El capital dice “yo soy el primero”. Nos ha convencido que, atender el progreso y las variables del capital, es nuestro destino. Este mensaje, tan patriarcal por otra parte, alimentado de un sistema fuertemente jerárquico, ha hecho que la especie homo, rindamos culto a tan poderoso tótem, sacrificando o descafeinando las virtudes naturales que nos acompañan como seres dotados de emoción y sentido.
Este dios implacable aplica la lógica mecanicista a los sistemas vivos. Dejamos de ser espontáneos para pasar a ser convenientes o inconvenientes. El homo oeconomicus se dice a sí mismo: la producción es el actor principal de mi película. Las emociones, la naturaleza, la ética, la estética, etc., son, definitivamente, actores secundarios. Las relaciones personales han quedado así damnificadas. Vivimos emociones transgénicas, manipuladas en su ADN natural para que sean aptas para el consumo.
Las emociones languidecen en una sociedad de grandes superficies, trabajo fijo y planes de pensiones. La ruptura que provoca el capitalismo es una especie de translimitación, donde se empaquetan las emociones en contenidos publicitarios extraordinariamente bien diseñados para despertar necesidades, y las convierten en útiles, siempre y cuando sirvan a la obsesión por el progreso económico.
Al final, nos hemos cargado la compleja red de interrelaciones sistémicas que nutre este organismo vivo que es nuestra vida emocional. La inteligencia sin lucidez emocional es ciega, y la lógica desarrollista un tratado de las cosas muertas. Como dijo W. Kaufmann, la vida es un compromiso entre la estructura y la sorpresa. ¡Abajo las sorpresas, dice el capital!
¿Cómo son las emociones transgénicas? Emociones manipuladas en su energía originaria para servir a otro fin, para hacerlas cómodas en el mercado de valores. Del mismo modo que Monsanto manipula las semillas para que solo puedan ser cultivadas una vez, aquí las manipulamos para que, como mucho, a lo largo de nuestra vida, nos asalten una vez ¡y con los mínimos desperfectos posibles! Vamos a ver qué sucede con estas emociones básicas.
Con el amor decimos: es para siempre. Enamorarse, sentir amor por una persona, nos introduce invariablemente en la expectativa de las “medias naranjas” que vienen a completar algún aspecto de nuestra vida que no podemos completar por nosotrxs mismxs. El amor transgénico es sublime, romántico, único y eterno. Si desaparece no es porque el amor viva transformaciones, por cierto, la mayor parte de las veces creadoras, sino porque se muere. Esto conlleva consecuencias trágicas: sentimientos de abandono, de fracaso y de traición. En fin, un guion suculento para el negocio de las emociones. El amor en su forma natural y auténtica reproduce formas de encuentro, comunicación y relación. Es atemporal y viaja. Su intensidad varía. Involucra el ser del otrx, reproduce el afecto, el vínculo, la complicidad, la intimidad, el cariño, todo un caudal de riqueza y generosidad. Expresarlo sin negociar las condiciones del vínculo, es un acto de naturalidad y de alegría genuina.
La rabia, se nos dice, no es útil, hace daño y es inconveniente. Tampoco hay que ponerse así, solemos expresar. La rabia solo trae inestabilidad, es la mecha del conflicto. La rabia es egoísta, manifiesta una queja y esta ya tiene sus cauces administrativos para darle salida. Algo formal. Al final nos llevan a la conclusión de que es mejor perdonar. Para ello existen muchos caminos espirituales que hacen posible disolverla. Pero no, la rabia lo que tiene es que no se disuelve. Se enquista y genera enfermedad física y social. La rabia es un movimiento interno de desahogo necesario. En contacto con una contención de algo de lo que se nos privó, de algo en lo que no se nos tuvo en cuenta, necesita expresarse para movilizar todas las energías asociadas hasta llegar a la rendición. La rabia necesita ser escuchada, tenida en cuenta, acompañada, aliviada. Aprender a expresarla es un proceso personal que pasa por abordar nuestros límites internos.
El miedo, especialmente el miedo al vacío, hay que evitarlo. Su mutación artificial es dejarlo contenido. El miedo, sin expresar, nos hace sumisos y dependientes, cuando desde fuera nos dan la solución. Todo nuestro sistema social está diseñado para contener el miedo. El miedo nos acerca a la experiencia del vacío, donde soltamos la seguridad. Pero el gran negocio de la guerra y la economía de escala requieren de esta gasolina. El miedo asoma hoy en cualquier mínima alternación de las condiciones del bienestar, material. El miedo, cuando se expresa desde el contacto profundo, nos hace más libres. La libertad, tan revolucionaria, pasa por traspasar los estados del miedo que en realidad solo son eso, miedo, desconocimiento, incertidumbre, vulnerabilidad. Traspasarlo nos saca a la certeza de la libertad, a la no dependencia.
La tristeza, hay que aliviarla, hay que salir de ella. En una sociedad que se conduce por el éxito, la tristeza es un estado sin valor, espúreo. No llores cariño, les decimos a los niñxs desde sus primeras expresiones. La tristeza, en sus múltiples manifestaciones de depresión, desmotivación, solo se medica. La tristeza se modifica genéticamente porque nos aleja del triunfo, de estar bien, ser productivos, adecuados. El triste solo puede recibir ayuda o consuelo. Pero la tristeza nos lleva al contacto con la fragilidad, con nuestras necesidades o con recursos emocionales que nos permiten sentir la vida de forma diferente. Nos abre la comunicación en lugares más cercanos. La tristeza expresada alivia las carencias vividas y nos puede llevar al agradecimiento.
El deseo, si es sexual, hay que esconderlo. Le decimos: eso es un asunto de la intimidad de cada uno. Se privatiza. Lo valoramos como egoísta y su manifestación espontánea solo puede conducir a la lujuria. La expresión del deseo viene manipulada por la seducción y todos los circuitos ocultos que están para alimentar y hacer negocio con el deseo. Pero el deseo es un poderoso movilizador. Implica nuestra espectro emocional si no nos quedamos en un puro manejo de la energía sexual. Nos empuja siempre para encontrarnos con algo de nosotrxs mismxs. La energía del deseo pulsa desde la sexualidad para hacer un viaje por todos los centros, abriendo el corazón, dándole espacio a la palabra sensible, y tomando la experiencia espiritual.
Las emociones son lo primero porque nos traen la verdadera vitalidad, la conexión profunda con nuestra satisfacción, si logramos descapitalizarlas y tomar su energía para gestionar nuestra vida con la mejor brújula interna que poseemos.
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