La gran mayoría de los conflictos humanos tienen que ver con nuestra incapacidad para manejar la presión que nos generan los diversos estados emocionales. La ira, la avaricia, la cobardía, el orgullo, la vanidad, el miedo, etc. Las emociones, cuales quiera que sean, vienen para informarnos junto con el cuerpo y despertarnos, para ponernos alerta. Cuando no se les da el espacio adecuado y se permite su expresión propia, quedamos atrapados en el pensamiento obsesivo, generando mecanismos de control y seguridad. Esto distorsiona el entendimiento natural del que estamos provistos los seres humanos a través de la compasión y la claridad del corazón.

Alimentar el conflicto es como una huida hacia adelante. Como no sostenemos la emoción que emerge en contacto con el cuerpo, nos ponemos a la defensiva y peleamos hacia fuera. Esto nos lleva siempre hacia escenarios de desconfianza. Construimos un guión en el que hay enemigos y culpables y con el tiempo, esta actitud, deriva en una verdadera adicción al litigio. Todos hemos conocido a personas que parece que tengan una necesidad obsesiva de llevar la razón, conduciendo sus emociones hacia una pasión enfermiza.

Alcanzar un manejo adecuado requiere de un compromiso honesto con la propia madurez emocional. El Eneagrama, una herramienta de análisis del carácter promovido en los años 70 por el boliviano Óscar Ichazo, y que hunde sus orígenes en antiguas tradiciones orientales, permite indagar este camino de compromiso. Revela cómo las personas vivimos la ilusión de la separación. Los individuos nos enfrentamos a una ruptura interna que nos conduce a sentimientos de abandono, de separación de nosotros mismos y de nuestra naturaleza. Es como una pérdida de la conexión con una especie de paraíso originario en el que la naturaleza, también las emociones, nos proveían de un material adecuado para llegar a la conciencia de nosotros mismos.

En este proceso profundamente instintivo, emerge el miedo, una emoción que nos cuesta muchísimo sostener y que nos acerca a la vivencia del vacío. No es casualidad que en el mundo cada año se inviertan tres trillones de dólares en defensa. Toda una maquinaria de desconfianza alimentada por el miedo. Si todo eso se invertirá en la ayuda mutua, quedaría más patente la abundancia de la que nos dota la naturaleza. El miedo, una emoción que viene a protegernos, a alertarnos, conduce a la pérdida de control, a la incertidumbre. Como respuesta a esta incapacidad de adentrarse en el miedo y de exponerse al vacío, los individuos construimos personajes que nos sirven para encubrir todas esas emociones. Se trata de máscaras que representan un papel bien aprendido. Un ejemplo puede ser el complaciente, que busca mantener la paz a cualquier precio barriendo los conflictos bajo la alfombra; o el insensible, incapaz de contener sus emociones y que fácilmente estalla en violencia.

Al final terminamos por conceder la autoridad a nuestros miedos, es decir, a lo que viene de fuera. Nos quedamos fijados en una mentira, viviendo del conflicto y de la máscara, dándoles todo el poder. Pero es aquí donde podemos desvelar la trampa que nos hemos tendido, porque la verdadera prosperidad está en la satisfacción y no en el miedo.

Retornar a nuestra naturaleza pacífica, generadora de placer y bienestar, pasa por indagar en nuestras pasiones, nuestras evitaciones y nuestras fijaciones. Esta es la posibilidad que abre el eneagrama.

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