Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego si; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego, sí; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Esta “normalidad”, como cuenta Yayo Herrero, es la de una cultura hegemónica capitalista que va en contra de las bases materiales de la vida: el planeta tierra y el cuerpo finito. Configura nuestra forma de ser, nos lleva a una lógica sacrificial donde todo se pone al servicio de un tótem: el progreso. Crea una religión civil y acatamos su voz. Explota los recursos naturales, nuestro tiempo y nuestra energía en orden a sostener una sociedad desigual y extractivita.  

Durante mucho tiempo yo internalicé esas voces y me instalé en la normosis. Eran voces que hablaban por mí, me sustituían: creencias, opiniones, posicionamientos que estructuraban mi importancia personal. Con todo ello reproduje una identidad, me la creí y viví con ella. Me entregué al infinito debate de la dualidad, me encantaba debatir. Adquirí argumentos, ideas, posiciones. Desde niño me educaron para recibir enseñanzas, instrucciones, guías, y cuando comencé a beber de fuentes humanistas, a explorarme, entendí que no las necesitaba, que el auténtico poder está dentro. Y fíjate: me costaba creerlo. ¡Cómo cuesta creerse el poder propio! Tampoco sabía qué hacer con él. Toda una paradoja.

Ahora descubro que lo que me ha salvado es volverme real. Recuerdo el mito de la caverna de Platón escrito hace 2.400 años. Su sencilla metáfora visual sigue siendo actual. Lo que hay dentro no es real, son sombras. Salir fuera es el reto, supone acceder a lo permanente, a las matrices suprasensibles, al mundo de las ideas: los universales. Se trata de ver la luz primigenia. Las sombras son la dualidad. El espíritu es, solo puede ser, luz. Dentro de la cueva observo como me aferro al mundo de la razón. Esta realidad hecha de dualidades me lleva fácilmente al colapso. Yo también anduve obsesionado en generar coherencias operacionales para agarrar la realidad. Eso hace la mente, juegos de la dualidad. Cuando sales de la cueva, sales de la matrix. Es una osadía; para salir de la cueva tienes que darte cuenta de que estás en una cueva. Fue entonces cuando la vida me trajo reconocer mejor las auténticas fuentes de la satisfacción humana, que para mí son: la naturaleza, nuestras cualidades creadoras, la sensibilidad, los cuidados y las relaciones (comunidad-intimidad), mis recursos instintivos y el despliegue de mis poderes espirituales.

Cuando suelto la obsesión victimista y el juicio, comprendo que estoy aquí para disfrutar la experiencia de ser, de estar vivo en este maravilloso planeta. Entonces suelto la dinámica explotadora. La física cuántica nos reclama un cambio en el modelo de pensamiento: teoría del caos, campos morfo genéticos, modelos holográficos, etc., nos están diciendo que la realidad es misterio, que es inaprehensible y que pretender apropiarse de todos sus principios distorsiona la propia naturaleza, ya que el observador (nos dice este modelo) modifica lo observado. Pero el miedo se obsesiona con las certezas y preferimos seguir discutiendo dentro de la cueva.  

El miedo es el peor virus, el gran depredador. Sigue condicionando las posibilidades mágicas de las que estamos dotados como seres humanos cuando activamos la confianza interna. El miedo y la pérdida del ánimo nos enferman. Ánimo = ánima = alma.

Estos días hablando con varias personas he podido observar la mecánica del miedo. Amigas que se han visto confinadas con sus familias, reciben advertencias cuando, por diversas razones, se plantean salir de casa. Les recuerdan, con cierta presión emocional, que existe una ley “inquebrantable” que exige, dentro del clan familiar, protegerse mutuamente del miedo. Es una lealtad debida, que perdura generación tras generación: el miedo, nos dicen, siempre se ha vencido renunciando a cuotas de libertad, y así debe seguir siendo. El virus ha venido a desvelar estas dinámicas. Podemos elegir conquistar algo distinto. El ser humano tiene una extraordinaria audacia espiritual.

Somos seres eternos aunque, a menudo, desconectados de la fuente. El origen de todas las guerras ha sido el miedo a lo que llevamos dentro: la herida. Por eso huimos de estar solos. Por eso exigimos lealtad al clan, al amor, por eso nos apegamos a una identidad falsa. Esta herida, en último término, es siempre una experiencia incompleta en forma de dolor ancestral. Nace de la profunda necesidad que tiene el ser humano de vivenciar el amor incondicional, sentir que tenemos un lugar en el corazón de otra persona. Rehabilitar la experiencia amorosa espiritual, curar el corazón, permite reconectar con la fuente. Esto, más allá de lo terapéutico, pasa por ensayar fórmulas comunitarias cohesionadas, en tribus donde nos sintamos vinculados por nuestro deseo de sanar, conquistar los miedos y despertar.

Ahora que nos hemos quedado solos/as en la habitación, te propongo: déjate sentir, sostén la ansiedad, para el  mundo y respira. Si puedes, suelta todos los planes por un día, por tres días. Todo eso que aparece como emoción intensa, incómoda, desconocida, es la materia prima de la auténtica transición ecológica. Ahora abre esta experiencia a una persona de confianza.  Explora la vulnerabilidad en un espacio de intimidad. Contacta con tus recursos espirituales y observa que sucede cuando logras completar experiencias de compasión hacia ti mismo/a. Bien, has salido de la cueva, de las sombras, el auténtico confinamiento. Porque conectando vía experiencia con los universales, dejamos de ser manipulables. Es la vía espiritual.

Salir de la rueda del maya pasa por: abordar esta herida; parar el mundo y estar consciente de ser; y despertar nuestro potencial como seres perceptivos. Es como renacer, reinventarnos. El mito del ave fénix, el ave que se desvanece para renacer con toda su gloria de sus propias cenizas, además de su extraordinaria fuerza y dominio sobre el fuego, contenía una curiosa virtud: sus lágrimas eran curativas. Esta es la forma misteriosa que adopta en esta dimensión el conocimiento silencioso.

Somos parte del misterio. El conocimiento auténtico es silencioso, no se puede pensar ni expresar y sin embargo es total (Castaneda). El Físico Eddington definió el universo como “algo desconocido que hace algo que no sabemos qué es”, en referencia al misterio de las fuerzas que actúan entre los cuerpo celestes. El verdadero progreso es entender que cada cual somos gurús, magos y hacedores de esas energías universales a las que pertenecemos.

Salir de la cueva es muy inquietante. ¿Quién seré al otro lado? ¿Quién soy cuando renuncio a mis debates, a mis empeños, mis rutinas? ¡Con todo el esfuerzo que hago para ser feliz! La trama del despertar espiritual pasa por un sutil cambio interior. Entender que la verdadera alegría es una causa y no un efecto. Si crees que es un efecto estarás toda la vida buscando fuera lo que te complete. El camino espiritual comienza cuando entiendes que estás completo/a. Dentro tienes la sombra y la luz que la alumbra. La herida y la medicina. Dentro está el dolor y el máximo potencial de mutación. El amante y el amado. El dios y la diosa. Mi cuerpo energético, por ejemplo, incluye el de mis padres a los que puedo abrazar permanentemente a través de él.

¿Cómo me imagino en la práctica maneras de despertarnos, de construir la nueva normalidad? Aquí van una serie de sugerencias.

  1. Hemos dimitido de nuestra naturaleza espiritual y salvaje. ¡Me pido un plan de rescate! Adquirir la práctica de maravillarnos simplemente de ser, estar vivos. Soltar el plan, dejarme sorprender permanentemente. No estamos separados de la vida. Somos una sinfonía interconectada y solo tenemos que danzar instintivamente para experimentar altos grados de expansión en unión con la vida.
  2. Descondicionar el amor y la sexualidad de todas las adherencias emocionales y las creencias, para abrir todo el potencial espiritual que contiene la energía sexual.
  3. Permitirnos que la vida nos abra el corazón a través de las relaciones. Abrir el camino de la sensibilidad que se manifiesta en las formas de relaciones íntimas y de confianza.
  4. Una parte de la tecnología viene a interponerse entre nosotros y nuestras cualidades innatas. Esa tecnología no tiene alma. A mí me deja vacío, me hace autómata, me absorbe el cerebro. Últimamente, además, nos controla, toma el poder. Elijo protegerme.
  5. La auténtica tecnología la llevamos dentro. Pasa por desplegar el propósito superior escondido en el ADN, acelerar el despertar. Pasar de la materia a la conciencia y comenzar a utilizar nuestro potencial psíquico del plexo solar y extrasensorial.
  6. Creernos que nuestro estado natural es un estado cercano al éxtasis, al que accedemos sin agotar energías ni recursos, sino a través de la contemplación de la vida fuera y dentro de nosotros y a través de nuestro poder interno.
  7. Tenemos un rol protagonista en configurar ya el humano futuro, sus formas de relación sensibles y su libertad auténtica. Comencemos por hacer el ejercicio de imaginarlo y ensayarlo en laboratorios comunitarios.

Salir de la matrix es un acto instintivo, espiritual y salvaje. Sócrates dijo que si el alma puede tomar aunque sea una pequeña distancia del cuerpo, entonces puede percibir el verdadero ser. Es eso, una parada, en el silencio de tu habitación, de tu meditación, de tu danza sutil, es una iluminación, a tu alcance, muy cerca, al otro lado del confinamiento.

Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego si; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Esta “normalidad” como cuenta Yayo Herrero, es la de una cultura hegemónica capitalista que va en contra de las bases materiales de la vida: el planeta tierra y el cuerpo finito. Configura nuestra forma de ser, nos lleva a una lógica sacrificial donde todo se pone al servicio de un tótem: el progreso. Crea una religión civil y acatamos su voz. Explota los recursos naturales, nuestro tiempo y nuestra energía en orden a sostener una sociedad desigual y extractivita.  

Durante mucho tiempo yo internalicé esas voces y me instalé en la normosis. Eran voces que hablaban por mí, me sustituían: creencias, opiniones, posicionamientos que estructuraban mi importancia personal. Con todo ello reproduje una identidad, me la creí y viví con ella. Me entregué al infinito debate de la dualidad, me encantaba debatir. Adquirí argumentos, ideas, posiciones. Desde niño me educaron para recibir enseñanzas, instrucciones, guías, y cuando comencé a beber de fuentes humanistas, a explorarme, entendí que no las necesitaba, que el auténtico poder está dentro. Y fíjate: me costaba creerlo. ¡Cómo cuesta creerse el poder propio! Tampoco sabía qué hacer con él. Toda una paradoja.

Ahora descubro que lo que me ha salvado es volverme real. Recuerdo el mito de Platón escrito hace 2.400 años. Su sencilla metáfora visual sigue siendo actual. Lo que hay dentro no es real, son sombras. Salir fuera es el reto, supone acceder a lo permanente, a las matrices suprasensibles, al mundo de las ideas: los universales. Se trata de ver la luz primigenia. Las sombras son la dualidad. El espíritu es, solo puede ser, luz. Dentro de la cueva observo como me aferro al mundo de la razón. Esta realidad hecha de dualidades me lleva fácilmente al colapso. Yo también anduve obsesionado en generar coherencias operacionales para agarrar la realidad. Eso hace la mente, juegos de la dualidad. Cuando sales de la cueva, sales de la matrix. Es una osadía; para salir de la cueva tienes que darte cuenta de que estás en una cueva. Fue entonces cuando la vida me trajo reconocer mejor las auténticas fuentes de la satisfacción humana, que para mí son: la naturaleza, nuestras cualidades creadoras, la sensibilidad, los cuidados y las relaciones (comunidad-intimidad), mis recursos instintivos y el despliegue de mis poderes espirituales.

Cuando suelto la obsesión victimista y el juicio, comprendo que estoy aquí para disfrutar la experiencia de ser, de estar vivo en este maravilloso planeta. Entonces suelto la dinámica explotadora. La física cuántica nos reclama un cambio en el modelo de pensamiento: teoría del caos, campos morfo genéticos, modelos holográficos, etc., nos están diciendo que la realidad es misterio, que es inaprehensible y que pretender apropiarse de todos sus principios distorsiona la propia naturaleza, ya que el observador (nos dice este modelo) modifica lo observado. Pero el miedo se obsesiona con las certezas y preferimos seguir discutiendo dentro de la cueva.  

El miedo es el peor virus, el gran depredador. Sigue condicionando las posibilidades mágicas de las que estamos dotados como seres humanos cuando activamos la confianza interna. El miedo y la pérdida del ánimo nos enferman. Ánimo = ánima = alma.

Estos días hablando con varias personas he podido observar la mecánica del miedo. Amigas que se han visto confinadas con sus familias, reciben advertencias cuando, por diversas razones, se plantean salir de casa. Les recuerdan, con cierta presión emocional, que existe una ley “inquebrantable” que exige, dentro del clan familiar, protegerse mutuamente del miedo. Es una lealtad debida, que perdura generación tras generación: el miedo, nos dicen, siempre se ha vencido renunciando a cuotas de libertad, y así debe seguir siendo. El virus ha venido a desvelar estas dinámicas. Podemos elegir conquistar algo distinto. El ser humano tiene una extraordinaria audacia espiritual.

Somos seres eternos aunque, a menudo, desconectados de la fuente. El origen de todas las guerras ha sido el miedo a lo que llevamos dentro: la herida. Por eso huimos de estar solos. Por eso exigimos lealtad al clan, al amor, por eso nos apegamos a una identidad falsa. Esta herida, en último término, es siempre una experiencia incompleta en forma de dolor ancestral. Nace de la profunda necesidad que tiene el ser humano de vivenciar el amor incondicional, sentir que tenemos un lugar en el corazón de otra persona. Rehabilitar la experiencia amorosa espiritual, curar el corazón, permite reconectar con la fuente. Esto, más allá de lo terapéutico, pasa por ensayar fórmulas comunitarias cohesionadas, en tribus donde nos sintamos vinculados por nuestro deseo de sanar, conquistar los miedos y despertar.

Ahora que nos hemos quedado solos/as en la habitación, te propongo: déjate sentir, sostén la ansiedad, para el  mundo y respira. Si puedes, suelta todos los planes por un día, por tres días. Todo eso que aparece como emoción intensa, incómoda, desconocida, es la materia prima de la auténtica transición ecológica. Ahora abre esta experiencia a una persona de confianza.  Explora la vulnerabilidad en un espacio de intimidad. Contacta con tus recursos espirituales y observa que sucede cuando logras completar experiencias de compasión hacia ti mismo/a. Bien, has salido de la cueva, de las sombras, el auténtico confinamiento. Porque conectando vía experiencia con los universales, dejamos de ser manipulables. Es la vía espiritual.

Salir de la rueda del maya pasa por: abordar esta herida; parar el mundo y estar consciente de ser; y despertar nuestro potencial como seres perceptivos. Es como renacer, reinventarnos. El mito del ave fénix, el ave que se desvanece para renacer con toda su gloria de sus propias cenizas, además de su extraordinaria fuerza y dominio sobre el fuego, contenía una curiosa virtud: la de que sus lágrimas eran curativas. Esta es la forma misteriosa que adopta en esta dimensión el conocimiento silencioso.

Somos parte del misterio. El conocimiento auténtico es silencioso, no se puede pensar ni expresar y sin embargo es englobante, total (Castaneda). El Físico Eddington definió el universo como “algo desconocido que hace algo que no sabemos qué es”, en referencia al misterio de las fuerzas que actúan entre los cuerpo celestes. El verdadero progreso es entender que cada cual somos gurús, magos y hacedores de esas energías universales a las que pertenecemos.

Salir de la cueva es muy inquietante. ¿Quién seré al otro lado? ¿Quién soy cuando renuncio a mis debates, a mis empeños, mis rutinas? ¡Con todo el esfuerzo que hago para ser feliz! La trama del despertar espiritual pasa por un sutil cambio interior. Entender que la verdadera alegría es una causa y no un efecto. Si crees que es un efecto estarás toda la vida buscando fuera lo que te complete. El camino espiritual comienza cuando entiendes que estás completo/a. Dentro tienes la sombra y la luz que la alumbra. La herida y la medicina. Dentro está el dolor y el máximo potencial de mutación. El amante y el amado. El dios y la diosa. Mi cuerpo energético, por ejemplo, incluye el de mis padres a los que puedo abrazar permanentemente a través de él.

¿Cómo me imagino en la práctica maneras de despertarnos, de construir la nueva normalidad? Aquí van una serie de sugerencias.

  1. Hemos dimitido de nuestra naturaleza espiritual y salvaje. ¡Me pido un plan de rescate! Adquirir la práctica de maravillarnos simplemente de ser, estar vivos. Soltar el plan, dejarme sorprender permanentemente. No estamos separados de la vida. Somos una sinfonía interconectada y solo tenemos que danzar instintivamente para experimentar altos grados de expansión en unión con la vida.
  2. Descondicionar el amor y la sexualidad de todas las adherencias emocionales y las creencias, para abrir todo el potencial espiritual que contiene energía sexual.
  3. Permitirnos que la vida nos abra el corazón a través de las relaciones. Abrir el camino de la sensibilidad que se manifiesta en las formas de relaciones íntimas y de confianza.
  4. Una parte de la tecnología viene a interponerse entre nosotros y nuestras cualidades innatas. Esa tecnología no tiene alma. A mí me deja vacío, me hace autómata, me absorbe el cerebro. Últimamente, además, nos controla, toma el poder. Elijo protegerme.
  5. La auténtica tecnología la llevamos dentro. Pasa por desplegar el propósito superior escondido en el ADN, acelerar el despertar. Pasar de la materia a la conciencia y comenzar a utilizar nuestro potencial psíquico del plexo solar y extrasensorial.
  6. Creernos que nuestro estado natural es un estado cercano al éxtasis, al que accedemos sin agotar energías ni recursos, sino a través de la contemplación de la vida fuera y dentro de nosotros y a través de nuestro poder interno.
  7. Tenemos un rol protagonista en configurar ya el humano futuro, sus formas de relación sensibles y su libertad auténtica. Comencemos por hacer el ejercicio de imaginarlo y ensayarlo en laboratorios comunitarios.

Salir de la matrix es un acto instintivo, espiritual y salvaje. Sócrates dijo que si el alma puede tomar aunque sea una pequeña distancia del cuerpo, entonces puede percibir el verdadero ser. Es eso, una parada, en el silencio de tu habitación, de tu meditación, de tu danza sutil, es una iluminación, a tu alcance, muy cerca, al otro lado del confinamiento.

ALFREDO C. DOMBON