en tu vida con tantos rostros y que en esencia soy yo. No seas exigente ni caprichosa. No pases hambre. La vida siempre te va a proporcionar los mejores alimentos para tu nutrición.
En mi pecho explota la coraza que recubre la herida. Yo misma he configurado la emboscada a mi ego en plena naturaleza, para darle la medicina que me devuelve la ternura.
Despierto de madrugada, otra vez en contacto con la angustia del rechazo. Estoy desesperada. He descansado un rato y de nuevo volvemos a la negociación. El ego no quiere claudicar. Y yo ya no puedo más con mis rasgos automáticos de personalidad que están creando el sufrimiento. Pido ayuda y entro en el llanto. Ahora llamo a mi abuela y a mi abuelo.
-¡Ayúdame, abuelita, abuelito! –pido ayuda con un sollozo de desesperación –fue muy dura tu partida, abuelita. El 8 de febrero de 2006 llegué a casa después de un día de trabajo y estabas afectada en el sillón por un ictus que te tenía inmovilizada y sin habla. Tus ojos miraban a algún sitio… y movías tu brazo izquierdo, con la mano parecía que te ajustabas el suéter en un bucle terrorífico de donde no podías salir. Yo me hice amor desesperado y salvaje, gritándote te quiero continuamente para que te lo llevaras a tu muerte. El equipo de urgencia del hospital terminó llorando conmigo ante mi sentimiento de abandono inconsolable. Yo era una niña perdida de 5 años en el cuerpo de una mujer de 30. Me brotaba del plexo solar un sentimiento de culpabilidad que había sido gestado desde tu reproche tantas veces repetido con el que te quejabas de no ser cuidada por mi como tú deseabas. Querías que pasara tiempo contigo y yo simplemente vivía en tu casa orientada a mi placer, fluyendo entre mis amigos, mi amante, mis entretenimientos, el MDMA, la música electrónica, lo que a mí se me antojara en cada momento, después vino mi pareja, Juan, mis ausencias de días y días, el Shiatsu… y tú demandabas mi presencia en casa con queja, con llamadas al teléfono con tristeza, pidiendo que volviera a casa, lanzabas tu consabido mensaje de alarma un día vas a volver a casa y me encontrarás muerta ¿cuántas veces articulaste esta amenaza? Oh abuela… ¡me lanzaste una maldición! Y cuando se hizo real, todas las veces que yo me defendía con reactividad exagerada y rebelde a tus maniobras para que yo me quedase en casa, se me vinieron de pronto al recuerdo como momentos de fracaso en mi afectividad contigo, y la culpabilidad me atrapó durante tres años que permanecí en duelo por tu muerte.
En medio de la noche en la dehesa en soledad y silencio… Mi abuela me agradece el amor que bombeé para ella con mi corazón ese día del accidente interior y los 4 días siguientes que tuvo para despedirse en casa desde un estado de letargo hacia dentro antes de salir del cuerpo para siempre. Se lo di todo en desesperación profunda. Viendo las orejas del lobo del cierre de esta fase de nuestra relación. Le doné energía para su tránsito. La rodee con una envoltura protectora y de amor para su momento de desprendimiento definitivo de esta encarnación. Ahora ella me lo agradecía. Ahora ella me acunaba, me abrazaba, me consolaba. Me liberaba de tener que repetir el patrón de reproche por la ausencia de atención emocional que yo articulaba con mis relaciones, como en lealtad a mi abuela tantas veces criticada y rechazada por mi. Puedo observar la ley de todo lo que rechazas te persigue. Mi abuela y su patrón de demanda emocional tantas veces rechazado por mi ahora me pertenecía y yo no podía escapar de aquello que no quería mirar de frente. Como en una pesadilla, ésta cesa cuando dejo de huir y miro al monstruo y le pregunto si puedo ayudarle en algo, o qué quiere de mi. Los monstruos sólo quieren ser vistos, cuando los miramos se transforman y se convierten en niños, en animales o flores.
Año 2020, aún recuperando la paz contigo, abuela. La justicia divina no para hasta el equilibrio y el cierre.
Aún de madrugada, vuelvo a dormirme. Cuando despierto por la mañana siento mucha alegría. Hablo con mis abuelos que visualizo sentados en piedras frente a mi amparados por las encinas del monte. La humildad me acontece en el corazón y siento gratitud de la vida con todo su recorrido.
Doy un salto en mi nivel de vibración al día y medio de permanencia en el bosque. El resto del tiempo entro continuamente en estados de gratitud y gozo que se alargan mientras observo las ramas de los árboles, el cielo, las nubes, las tonalidades de luz, las caras que se dibujan en las ramas, los troncos, las piedras, las hojas… veo hadas, elementales, rostros de todo tipo dibujados en la forma de la naturaleza y entablo diálogos.
Aprendo de mi energía. Estoy en el bosque para aprender a amarme. Y mi energía me informa de cómo necesito el cambio corporal, soy kinestésica fundamentalmente y muy activa, así el cuerpo posee un radar intuitivo que yo aprendo a seguir.
Ahora quiero cambiar de sitio, a lo alto de la roca, en la hamaca que me permite la visión amplia, cuando cumplo mi deseo corporal siento una gran satisfacción que posee un tiempo de vida. Cuando finaliza esta satisfacción siempre se me escapan pensamientos negativos y sin embargo puedo pararlos observando mi necesidad de cambio físico. ¡Tengo una niña hiperactiva dentro! Y ahora puedo aprender a cuidarla. Porque la mujer que yo soy no tiene otro deseo en la vida que escuchar la orientación interior para mi máxima satisfacción.
Me fascinan todas las opciones que puedo darme a mí misma en un espacio limitado, en soledad en medio del bosque. La ausencia de alimento me genera un brote de hambre que respiro, he decidido comer una bellota que me ha regalado una de las encinas que me circunda. Hago una ceremonia con la bellota. Se lo agradezco al bosque. La abro por la mitad, tomo una de sus partes y la voy mordiendo lentamente masticando con plena atención la carne blanda del fruto. Observo que cuando termino de ingerir este mínimo alimento me emerge un sentimiento de placer presente en la mucosa de mi boca y mi estómago. Cómo estoy disfrutando los cambios de estado, como la ansiedad sólo busca atención aunque no sea atendida la necesidad completa. Quiero aprender a atender mis necesidades.
Al atardecer tengo la voz en plena inspiración y le hablo al sol.
-Oh sol, quiero ser como tú –me sobrecoge el silencio del monte, el sol cayendo, las montañas –enséñame el camino de la luz, quiero ser luz como tú. Sol, abre mi corazón, enciende mi corazón con tu rayo dorado… ilumíname.
Entro en trance de gozo en un abrazo al sol. Toda la energía masculina yang me reconoce ahora. Escucho a mi compañero tocando el tambor al otro lado de la meseta, muy lejos de mi, su sonido me acompaña, y me reconforta.
Como no como, a veces me siento muy débil. Si acelero el paso mi corazón se siente apretado, y me fatigo. Entro en instantes de cansancio extremo. Si subo la roca me mareo. Esto se convierte en una inesperada ventaja. Me permite observar a cámara lenta mi estado de satisfacción. Cuando siento molestias en el cuerpo y estoy tumbada en la hamaca, descubro mi deseo de caminar. Toda la acción decidida es lentamente realizada, sólo hay deseo de hacer, resistencias, paciencia, y acción. Puedo verlo todo con detalles impresionantes. Me despierto por la mañana y no puedo respirar dentro de la tienda. Quiero salir al exterior y lo hago en partes. Abro la cremallera y descanso un rato, ya voy respirando el aire que entra. Lanzo el aislante al exterior, después voy yo a trompicones y me tumbo. Voy a por el saco porque la mañana es fría. Casi me duermo otra vez. Pero todo el cambio contribuye a mi satisfacción permanente y esa soy yo, la que está cambiando. Este reconocimiento a cómo soy realmente me despierta o me renueva el deseo profundo de autoconocimiento, sobre todo en esa parte de mi de la que huyo a través de establecer una relación de pareja o anhelarla. Esa parte de mí que no quiere estar sola sin un hombre. Pues a la soledad voy, a descubrir el secreto que yo misma me guardo.
La mujer libre que yo soy ama la naturaleza en soledad.