Verdaderamente la naturaleza es mi casa, el lugar del que vengo, mi hogar espiritual. Es mi cuarta búsqueda de la visión. Esta vez me llevo una sensación poderosa de sanación. Reconozco cuanto poder tiene la naturaleza. Me pongo en sus manos. Me acerco al misterio, no lo puedo abarcar. Quiero abandonarme con perseverancia a este estado. Sé que la claridad llega por revelación. Al abandonarme, toda la energía que habitualmente derrocho, se pone a mi favor. Reconozco que yo soy la suma de mi poder personal, por eso elijo hacerme responsable de mi energía.
He llegado con una sensación de gozo por el amor que estoy viviendo. Me encuentro muy feliz. Percibo como me alimenta el amor. Me coloca en un energía adecuada, con mi corazón por delante. Me trae calma y quietud. La experiencia amorosa y tántrica me abre a la presencia, y tomo esta energía poderosa en mi para iniciar esta búsqueda. En esta ocasión he experimentado dos regresiones y dos ascensos al Nagual. Me han hecho comprender aspectos profundos de mi momento, de mi camino de despertar.
Voy dejándome fluir en el silencio, hecho de brisa y cantos de pájaros envueltos en primavera, en este paraje singular. Según me vienen las intenciones, muevo la energía. Me entrego a lo que venga: invocar, evocar, cantar, abrir mi percepción, visualizar, dialogar con los elementos, con los seres, escuchar mi voz interna, ascender al Nagual, crear estados, enfocarme en la magia, elaborar una reflexión a través de una idea lúcida que se me regala. El truco de la búsqueda es estar, permanecer. También darse cuenta de que la mente se entretiene y entonces, saber esperar y confiar. Como guerrero dejo que el pensamiento disuelva sus propias contradicciones y me entrego al no saber. El poder existe, se mueve, está más allá de mi comprensión. Actuar en alianza con el poder y el misterio, derrota las creencias. Confío en lo que sucede cuando la magia del universo se apodera de mi.
Me llega a la mañana siguiente una primera intuición, me percato del sentido de esta búsqueda: disolver formas de la rabia de mi carácter, completando el abrazo al dolor que inicié hace tiempo. Entiendo así el sentido de esta búsqueda, me alegra verlo. Soy consciente de que el guerrero que llevo dentro sostiene su compromiso de sanación como premisa para aumentar mi conexión con el espíritu.
Comienzo uno de esos paseos sin rumbo entre árboles, sintiendo que toda la naturaleza me acompaña. Esta vida es un viaje entre la polaridad del dolor y el anhelo del éxtasis. En el deseo hay fuerza, movimiento, sinergia. Tomamos el deseo para viajar en las polaridades. Me siento junto a un gran algarrobo. Le digo que me hable de todo esto: me muestra la mágica integración a la que tiendo cuando aprendo a abrazar el dolor, ya que esto despierta en mi la compasión más potente hacia la fragilidad. Al mismo tiempo, esto me permite construir mi poder y determinación, mi estructura y mi amor. ¡Qué potente! Abrazar el dolor despierta la compasión y se combinan en una polaridad fascinante. Tener una polaridad integrada da mucha energía. No quiero negar ninguna de las dos.
Encuentro caminando una piedra singular, amplia y plana, empotrada en el suelo, como un altar labrado hace tiempo en la roca. He llegado de forma casual. Me invita a tumbarme. Invoco la disolución de mi rabia y su transmutación en un abrazo amable al dolor. Y en esta posición, con la mirada puesta en las ramas de un árbol que me cubre en esta ara improvisada, de nuevo se me revelan cosas. Veo la polaridad que componen la agresión, la rabia, la ira y la defensa, por un lado, y la ternura y la compasión por otro. Caigo en la cuenta que la mutación pasa por la alquimia del dolor. Solo así se despeja la vía para la dulzura del corazón. Incorporo un mantra para cuando siento rabia: me duele mucho esto, siento mucha rabia y elijo atender mi rabia hasta poder abrazar mi dolor. Lo repito y lo grabo dentro de mi.
Vuelvo a mi espacio donde tengo una tela y el tambor. Después de tocar un rato me tumbo, me ha llevado a respirar de una manera particular, más conectado. Me viene la pregunta sobre la vía del chamán. Celebro haber descubierto en mi itinerario de vida esta forma auténtica de compromiso con mi despertar. En este momento le pregunto al Espíritu: ¿qué es el chamanismo? Me responde: la libertad espiritual. ¿En qué consiste? en manejar la energía. ¿Como se maneja? Le vuelvo a preguntar. Entendiendo la polaridad, me dice. En ese momento empieza a fluir dentro de mí una explicación, apareciendo con claridad, con la mente como testigo. Me dice: se maneja así; de un lado venimos con toda la densidad genética pendiente de sanar, que heredamos y que condiciona nuestros estados del ser, es el karma. Pero en el otro polo está nuestra capacidad para elegir, el poder de nuestra conciencia para configurar la realidad como deseamos a través de la visualización creadora, eligiendo con la intención dónde quiero ir. Es un poder específico de nuestra condición. En medio se sitúan los elementos del carácter condicionado por la sombra del ego, que oculta dentro la propia virtud. Donde hay polaridad hay energía. Lo único que podemos hacer es aprovechar esa energía en esta dimensión que es un conglomerado de polaridades, energía para crear, y hacerlo en el lado de la conciencia. Me dedico un tiempo a integrar este conocimiento. Es revelador ver los mecanismos de la existencia con nitidez. Me fascina la claridad.
El segundo día tengo un rato difícil. Me duele el cuerpo, la energía la tengo muy atascada, siento mucha inquietud física e incomodidad. Confío en la naturaleza, en sus tiempos y su sabiduría. Ella me espera. Entro en contacto con la ansiedad del no hacer, de la espera. Percibo lo adictiva que es la comida. Veo mi manera de comer sin escuchar mi cuerpo. Mi mente no para de planificar, le encanta y me cuesta salir. Confío en el tambor. Purifico mi ansiedad, mi necesidad permanente de encadenar tareas, de moverme. Invoco mi limpieza con el tambor. Permanezco un rato hasta que me envuelve el ritmo y me trasporta.
Tomar el poder pasa por restar fuerza al hacer cotidiano y al auto reflejo, la importancia personal. Quitar énfasis, dedicar la energía a través del reposo a los campos sutiles de la acción espiritual. Soltar las agendas del yo, desmantelar tanta energía atrapada. Cuando me rindo a mi poder interior, ninguna necesidad me arrastra. Veo algo más curioso aún: cómo funciona dentro el mecanismo de víctima. En el pasado le di fuerza al hecho de pensar que estoy condicionado por mis vivencias, por mis padres, por lo que no he tenido, etc., y eso me hace justificar muchas cosas. Error.
EL poder supone cambiar esto. Tiene que ver con la capacidad de ser fluido y libre. “Libre de” las expectativas, creencias, suposiciones y miedos. Si elimino esto quitándole poder, me aguarda la experiencia del gozo. El gozo no es la simple gratificación autocomplaciente. Para llegar al gozo tengo que vivir el equilibrio entre la sobriedad y la entrega.
Me tumbo en la tienda y pongo el foco en acceder a mi primera regresión. Entro tras un rato de esperar a que la mente se apacigüe. Soy granjera, vivo en un espacio pequeño. Cuido las gallinas y atiendo la cocina. Mi marido, agricultor, llega hacia el atardecer cada día. Es un lector ávido de libros de historia. Cada noche me relata episodios que me hacen viajar con mi fantasía. Es el único momento de placer, como lo es el contacto con la vida, viendo pasar las estaciones con las que conecto y con el trascurrir del tiempo. No tengo hijos. Todo es rutinario y austero. Acudo al final de mi vida. Estoy sola. Miro por la ventana, sé que esa primavera es la última estación del año para mí. Veo mi cuerpo de anciana con un camisón. Abrazo el dolor que supone aceptar una vida sin grandes estímulos, sobria. Apenas había vivido experiencias, pero sentía un poso de alegría auténtica. Estaba bien. Me abandonaba al curso de la vida. Siento mucha confianza ahora. Esta vida me trae una alianza muy bonita con los ciclos de la vida y la naturaleza. Asumo con mucha tranquilidad el final. Es extraordinario mi sentimiento de abandono confiado a transitar la muerte. Me conecta con aceptar los límites de la vida, con la alegría contenida en la sobriedad y con la importancia del amor sostenido, sencillo. Abrazo esta claridad.
Invoco la magia. Observo como tengo mucha motivación para pensar en las situaciones de personas queridas y ensayar la magia. Invoco la sanación y ensayo esta práctica. Imagino a las personas logrando estados de mayor bienestar y consiguiendo situaciones más satisfactorias en su vida. Me da placer. Para ello ideo situaciones concretas en las que se da esa realidad. Las visualizo y las conecto con mi emoción. Invoco también la magia para mí. Recuerdo la frase que me impactaba recientemente: lo que sale de Dios vuelve a Dios. Si yo vuelco una mirada y una intención como Dios, la realidad me devuelve eso que yo proyecto y programo, como Dios que soy. Sanación, respuesta amorosa, lo que sea. Practico la fe. Me parece un ámbito de poder fascinante. Me comprometo conmigo a explorar más esta faceta.
Es de noche. Me despierto y me asomo a ver el cielo estrellado. El silencio del bosque ahora me hace conectarme con la vida que hay contenida en todo lo que me rodeo, extraordinaria. Donde aparentemente no hay nada, hay mucha presencia, misterio lleno de noticias que me esperan. Me atrapa el espectáculo de la naturaleza en profunda calma. Vaya regalazo.
Me tumbo y comienzo un nuevo viaje al Nagual. La técnica ya me resulta familiar. Aparezco de nuevo en la cueva donde otras veces me he visto con una anciana chamana. Entro y la encuentro como siempre, disponible a devolverme sabiduría. Me pide que mire al fuego. Me siento a su lado y me pregunta ¿Qué traes?, le digo: quiero saber cómo libero el corazón de los sentimientos de rabia y de miedo. Me dice que mire el fuego. Veo una escena bien conocida para mí: el niño de mi infancia abrazado a sus piernas y aterrorizado en el pasillo. Ella me dice: la alquimia consiste en cambiar la rabia por dolor. ¿Cómo lo hago? Le pregunto. Me ha hecho volver a mirar el fuego y he visto el niño saliendo de casa, decidido, con fuerza, convirtiéndose en hombre. Entonces me ha llegado esta afirmación de poder: yo doy el amor que quiero en tiempo y forma, y esto es adecuado para mí. No hay exigencia en el amor. Lo doy a mi manera, escuchando mi necesidad. Y no dudo de que eso es amor. Suelto el requerimiento. Puedo decir por ejemplo: yo te quiero, solo que ahora, no puedo; solo que así no; solo que esto no puedo hacerlo. Te quiero, pero esto elijo no hacerlo. Te quiero y no dudo de mi amor. Y estoy en paz.
Abrazo a mi niño aterrorizado por el dolor y la culpa. Salgo a un estado de lucidez. Así como el deseo trae de la mano el miedo y empuja a que los atravieses, el amor invita a abrazar el dolor. El deseo invita a que muevas el miedo y cuando te entregas al amor de la mano de esos miedos, completas el viaje más potente que es la sanación del dolor a través del amor. Entiendo ahora este universal. Confío en el poder transmutador del amor, me trae mucha claridad y quiero entregarme a esta vivencia. Ahora sí siento fuerza para abrazar el dolor, el propio y el de las personas que amo. Percibo un cambio potente dentro de mí. Lo integro, dejo sentirlo dentro durante largo rato. Me duermo.
Al día siguiente, en el segundo ascenso al Nagual, completo la experiencia. Pongo la intención de nuevo en sanar la rabia y entrar en la dulzura. Inicio la visión, como siempre, dando prioridad a mi mente intuitiva y dando espacio a lo que aparece, para que el relato vaya fluyendo en automático. Me he encontrado a lo pies de un árbol descomunal. En el tronco un hueco me permitía sentarme como empotrado en la madera. De alguna forma me abraza. Me dice que él, para ser así de fuerte y pacífico no ha hecho nada más que estar ahí. Sentía como inhalaba aire por las raíces y expiraba por las hojas, y viceversa. Percibía su poder al mismo tiempo que experimentaba como absorbía mi rabia en este movimiento respiratorio.
En un momento dado me pregunta si tengo fe. Le respondo que quiero practicarla. Al instante ha llegado la figura de Cristo y me ha mirado a los ojos. Se ha señalado el corazón con dos de sus dedos, lo cual me ha conectado con la ternura y con un fuerte sentimiento amoroso. Esta vez es él el que me pregunta si creo en él, le digo que sí. Entonces me responde: queda sanado. Me inunda una sensación extraordinaria de paz. Al instante me dice: veo a tu niño aterrorizado. Inmediatamente aparece mi padre. Acudo por impulso a abrazarme a su pecho. Por primera vez mi cuerpo experimenta una ternura abundante en contacto con él. En este instante me rindo emocionado a sentirlo como padre amoroso y tierno. ¡Es tan sanador sentir esto! Él me habla y me dice: lo siento, yo no pude aplacar mi rabia y me ahogué, pero tú si puedes. Me deja profundamente conmovido. Cuanta sanación cada vez que restauro la energía masculina desde el corazón.
Me despierto de madrugada y de nuevo me asomo para disfrutar de la fascinante bóveda celeste. Me doy cuenta de que, despertarme a esa hora, es una invitación de la vida a poner energía en la ensoñación. Me da alegría entenderlo, así lo haré. De momento me entretengo en hablar con las tres cartas del Simbolón que extraje antes de iniciar esta búsqueda. Me pongo a la escucha. Es sorprendente, cada vez es más fácil visualizar, cada vez es más natural recibir ideas claras desde la percepción ampliada.
La primera carta del Simbolón dice que trabaje mi magia, que no haga nada, que no me pelee con nada y que proteja la paz, como el guerrero. Que practique la fe, que el universo me inunda de bienes y que trabaje mis estados internos, ya que todo lo que necesite que venga, vendrá. La segunda carta me dice que cada persona tenemos un viaje espiritual único y personal. Que cuando estoy en una relación sintonizada, este viaje se amplifica y se puede llevar más lejos. Que no me pierda en las vicisitudes de la relación, los guiones argumentales, que nos enfoquemos en el viaje espiritual. Que no me acomode ni me pierda en las complejidades innecesarias. Que descubra la peculiaridad y el valor especial de cada uno en el viaje espiritual. La tercera me habla de que pronto sabre lo que estar al servicio del espíritu y de la intuición. Me fascina la claridad con la que llegan las palabras. No provienen de mi, pero están en mi, no es mi mente, pero mi mente hace de testigo.
Dejo para el final la historia que más me ha marcado en esta búsqueda. Es la segunda regresión en la que tuve mucha claridad en la experiencia. La viví tumbado debajo de un árbol. Yo era niño en el continente americano en tiempos del descubrimiento. Caminaba y jugaba con el agua a orillas del mar. Observo de repente un galeón al fondo, es la primera vez que avisto algo así y me extraña su forma a la vez que excita mi curiosidad. Subo la pendiente de arena que me separa del poblado hecho de chozas y según llego, ya salen todos a verlo, se han percatado de ese extraño objeto navegante. Me abrazo nítidamente a la pierna izquierda de mamá mientras observo con curiosidad y sintiéndome protegido por la tribu. Todos vestimos con una tela similar, color crema y con una cenefa. Somos morenos de pelo liso y bellísimos.
Salto de escena. Soy ahora el guerrero jefe de la tribu. Voy al frente con varios guerreros conmigo y me acerco a un capitán español que ha atracado el galeón junto a nuestro poblado. Están en la orilla. Traen sus vestimentas acorazadas, sus armas de pólvora y un baúl con bisuterías. Hay un traductor a su derecha y numerosos marineros le acompañan. Me dice que quiere asentarse aquí, en esta tierra. Entiendo que solicita permiso. Yo le digo que el sol brilla para todos los que habitan aquí y que la lluvia cae sobre quienes descansan en esta tierra sin distinción y que, siendo así, nosotros no tenemos poder para decidir quién quiere vivir aquí. No somos dueños de nada. Ellos me dicen que me traen regalos de su país en ese baúl como muestra de cortesía para instalarse en la tierra. Les digo que, si quieren regalarme eso, bien, pero no será para comprar un permiso que no puedo darles. Nosotros cazamos, pescamos y cuidamos a los niños. Defendemos y preservamos el mayor bien: la paz. Se regocijan en mi respuesta. Nos despedimos. En ese momento les expreso: conoceré vuestros corazones.
Salto de escena. Soy más anciano y me acerco con mi caballo a un fuerte construido por los conquistadores. Entro y me siento frente a un capitán con el que me he citado para conversar. Estamos en un patio de arena. Allí le digo que he distinguido sus corazones. Abro toda mi expresión y con fuerza les digo como siento que los guía la rabia, al afán de poder y la venganza. El me dice que solo obedece órdenes de Castilla. Yo le digo que me entristece. Nosotros solo obedecemos a la vida, la naturaleza y únicamente nos guía nuestro corazón que sirve a la paz. Le pido que no se acerquen a nuestros hijos, que los corrompen. Y me voy.
Soy un guerrero de paz. Me conmueve sentir dentro de mi esta fuerza que no depende de lo que hago ni de como me defiendo, sino que reside en el poder de mi corazón y mi palabra. Siento dentro de mi una poderosa energía que nace de la renuncia a toda lucha. No soy dueño de nada. Siento con más claridad como es rendirse a mi poder interior. No hay nada que hacer, está hecho todo, esto me completa. Disuelvo la rabia, es un mecanismo viejo de huida del dolor. Invoco la paz, un bien espiritual dentro de mi.
Hay mucha novedad en esta experiencia junto a la naturaleza. Me da más de lo que necesito, no tengo ni que pedirlo. Ya no busco tanto obtener respuestas concretas a mis dilemas, sino simplemente recibir la sabiduría del nagual en cada presente. Reactivo la atención creativa, confío en las posibilidades de la percepción, y llega la novedad: existe un vasto campo de poder en el no hacer y la apertura a la visión interna.
Veo muy claramente como todo esto ya lo tuvimos y simplemente lo hemos olvidado: la confianza en el poder de la naturaleza, la apertura de los sentidos sutiles, la conexión energética con el cuerpo y la danza, la capacidad de entrar en estados de visión y de claridad. Lo denso me enreda. No hay espacio para el milagro. Cada búsqueda me abro más a la vida del espíritu.
Retorno con una extraordinaria sensación de paz. Mi guerrero me ha impregnado de presencia y de poder. Entiendo el significado de abrazar el dolor. Puedo con ello. Quiero poner más consciencia en la comida. Estar aquí tres días me coloca ante mis límites y me da la oportunidad de romper la estabilidad de mi mente y mi ego para recuperar el auténtico equilibrio.
Olé!!! qué bello! me encantaría ser capaz de hacerlo algún día…