Vivimos interpretando un personaje, una construcción del ego que fija nuestros patrones de comportamiento. Un “yo” que se recrea en sus propias fijaciones. Uno de los efectos más directos es la pérdida de contacto con el cuerpo y la consiguiente pérdida de vitalidad. Dejamos de identificarnos con él, su sabiduría y su capacidad reguladora, para enfocarnos en la mente, espléndida aliada de las neurosis.
Nuestra forma de ser adquiere rigideces que se traducen fisiológicamente en corazas o armaduras. Son las tensiones, los bloqueos posturales, los automatismos del cuerpo, la falta de salud, de flexibilidad, etc., que inhiben la vida del cuerpo. Es una energía que no ha logrado descargarse por la contención del ego que sigue patrones de supervivencia desde el miedo y la escasez.
El cuerpo, cuando le damos permiso para movilizar toda esa energía, reproduce por sí mismo estados de liberación que disuelven las funciones del carácter, procurándonos cambios internos y recuperando la función de la espontaneidad asociada al placer. La salud emocional y el desbloqueo físico van parejos. Liberar las inhibiciones físicas trae automaticamente una regulación de algún proceso pendiente y alivia las emociones contenidas.
Integrar la energía de la personalidad supone hacer converger el movimiento del ego y la espontaneidad del cuerpo, este es el objetivo de la bioenergética. El ego habitualmente nos aleja del contacto real con la sensibilidad tomando el camino de la fuerza, la competitividad, el poder, etc. El cuerpo busca el placer en sintonía con la energía sexual. Existe una fuerte ruptura entre la parte superior del cuerpo y la parte inferior. Este encuentro se realiza en un lugar mágico, donde el propio cuerpo traspasa la rigidez del bloqueo y accede al placer de la liberación organísmica, entonces el ego suelta sus miedos y sus obsesiones.
La bioenergética busca abordar aspectos de nuestra salud emocional mediante procesos energéticos corporales. Somos energía disponible. El bienestar emocional y la energía interna están en proporción directa. La adecuada disponibilidad de esta energía permitirá regular nuestro placer y viceversa. Los bloqueos de la personalidad generan cargas y el cuerpo permite la descarga. Permitir que el cuerpo descargue los bloqueos que acumulamos, permite restaurar la circulación de las emociones sanas. Salir de la productividad material al placer creador requiere de un desbloqueo de los patrones adquiridos que se manifiestan claramente en las corazas del cuerpo.
La contracción muscular, el dolor, la pérdida de flexibilidad, la falta de sensibilidad en áreas del cuerpo, son síntomas de la rigidez emocional. En la fisonomía se manifiestan las carencias que desde la infancia arrastramos por la desatención a las necesidades y los deseos específicos. El ego, que se aleja de la sensibilidad emocional, nos aleja a su vez del propio cuerpo, separándonos de la creatividad y del gozo.
Este trabajo nos conduce a una comunicación más propioceptiva, más basada en la experiencia propio. El cuerpo devuelve el realismo a la vida cotidiana. Nos reencuentra con el sentir, la función que permite ser fieles a los que nos sucede y no evadirnos en la fantasía de las creencias y los automatismos del ego.
El cuerpo lo tomamos como aliado para rescatar nuestra unidad energética. La garganta, la pelvis, los brazos, la respiración, la descarga energética, nos permiten canalizar y expresar de forma que podemos volver a conectar los centros separados: la mente, el corazón y los genitales. El cuerpo da mucha información sobre todo esto: la forma de pisar, la sensación de arraigo, la facilidad para el contacto con otros cuerpos, el estado de alerta o de abandono, como se incorpora la expresión en la comunicación, la tensión de la mandíbula, etc. La bioenergética trabaja con esto para avanzar en el proceso de expresión y posesión del cuerpo con una mayor conciencia.
El cuerpo nos puede llevar de viaje hacia un proceso regresivo o catártico. La descarga implica un poderoso caudal de energía. Es un proceso necesario para recuperar la sensación de estar completamente vivo. Destronamos las rigideces que nos impiden llorar, gritar o sentir miedo.
El tipo esquizoide recupera su derecha a existir de manera segura; el tipo oral su derecho a estar seguro en su propia necesidad; el psicopático a ser autosuficiente; el masoquista a ser independiente; y el rígido a recuperar su derecho a desear y procurarse la satisfacción.