El mundo de la salud y el bienestar se amplía en muchas direcciones. Nuevas técnicas y nuevas miradas sobre la complejidad del ser humano están abriendo un enfoque más integrativo del proceso de sanarse y de despertar. Una medicina tal vez excesivamente centrada en la sintomatología, reaviva la pregunta sobre las coordenadas del dolor, el sufrimiento y las formas de abordarlo. El síntoma físico y el emocional están profundamente implicados, como lo está la orientación natural al placer, los instintos, las memorias celulares, el proceso biográfico y, más allá aún, el enfoque existencial que adopta cada uno personalmente.

Las corrientes humanistas proponen que nacemos con una forma naturalmente predispuesta al bienestar. La neurosis colectiva en la que nos integramos polariza, a posteriori, nuestros patrones de respuesta caracteriales y hace compleja nuestra adaptación. Perdemos de vista esa especie de naturaleza intrínsecamente conectada a nuestras potencialidades funcionales y amorosas  y, a cambio, se oscurecen las funciones de la necesidad y el deseo, derivando en una enfermedad colectiva. Hacemos un esfuerzo de adaptación a una sociedad enferma, alejándonos de nuestra naturalidad. Esta forma distorsionada de vivir incluye un pavoroso miedo al vacío-la puerta de salida del programa– que se ha bloqueado culturalmente mediante fórmulas depredadoras y patriarcales, derivando en una devastación a muchos niveles: ecológica, mental y emocional. Huir del vacío se alienta socialmente, convirtiendo a la muerte en un tabú y despojándola de su alianza sagrada con la vida. En esta huida generamos mucho sufrimiento interno debido a la ausencia de contacto con el sí mismo, la inevitable desorientación y el sufrimiento externo, al construir una sociedad de crecimiento económico ilimitado que no favorece la igualdad social, la salud ni la preservación del medio ambiente.

Nuestro cerebro y nuestra emoción están estructurados para promover actitudes de colaboración. El sufrimiento aparece por una pérdida de correspondencia interna entre lo que somos y lo que apreciamos ser. Es una especie de oscurecimiento. Como si de un efecto ceguera se tratara, podríamos compararlo con el habitante de una gran urbe que perdió la noción del origen de los alimentos cosechados en un campo que no ve, y del agua que cae de la montaña y nutre un manantial que no conoce. Su neurosis es pensar que esta construcción artificial que ha creado y que es la urbe, verdaderamente le nutre de los recursos esenciales.

Esta neurosis se despliega en tres frustraciones a lo largo de nuestra vida: la inhabilitación del cerebro derecho (frustración instintiva) con una domesticación del deseo y de nuestro animal interno, así como de nuestra intuición y sabiduría maternal-ecológica; la desintegración de las actitudes de colaboración interna y externa, (frustración amorosa) que disuelve la claridad del corazón para ejercer la compasión hacia uno mismo y los demás, y que alimenta las dependencias; y la pérdida de la conciencia del ser (frustración óntica) que nos desconecta de nuestra inclinación natural al éxtasis y lleva a proyectarnos en actitudes neuróticas, de escasez, y en el miedo al vacío y a la pérdida.

La relación de ayuda que aborda el counseling busca retomar las formas innatas de escucha, apoyo mutuo y reconciliación interna de las que el ser humano está dotado para resolver, para sí mismo y para otras personas, estas frustraciones. Se trata de desvelar ese oscurecimiento con la propia luz de la claridad interior, aceptando el requisito ineludible de sentir la desorientación real en la que vive el ser humano, desconectado de su interior y esclavo de su mente y su programa.  Básicamente aborda la resolución de trámites existenciales tales como: el colapso de los deseos más genuinos y su conexión con el sistema familiar; la necesidad permanente de una persona de sentirse querida que le lleva a ser emocionalmente dependiente; la constante interrupción del bienestar que le provoca el juicio interno; la contención de la rabia sostenida hacia un progenitor al que, considera, se debe amar; la culpa asociada a un hecho en el que existía un patrón de fuerte dependencia; etc. Todo ello, más allá de las mecánicas del carácter y las pasiones, tomando en cuenta esta dinámica disfuncional de la razón de ser y de amar que impregna todas nuestras cegueras.

La existencia se resuelve en la conciencia de los deseos y las emociones, y estas en el amor. Parece que todo lo que hacemos los seres humanos nos lleva a esa misma conclusión. El enfoque transpersonal del counseling incorpora al itinerario de recuperación del bienestar, la experiencia de ser seres amantes y de estar en un viaje de la conciencia, la aspiración espiritual. Esto no pertenece al patrimonio de nuestras estructuras médicas, científicas o religiosas. Recuperar una mirada humanista a la tarea de devolver la salud emocional y vivencial a nuestra sociedad, pasa por incorporar esta labor en la propia dinámica de nuestras relaciones, con profesionales añadidos que vengan de campos diversos de las ciencias y las humanidades, que incorporen una honda experiencia vital en las relaciones humanas, un impulso creativo en la búsqueda de las coordenadas de la salud y del sentido, y que experimenten la tarea del despertar del corazón compasivo como una verdadera vocación.

El trabajo con diversas terapias como la Gestalt, la hipnosis permisiva, la bioenergética o los psicodélicos, ayuda a habitar y traspasar el arduo territorio del vacío, a sostener y a atravesar las frustraciones, así como a recuperar la forma personal más genuina, contactar con el ser. También revelan un mapa común para todas las experiencias de bienestar y felicidad de cualquier ser humano: una apertura del corazón que da espacio, sin juicio ni lucha, a las experiencias internas y las emociones; un despertar de las formas intuitivas y de la función del deseo; y la aceptación del flujo de las cosas y el impulso abundante de la vida.