Ahora nos sentamos en el suelo, cerca de la tierra y tomando la forma circular, que simboliza el cielo, la bóveda celeste.

Un laboratorio humano es un espacio y tiempo que creamos para vernos individualmente con el espejo del otro y la amplificación de la presencia, el contacto, la escucha que permite un grupo de personas reunidas con esta propuesta, orientado por guías que poseen integrado dentro de sí el enfoque gestáltico y el counseling.

La primera premisa es que cada uno toma la responsabilidad de lo que le pasa, de lo que siente y de lo que hace con eso que siente, y se compromete a estar disponible para una exploración abierta, curiosa, investigadora y flexible, de su experiencia en relación a sí mismo y a los otros. Al menos lo intenta. Declara que lo va a intentar. Posteriormente aparecerá el mecanismo rígido del carácter que querrá tomar un sitio también. Quizás un sitio demasiado grande, o simplemente erigirse en  la única voz de la persona. Con esto contamos.

El silencio es la entrada del grupo hacia la escucha. Se amplifican las sensaciones corporales en este momento de quietud y vacío. Emergen los nudos en el estómago, las presiones en el pecho, el movimiento de tripas, los asuntos pendientes. Las voces internas saben que serán escuchadas y quieren aprovechar la oportunidad para expresarse. Se preparan para hacer su viaje de la clandestinidad hasta la transparencia, desde el lugar oculto, inconsciente, no totalmente visible… hasta la claridad.

Cuando habitamos en grupo el vacío, éste se engrandece. Consigo parar mi movimiento automático y respiro con plena conciencia de cómo entra el aire por mi nariz y recorre mi cuerpo. Cuando le doy tiempo al vacío poco a poco emerge algo que se pone en primer lugar de mi atención. Para incrementar el contacto conmigo me pregunto ¿qué estoy sintiendo ahora?

Muchas veces cuando formulo a una persona la pregunta ¿qué estás sintiendo? me contesta todo lo que piensa sobre lo que le pasa. No para ni un segundo a respirar ni percibir  qué está sintiendo realmente.

-¿Qué estás sintiendo? -pregunto a un cliente en una sesión de gestalt.

-Siento que él no me ha cuidado

-Eso no lo sientes -le respondo – eso lo piensas…

Nadie nos ha dado una educación emocional ni un entrenamiento de escucha de nuestra sensibilidad. Cuando alguien comienza su entrenamiento en relación de ayuda -donde empiezas por aprender a acompañarte a tí mism@- lo primero que aprende (o recuerda) es a darse cuenta de lo que siente y a ponerle palabras.

¿Qué siento? ¿Estoy enfadada?¿Tengo miedo?¿Estoy triste?¿Me duele?¿Me aburro?¿Me avergüenza?¿Estoy tranquila?… Conforme pongo atención en mis estados emocionales adquiero mayor habilidad para describirlos y comunicarlos. Requiere entrenamiento escucharlo y nombrarlo, todavía precisa de más trabajo abrir la puerta de la emoción y tomar el viaje de auto-regulación que nos está proponiendo.

Las emociones me dan valiosa información sobre mi estado y mis necesidades, sobre la respuesta de mi organismo en el contacto con los demás y conmigo. Atendiendo a lo que siento puedo construir una brújula orgánica que me oriente de la mejor y más eficiente manera para mi. Cuando más escucho lo que siento para tomar decisiones sobre lo que quiero o no quiero hacer, más desarrollo mi intuición, y mis acciones en la vida manifiestan lo que yo soy.

El problema es que hay emociones que tengo registradas como insoportables y no las quiero vivir. Son una especie de monstruos. Pero además son monstruos porque nosotr@s nos convertimos en  niñ@s cuando emergen estas emociones en nuestro estado. La persona que yo soy de 43 años se convierte en una niña de 5 años cuando siente tristeza.

-¡Soy muy pequeña… la tristeza me va a matar! ¡no lo puedo soportar! -me digo a mi misma sin decir palabras-¡voy a salir corriendo de aquí!¡moriré si no corro!

Esto es lo más común. Hay personas que no permiten el contacto emocional completo con determinadas emociones durante toda su vida. Huir del contacto con lo que siento genera sufrimiento, y alimenta rasgos rígidos, automáticos, previsibles, y mecánicos del carácter o ego que nos quita la energía para vivir el presente con nuestro máximo potencial creativo.

Todo por no sentir lo que siento cuando lo siento.

La emoción emerge, vibra con intensidad por todas mis células, me estremece, me transforma y desaparece. En la medida que yo me entrego a mi organismo el proceso es más rápido. Y si yo llevándome por mi huida evito el contacto con lo que siento y me agarro a un mecanismo de defensa conocido que me salva, estoy generando sufrimiento. Por que el contacto con lo que siento que evito no desaparece, se queda pendiente. Cuando acumulo muchos asuntos pendientes, muchos estados emocionales no integrados,  vivo como en el laberinto de un sueño: no entiendo nada, no sé por qué me pasa lo que me pasa, no me salen los proyectos, no tengo satisfacción, genero conflictos fuera.

Si quiero despertar me espera un salto al vacío.

El miedo a sentir que me acompaña no me pertenece a mi, le pertenece a la niña de 2, 3 o 4 años que yo fui. Pero yo tengo 43. A lo largo de estos años he generado muchos recursos para atravesar las emociones más intensas y la vida no para de darme oportunidades para que complete este contacto y recupere la brújula de mi corazón. Sintiendo. Sintiendo todo lo que emerge en mi fibra sensible.

Ahora mismo siento mucha alegría y quiero expresar las bondades que tienen  las emociones para mi. Lo expreso en primera persona y hablo de mi propia experiencia. Tengo la expectativa de contagiarte el deseo de descubrir cómo pueden ayudarte a ti tus propias emociones, incluso aquellas que consideras monstruos y tienes encerradas en las mazmorras oscuras de tu arquitectura psíquica.

El miedo me ha informado siempre de que me faltaba soporte. Me señala un límite. El miedo viene a mi cuerpo para incrementar la alerta. Si estoy más alerta estoy más presente. Si estoy más presente percibo mi respiración con mayor sensación física. El miedo me ayuda a conquistar presencia, capacidad de observación, de meditación.

El miedo es un guía que me dice: estate alerta, respira, ocupa tu cuerpo, incrementa tu presencia porque estás en una situación o en la relación con alguien donde no te sientes segura.

El miedo me avisa de un peligro real, y me ayuda a prepararme para enfrentarlo o evitarlo, y también me informa de que no dispongo de suficiente apoyo en mí misma en una determinada situación y me da la oportunidad de crear esta confianza, este suelo firme, a través de la respiración y la presencia.

El miedo me ha llevado de viaje por mi plexo solar hasta la niña asustada que había en mi para darme la oportunidad de acompañarla, soltando la identificación con ella y construyendome a mí misma como mi propia madre: la cuidadora que atiende a la niña, la consuela y le da soporte.

Así el miedo ha sido el síntoma que me ha informado de que mi poder personal estaba atrapado en asuntos no resueltos de mi pasado, y me ha acompañado a trabajar todo eso para recuperar mayor presencia en el aquí y ahora.

El dolor me enseña a atravesar las pérdidas, las rupturas, las muertes. Me facilita soltar lo que estoy agarrando que ya no es real en mi vida. Es ese estado que me permite viajar desde la fantasía a la realidad. Desde mi deseo hasta el límite actual a realizar mi deseo. Me recuerda que la vida tiene su propio plan para mi, más allá de mi planificación, y me induce el estado adecuado para la aceptación de cómo es mi presente. Me permite despedirme, desapegarme y madurar templando mi deseo. Cuando acepto mis límites actuales recupero mucha energía para la creatividad de mi vida cotidiana y el disfrute del presente.

La rabia me da la fuerza, el coraje y la energía para decir sí a lo que quiero decir sí y decir no a lo que quiero decir no. Me ayuda a sostener la expresión de mi vulnerabilidad, de mi sensibilidad. Es la determinación que requiero para decir te amo. Me defiende y como me siento protegida por mi propia fuerza que se desata con la rabia, me atrevo a desnudarme al mundo, a mostrar quien soy, qué quiero y qué no quiero, qué me gusta de una persona y qué no me gusta, me atrevo también a poner mis límites y defender mi territorio o abrirlo conscientemente de que quiero abrirlo.

El deseo sexual es un estado emocional que me ha enseñado a decirle a la persona con quién se me despierta este deseo Te deseo. Esto es una gran hazaña existencial puesto que el deseo sexual es lo que más se maquilla, se reprime, se niega, se oculta y se calla, convirtiéndolo en seducción, coqueteo, estrategias de conquistas, y juegos clandestinos, furtivos, y relación de dominación no declaradas.

Expresar el deseo sexual desde mi vulnerabilidad y honestidad me ha aportado respeto por lo que siento, me ha llevado por un viaje donde he recuperado el contacto con este estado y la formidable fuente de energía que me aporta a mi vida y que puedo darle muchos fines creativos como escribir poesía, relatos, abrir mi corazón, meditar, comunicar la intimidad, generar contactos físicos desde la sensibilidad, proponer talleres en grupo donde trabajemos con la intimidad, además de tener relaciones sexuales con alguien.

He descubierto que el deseo sexual puede tener muchos destinos, puede nutrir muchos fines, no sólo generar una relación sexual con alguien que me guste.

Los celos me informan de la posesividad y apego y de mi miedo a perder a alguien, y esta información me ha confrontado con una realidad:

-Que no poseo a nadie.

-Que no controlo la permanencia de una persona en mi vida.

Conforme expreso mis celos con serenidad, sin ataques, sin juicio y respirando el estado de vulnerabilidad donde me ponen consigo valorarme más por lo que soy sin compararme con otras personas y sin competir, esto me sirve para todos los aspectos de mi vida, transito la aceptación de que no poseo a nadie, y que nadie me posee a mi.

En el vacío de un grupo orientado con el enfoque gestáltico y la propuesta del counseling emergen todos los estados emocionales que durante toda mi vida he intentado contener, no escuchar, escuchar a medias, negar, reprimir, racionalizar… o como sea mi mecanismo de defensa preferido… y es el espacio adecuado para que esto ocurra porque existen muchas herramientas para trabajarlo y completar mi experiencia de contacto interno. Pudiendo ocurrir una catarsis, un trance emocional poderoso, donde se desata un nudo y se abre una puerta que llevaba mucho tiempo cerrada y blindada para ser visto, reconocido, escuchado y produzca una transformación real en la persona.

En el círculo reunido, la mirada de los demás se convierte en un espejo donde yo puedo verme y el contacto entre otra persona y yo cuando ponemos el foco en ¿qué siento? (observando las defensas mentales habituales que corren a salvarnos de ser tocad@s) es un trabajo poderoso de transformación hacia la sensibilidad, la autenticidad, el poder personal y la fuerza interna.

En el entrenamiento de la escucha de la sensibilidad se utilizan metáforas. Así para expresar cómo me siento puedo recurrir a una imagen comparativa que me ayude a mostrarme:

-Me siento como un ratón de laboratorio -dices tú.

-Bueno… ¿cómo es la vida de ese ratón de laboratorio? -te pregunto yo.

-Pues quiere escapar, no entiende qué hace allí donde está y está enfadado porque le gustaría vivir en un granero -inventas tú.

A través de la metáfora empiezo a escucharme contar una historia que habla de mi propia vida. Expresarlo en voz alta y ser escuchado por otros intensifica lo que estoy sintiendo. Estoy comenzando un contacto más profundo conmigo y si me atrevo a seguir trabajando puedo llegar tan lejos como quieras. El pasado sólo existe en el presente, y estoy cargando y arrastrando un pasado continuamente hasta que lo recapitulo. En el laboratorio humano todo lo que está presente en mi sin resolver se pone en primer lugar: estoy aquí para afrontarlo, y actualizarme.

Afloran los conflictos que pueden tomar la forma de:

Dos voces internas que se pelean dentro de mi: yo soy el campo de batalla. Una tiene una visión y la otra tiene la visión contraria. No llego a escucharlas plenamente a ninguna de las dos. No hay contacto.

Dentro de mi hay muchas voces, y si no he hecho un largo proceso de trabajo personal sólo estaré acostumbrado a escuchar una voz o dos. Mi voz dominante y la otra con la que intento escapar de esta dictadura. Seguramente todo queda en un diálogo mental o en un dolor de cabeza u otro síntoma físico, si no hay contacto emocional y proceso, no hay transformación.

Todo este trabajo va en contra del  automatismo instaurado en una persona, con lo cual a veces es lento.

-El conflicto puede tomar la forma de un conflicto en una relación de mi vida o con un participante del grupo.

Cuando pongo el conflicto en el otro, la relación ofrece una gran oportunidad para recuperar mi poder personal. He ido toda mi vida entregando mi energía y mi poder en mis relaciones personales fundamentalmente. Por eso en los grupos nuestros compañeros nos reflejan el pasado que está presente y a través de una nueva relación y la toma de conciencia podemos cambiar nuestro pasado, y liberar emociones escondidas, sacarlas a la luz.

Para escuchar mis voces internas puedo recrear personajes. Vivenciarlos, convertirme en ellos como en una obra de teatro en el centro del grupo. Ahora soy mi propio padre y tomo su voz, sus expresiones, las frases que repetía y poco a poco voy internándome y adentrándome en la profundidad de ese ser que ha sido mi padre. Y puedo a través de la información vivencial y emocional que tengo grabada realizar una representación y tocar un núcleo emocional que me haga ver realmente a mi padre en mi propio cuerpo.

Existen en mi muchas voces. Yo soy la pereza y el deber. Y puedo crear un diálogo totalmente polarizado en estas dos versiones de mi momento presente. Buscando siempre tocar la emoción y que emerga lo que estaba silenciado, eso mismo que lo cambia todo al ser escuchado.

En el laboratorio humano con enfoque gestáltico se está trabajando continuamente con la autoridad interna y el auto apoyo.

El guía o guías del grupo no son los encargados de decir lo que hay que hacer ni decirle a alguien lo que tiene que hacer. Nuestro modelo de autoridad es acompañar a cada uno a decidir lo que quiere hacer, pasando por todo el proceso y tocando todas las emociones que surjan, desenmascarando todas las manipulaciones que uno se realiza a sí mismo para no salirse del programa establecido.

-Dime lo que tengo que hacer -me pides tú.

-¿Qué quieres hacer? -te pregunto yo.

-Me da miedo equivocarme

-¿Qué pasa si te equivocas?-te pregunto yo.

-Mi padre me castigaba duramente cuando hacía algo que él no quería. Ahora siento el mismo miedo al castigo que sentía entonces. Cuando tenía 10 años. Ahora tengo 38, y sigo siendo un niño que necesita que le digan lo que tiene que hacer para no cometer un error, así si algo sale mal yo no tendré la responsabilidad.

-Entonces quieres que yo sea tu padre y te diga lo que tienes que hacer -te digo yo.

-Eso parece…

-¿Quieres intentar algo diferente?¿Quieres que probemos a que ahora tú eres tu propio padre?¿Si eres tu propio padre, tu figura de autoridad, qué te dices a tí mismo que hagas?

El laboratorio humano con enfoque gestáltico ofrece tantas posibilidades como la creatividad nos sugiera, y todas puedes puertas que nos lleven hacia lo más profundo de nosotros y nos permita transformarnos.

Si quieres probarte, verte, vivenciarte en un laboratorio de estas características, aquí tenemos una propuesta para ti: