Todo lo que existe en el universo esta entrelazado por un fuerte vínculo de cohesión y está empujado por una inspiración que moviliza energías profundas. Las diversas tradiciones espirituales han nombrado esto de diferentes formas: pneuma, espíritu, ruah, ser, vida, etc. Es el flujo de las cosas, la fuerza que lo impregna todo.
En buena medida estar en la vida es incorporarse a eso que vincula todas las fuerzas existentes y alinearse con la inspiración que las alimenta. Entrar ahí, abandonarse a lo que la vida es, nos conduce a un conocimiento directo que no necesita usar palabras. Es una suerte de intuición que otorga claridad a la mente. Un conocimiento lúcido que no necesita de la maquinaria mental y que podemos ir desplegando a lo largo de toda la vida. De hecho, todo lo que nos sucede, viene como invitación a acrecentar esta conciencia.
Existe un poder incalculable al alcance de nuestra mano si optamos por ampliar la percepción y dar mayor espacio al inconsciente. La percepción humana ha cambiado a través de los siglos. Las culturas chamánicas en las que los seres humanos nos hemos desarrollado durante millones de años, reconocían en la percepción la auténtica vía para desentrañar la naturaleza de las experiencias que vivían. Su paradigma de conocimiento era el de la revelación. La realidad es una “epifanía”. Estaban en contacto con lo fascinante y lo tremendo. La admiración y el estremecimiento eran formas de acercamiento profundo a la realidad, emociones cargadas de sentido. En este movimiento se insertaba el inconsciente que aportaba su propio caudal de información. El primer homo que despertó a la conciencia, abrió el camino a lo abstracto. La propia naturaleza inauguraba de este modo una forma más expansiva de mirarse a sí misma. Esa inspiración o espíritu que moviliza todo lo que existe, esta forma de comprensión, sólo se puede experimentar.
Organizar esta energía y alinearse con ella, es la fuerza de tu chamán o chamana interior. Todos lo tenemos dentro, aunque hoy por hoy, degradado.
Es innegable que el proceso evolutivo se ha polarizado en un paradigma científico que nos aleja de esta conexión con la naturaleza de las cosas y de la vida. La muestra está en que las grandes religiones de libro, que han programado las culturas dominantes, han dado al traste con el planeta, quebrando el ecosistema. En nombre de Dios, se ha justificado la dominación y la explotación de los recursos naturales. El gran desastre colectivo que vivimos actualmente es haber perdido esta conexión y pretender tratar de transformar la inmensidad que nos rodea en algo estrictamente razonable. Para nosotros lo precipitado de nuestra existencia, nuestros inflexibles intereses, preocupaciones, esperanzas, frustraciones y miedos tienen prioridad. En el plano de nuestros asuntos prácticos, no tenemos ni la más remota idea de que estábamos unidos con todo lo demás.*
El ser humano se ha obsesionado con su capacidad de control y de transformación, olvidando los recursos innatos y su lugar específico en el complejo proceso evolutivo de la conciencia. Nos hemos convertido en criaturas de inventario: conoce los pormenores de cualquier realidad y eso le hace considerarse erudito o experto. El concepto de si, le ha llevado al ser humano a un modelo egocéntrico y homicida, además de ecocida. Ha quedado así atrapado completamente por su propia imagen, en su importancia personal, disfrazando de este modo el miedo.
La racionalidad y lo que muchas veces denominamos como sentido común, son en parte una construcción que nos aísla de nuestro lado más antiguo, lo que está depositado en el inconsciente, donde las emociones reproducían una función primordial, donde lo que se sabe no se puede expresar con argumentos. Hemos renunciado al conocimiento de lo abstracto a cambio del mundo de la razón.
Despertar al chamán interior es oponerse a este proceso de individuación racionalista y conectar con nuestra forma simbiótica e intuitiva. ¿Cómo hacerlo? Saliendo del programa de la vida cotidiana que nos adormece. Lanzándonos a conductas desacostumbradas. Es lo que Castaneda llama mover el “punto de encaje”. Intentar un “desatino controlado” qué nos permita acercarnos a ese conocimiento intuitivo conectado con el espíritu. Se trata de un salto mortal que va del conocimiento a lo incognoscible.
El chamán interior nos inicia en la maestría de estar conscientes del ser. Nos conduce hacia una sabiduría que no puede ser analizada, solo puede ser experimentada. Sabe que el único modo de entender con claridad es no pensar en absoluto. Y así se inicia el viaje de apertura al espíritu.
El viaje del chamán pasa por detener el mundo para introducir un elemento disonante en la trama de la conducta cotidiana. Un elemento disonante, por ejemplo es: no hacer. O hacer algo diferente. La hipnosis, la danza, la ensoñación, la canalización de la energía sexual, los estados alterados de conciencia, nos permiten abrir la puerta de esa conexión con el espíritu. Este se encuentra a disposición de cualquiera. Son puertas que nos llevan a nuevos estadios de nuestro potencial perceptivo.
La percepción existe en un plano muy abundante, más allá de la conceptualización. Y esa percepción puede moverse. Es la libertad que existe más allá de nuestras necesidades concretas. Modificar y ampliar la percepción nos abre a todo lo que es humanamente posible, fuera del plano bidimensional de escasa profundidad en el que nos manejamos cotidianamente. Cuando nos abrimos a ella, entendemos la importancia de renunciar a la importancia personal, de cortar luego las cadenas que nos atan a nuestro reflejo, y de descolocarnos.
Cada vez más personas intuyen todas las posibilidades ocultas que existen dentro de nosotros. El chamán interior nos despierta nuevas ideas para relacionarnos con ellas y con lo desconocido. Nos empuja a una suerte de abandono y al mismo tiempo impulsa nuestra audacia. Rompe la línea de continuidad en la que nos sujetamos y nos conduce a experimentar la muerte simbólica de nuestra importancia personal.
¿Cómo encontrarte con él? Experiméntalo en cualquiera de los talleres de Counseling Experiencial. A continuación un breve relato, un síntesis real de uno de los viajes en proceso hipnótico vivido por una persona con el nombre simulado.
El encuentro a través de la hipnosis con el chamán interior:
Antonio viaja internamente a una época antigua, como del siglo XVII. Es Joven. Se ve caminando por una gran ciudad, perdido. Recuerda que se ha ido de casa porque estaba muy mal. Siempre había discusiones y decidió escapar. Va ahora en busca de trabajo. Entra en una tienda de comestibles en la que hay mucha gente. Él es aún bajo de estatura y no sabe cómo acercarse a los tenderos para pedirles que le den una oportunidad. La gente se agolpa en el mostrador y el vive la escena con angustia. Al final acaba empujado hacia fuera, saliendo despedido por la puerta. Salió uno de los tenderos y le preguntó: oye chaval, ¿qué sabes hacer? Él respondió entre confuso e ilusionado: sonreír. Su viaje continúa más adelante y ahora Antonio se visualiza en un campo, seco, entre montañas. Hay un perro con él. Lleva una chaqueta cruzada, botas altas y mangas anchas. Camina hacia una casa. Al entrar, lo primero que reconoce es la chimenea y sentado junto a ella, un hombre anciano. Este hombre cuenta historias, habla de libros y narraciones interminables. Él se sienta a su lado y, con admiración y regocijo, le escucha durante largas horas. No habla, sólo sonríe.
Hacia el final de esa vida, se encuentra a sí mismo en la cama. Junto a él, su hija y sus nietos jugando alrededor. Su hija le coge de la mano. Él la mira a la cara. Llora profundamente.
- ¿Por qué lloras? Le pregunto.
- Porque la quiero mucho, dice Antonio.
Poco a poco abandona la escena. Va despertando y contacto con su cuerpo y su respiración. Se le ve claramente emocionado. Han emergido dentro de sí sensaciones que le han puesto en contacto con sustratos profundos de su biografía.
- Y ¿Qué has aprendido de esta experiencia? Le pregunto al finalizar la regresión.
- He aprendido a reconocer el amor. Ahora estoy en contacto con la necesidad de vivir la entrega hasta donde pueda y con la valentía de salir a tomar la vida, al mismo tiempo que sostengo el miedo. Veo la importancia que tiene para mi escuchar la sabiduría que me viene de otros. Y me doy cuenta del valor de equivocarme. Necesito sostener mis errores como parte de mi aprendizaje.
*C. Castaneda. El conocimiento silencioso. Madrid 2016.