Sanar y despertar mi masculino, un trabajo poderoso.

Sanar y despertar mi masculino, un trabajo poderoso.

La primera vez que acudía a una terapia, allá por el año 2004 en Sevilla, las dos mujeres que me atendieron a través de una sesión sistémica, me desvelaron con claridad la temática: no había recibido la energía masculina, debía recomponerla dentro. Al poco tiempo, un poderoso sueño me hizo ver con claridad el rol que había tomado en el triángulo de papá y mamá, y lo que eso conllevaba. Viví rechazando al padre.

Mi masculino venía con sus carencias y también con sus propias cualidades: apertura sensible, capacidad de entrega, sensibilidad emocional, devoción a la intimidad con lo femenino, etc. Esto me ha resultado un puente favorable para conectar con lo femenino, aunque de manera incompleta, con un masculino no empoderado. Las relaciones intimas me desvelarían en asunto.

Como hombre, a la hora de empoderar este aspecto de mi identidad, me ha costado encontrar referencias. Hoy no es fácil construir el masculino que mezcla la energía serena, la fuerza y la determinación interna con la apertura sensible y amorosa. Además, no nos hemos permitido comunicarnos la emoción entre nosotros. Ahora sí, siento que estoy asistiendo a un tiempo muy bonito de transformación junto con otros hombres que también buscan lo mismo.

En estos años, mi relación con la mujer ha determinado mi despertar. Ella me ha colocado frente a mis sombras y me ha permitido desvelar cómo es el masculino que quiero habitar. Todo mediante un proceso instintivo cuya trama es el día a día.  Sin duda, me han puesto delante de todas mis dificultades. He contactado con mis miedos, percibido la culpa, manejado mi rabia, desvelado los celos, entrenado los límites emocionales, etc. Me he tenido que enfrentar a muchas situaciones tensas para ser testigo de mi reactividad, aprender a elegir mi entrega sin sentirme deudor y no temer a la separación y el abandono del amor.

Considero que mirar bien adentro a los miedos es imprescindible para mi evolución y me ha resultado muy difícil. Para manejar mis emociones y mi sexualidad, venía con un programa inadaptado. Se me despierta mucho un sentimiento de inadecuación. “Lo he hecho mal; no sé atenderte; mis opciones te separan de mi”, etc. Esto era la fuente de incomodidad. Entender y atender el miedo está siendo un camino de guerrero. En mi caso, el miedo a la separación, a que me sea retirado el amor de manera culposa.

El otro apartado contundente ha sido mi comprensión sobre el dolor y como este despierta en mí las defensas más contundentes y una rabia exigente. Cuando siento dolor, exijo que me rescaten, que se hagan cargo. No he tomado mi rabia para respetarme y poner límites auténticos y con amor.  Al revés, he tomado la rabia para defenderme a través de la fuerza, activando la soberbia y entrando en infructuosas disputas.

El miedo está anclado en el cuerpo físico y me resulta muy muy incómodo. Si dejo que la rabia se convierta en ira, voy a distorsionar el vínculo emocional que amo y a dañar la única fuente de alivio auténtica: la escucha compasiva, la dulzura, el amor generoso y respetuoso.

Actualmente, mi viaje de amor lo vivo en mi relación de pareja. Con esta relación exclusiva, me abro valientemente a todos mis demonios internos. Me adentro en la sanación del amor incondicional. He tenido que habilitar mi escucha sensible, aceptar que estos escenarios son una poderosa escuela y que lo fácil es huir. También he ido aprendiendo a respetarme en lo que siento, sin cargar con todas esas secuelas de culpa o inadecuación que me atormentan.

Mostrarme vulnerable y aceptar que, a veces, estoy atrapado en la impotencia, está despertando mi masculino sensible auténtico. Reconocer que necesito amor y que tengo que aprender a pedirlo o a retirarme un tiempo cuando entro en dolor, me sana. Aprender a hacer las cosas con miedo y a cabalgar los estados de rabia, me están trayendo a un hombre que me gusta. Me muestra una masculinidad coherente que está más disponible para el amor incondicional a mí mismo y a las personas a las que elijo entregarme. Cuando mi pareja camina en esta misma sintonía, es posible hacerlo.

Mi sensibilidad contiene un enorme campo energético, pero como hombre no fui invitado a habitarla, a hablar de ella. Me entreno. Cuando me quedo, puedo entrar en el miedo y liberar energías secuestradas. Solo si doy espacio total al miedo, se desvanece. Si peleo contra él, permanece y me hago más temeroso, más defensivo. No suelto la pareja, acepto el reto de mi despertar a través del amor.

El psiquismo femenino y masculino son distintos y complementarios. He necesitado entenderlo y diferenciarlo. Pero ambos se encuentran y contrastan para ir más lejos. Bien enfocados en un campo de conciencia adecuado, permiten sanar, sublimar y despertar.

Entiendo ahora mejor lo específico de mi masculino. Como yo traigo la energía de la acción; necesito moverme entre la materialización de propósitos en el mundo, el penetrar la vida con mi creatividad y el viaje de la intimidad del corazón con lo femenino. Me gusta ser concreto. Abro un proceso y también lo cierro. Quiero saber cuánta energía está implicada en una acción. Tengo mi propio entendimiento y determinación. Aprendo a elegir los tiempos en los que estoy disponible. También a avalar mi sentir frente a cualquier dificultad amorosa o disenso. Reconozco el valor de mi entrega y de mi amor, que están hechos de presencia, incondicionalidad, confianza y mucha apertura a la comunicación sensible.

También sé definir lo que necesito del amor de las otras personas y de mi pareja, y lo expreso con naturalidad y sin exigencia, cuando entiendo que puedo ser cuidado y amado mejor. Nadie tiene que rescatarme ya de mis estados. Me completo cuando me nombre esto.

Acepto, en definitiva, la forma en que yo doy amor, y al mismo tiempo, crezco permanentemente en mi capacidad de amar incondicionalmente.

En este maravilloso viaje de sanación a través de la entrega de lo femenino a mí, he podido experimentar el poder sanador del amor. La herida que emerge en el vínculo no es sino mi sombra en forma de niño frustrado y caprichoso. Lo reconozco, es un niño exigente que se frustra mal, que pide ser atendido y se enrabieta. Esta parte de mí no soporta el dolor, se siente fácilmente culpable y entra en la víctima. Ser amado incondicionalmente aquí, ha sido un lugar milagroso. Siento profunda gratitud.

En este camino también he podido empatizar con la herida femenina. Desde mi punto de vista, el femenino probablemente tenga que vérselas con un sentimiento atávico de desconfianza hacia lo masculino. Nace de una incertidumbre sobre si el hombre permanece, es leal a su sentimiento, está disponible para la entrega y para abrir el corazón, o de nuevo va a ser fuente de abandono, traición y soledad. Lo femenino convoca al amor y a la intimidad profunda, y necesita ver que el hombre está disponible para ese viaje sensible.

Esta herida, cuando se manifiesta egoicamente, lo hace en forma de energía de reproche, recriminación y exigencia. Así lo percibo desde mi experiencia. Se abre una cuestión de confianza hacia la voluntad amorosa y la entrega del hombre. En su fase más primaria está muy vinculada a la energía sexual y los celos. Pero es más amplia.

Comprender mi dolor, en sus causas externas e internas, me habilita para ir abandonando el hombre viejo que se aleja de su propia sensibilidad cuando tiene que enfrentar estos escenarios. Si, he tenido que aprender a mirar mi dolor y a pedir que sea escuchado. Creo que lo he guardado mucho. Ha sido importante para mí aprender a respetarlo y a darle su sitio en el amor. ¡Es bellísimo entender que el hombre y la mujer nos convocamos espiritualmente para sanar estos lugares de hondo dolor y miedo!

Mi hombre nuevo va amaneciendo para relacionarse con lo femenino / mi femenino, en un lugar transformador. Sigo descubriendo las nuevas arquitecturas de mi corazón de hombre.   Amo lo que emerge y agradezco la energía del caos, que me remueve para que no me desapegue del amor, y que viene a recordarme la importancia de tener el corazón despierto, activando mi auténtico poder con la energía de la vida y las emociones. Ahó!

Imagen de Christopher Ulrich

Me desidentifico de la bronca.

Me desidentifico de la bronca.

Yo soy la observadora de mis estados internos.

Ayer fui a una charla de Sergi Torres y se convirtió para mi en una experiencia de meditación hasta la ligereza y la alegría genuina. Por el motivo que sea Sergi me sirve, es llave de mi puerta al desapego de todo lo que aún se agarra a mi identificación. Y si es fácil, lo tomo con sumo gozo.

Me aparece la bronca que reproduzco en una relación de intimidad. Es una relación de intimidad en concreto pero sé que si no fuera esa, ¡sería la siguiente!. En el teatro donde estamos todos concentrados en el hilo conductor de la palabra de Sergi se configura una envoltura de protección donde la mente se apacigua y cesa de generar provocación a través del pensamiento.

Le doy el poder a la observadora que existe en mi interior. Invoco la presencia yo soy y de repente todo adquiere una consistencia de ligereza y asombro. Todo es susceptible de ser observado con curiosidad y con una mirada inocente que no sabe y que no quiere saber, ni interpretar.

Empieza una fiesta en mi interior que quiero alimentar. El compañero Sergi me trae el recuerdo y lo recibo de inmediato como si no existiera el paso del tiempo, y todas mis historias personales perdieran su solemnidad. Ahora puedo jugar con lo que viene y va dentro de mi.

Voy a por la bronca.

-Te saludo justiciera del dolor. -le expreso a una parte de mi que está tomando forma -Cuando sientes dolor, identificas la persona detonante de ese dolor y quieres que vea tu dolor de forma amplificada. Si bien para que lo vea me obligas a mi a revivirlo, así consideras que el otro no tiene escapatoria. Reconcozco tu mecanismo y hoy decido no donar mi energía para este proyecto tuyo.

-Que no se te olvide salvajilla que yo te defiendo de la humillación de haber sido dañada -expresa la justiciera.

-No hay humillación. Solo es contacto, solo es dolor, y el presente me permite la nueva realidad cada segundo ¡no me hagas volver atrás! Muchas gracias por tu buena intención… Sólo te suelto sin que por ello me vaya a llegar un premio de reconocimiento… ¡amo mi ligereza!

-No olvides la traición, si la olvidas te traicionarán de nuevo con mayor desagravio -la justiciera hace bien su función de provocación, y se mantiene en su posición.

-Tengo una herida de traición en mi historia personal. La nombro y la observo. Quizás sea así o quizás no. Aquí y ahora sólo son palabras. Aquí y ahora estoy yo observando todas las voces que me cuentan la realidad. Tengo el poder de mi presencia y elijo el asombro y la suavidad del estado de meditación ante todos los instantes.

La provocación que recibo desde mi interior ha sido integrada con una energía en espiral. Mi energía física me ayuda para la gratitud de todo lo que emerge de mi. Cada vez que me alío con mi provocación, yo soy la primera en caer. Elijo la observación y el ahorro.

Antes de concluir la charla tengo una sensación de gozo juguetón. Sergi se acerca a una mujer que perdió a su madre y aún vive el dolor, sin saber si es apego al pasado o interpretación o qué. El le anima a que toque ese dolor.

En ese momento yo toco mi dolor de la bronca. Me meto para dentro y cierro los ojos. La ingente energía convocada en el teatro está absolutamente disponible para mi y la voz de Sergi hablando con esta mujer me la apropio en mi foco de atención. Siento el dolor de esta bronca… siento el dolor… lo respiro hasta el presente donde se disuelven todas las voces que me dicen cómo tengo que reaccionar… ahora el dolor se ha quedado solo en mi foco de atención y no tarda mucho en pasar… dentrás de él aparece el deseo. Esto me hace sonreir profundamente.

ELIJO NO LLEVAR LA RAZÓN

ELIJO NO LLEVAR LA RAZÓN

El ego: defiende argumentos movido por la importancia personal.

El niño interior: pregunta animado por el misterio.

El corazón: expresa alegría confiando en el puro presente donde ya está todo.

El alma: escucha en el silencio, no sabiendo, los ecos abundantes que desvela la vida misma. 

Todos los males del mundo se originan en la tensión y la insatisfacción humana. Esto crea un enorme campo de energía colectiva que nos atrapa en una falsa respuesta. Vivimos pensando que afuera siempre hay un problema que resolver. Quedamos abducidos por la dualidad.   

La insatisfacción genera ansiedad mental y esta, alimentada por el miedo, se entrega al gran maya de la ilusión, al gran teatro de la vida que nos aboca a encadenar tareas y preocupaciones. Siempre tenemos algo que hacer, cada día hay un problema por pequeño que sea, que capta nuestra atención. Esta ilusión nos empuja permanentemente a resolver. Las energías vitales quedan entonces comprometidas. En realidad estamos proyectando la dualidad interna. El conjunto de proyecciones que reproduce la inconsciencia, crea innumerables campos de energía emocional caótica en los que terminamos envueltos. Y creemos que nuestra vida es eso. Y ahí seguimos.

Recuerdo cuanto me gustaba el debate. Antes tenía mucha energía disponible para afinar con la razón. Es como una adicción del ego. Ahora dimito de “defender” qué es lo correcto o incorrecto, lo bueno o lo malo, lo verdadero o falso, lo que domina o somete. Elijo expresarme desde el placer, si la escucha es la adecuada.

He descubierto que el planteamiento del dilema siempre es falso en términos de la auténtica verdad que me espera. Si me encoleriza el capital o el patriarcado, tengo un patriarca dentro pendiente de des ocultar; si me rebelan las imposiciones sanitarias, no atiendo a mi auténtica autoridad interna; si me enfurecen las posiciones ideológicas de otras personas, no he aceptado que tengo a un opositor político dentro reprimido.

El debate que busca resolver dentro de la polaridad, inflama muchas veces nuestra importancia personal. Nuestro cerebro izquierdo es adicto a encontrar las congruencias. La realidad se manifiesta polar porque nuestro corazón internamente está dividido. Solo sanando dentro, la realidad manifestará esa nueva configuración sanada, no polar. Porque la vida está a nuestro favor y siempre atiende lo que auténticamente pedimos, especialmente, lo que auténticamente somos. La auténtica polaridad solo puede transformarse verdaderamente en la alquimia del corazón humano.

El discurso externo, cuando me despierta un movimiento emocional y energético: rebeldía, rabia, defensa, etc., desvela un estado interno sin completar. ¿Lo quiero completar? Por ello elijo no alimentar las disertaciones, discusiones, posiciones defensivas, relatos encendidos, explicaciones obsesivas y análisis que solo me sacan del auténtico lugar de poder que resuelve el entramado de dificultad universal: mi rechazo interno a una parte de mí. El único conflicto real.

Me sirve aceptar que la propia vida es paradójica y se presenta en un multiverso de formas. Por eso, no atiendo la forma del debate (la temática), sino la inquietud que lo origina en el corazón. También elijo no aceptar la tensión. Cuando aparece, cedo. Si hay tensión, no se puede alcanzar la congruencia. Elijo la quietud y no reaccionar. Algo difícil para mi ego.  

Si miro de cerca mi reactividad, cuando me uno a debates donde necesito posicionarme, observo diversos personajes dentro de mí. El ideólogo que tiene razones contundentes para defender una posición y que en realidad me peleo con algo interno; el erudito que siempre tiene un matiz con el que reformular la posición del otro, pura vanidad; el reservista que mantiene el conocimiento del dato histórico con el que siempre viene a corregir cualquier tendencia; el defensor de los derechos sociales e individuales, que gusta de señalar el enemigo externo, que si además está oculto, se muestra más orgulloso de ser el lúcido denunciante; el ecuánime, para el cual no posicionarse es una forma de posicionarse; el pacificador que le gusta manifestarse como conocedor de la resolución de los conflictos; y el que le gusta simplemente estar presente, porque se siente tenido en cuenta en un ámbito, el de la discusión, que le parece cosa de gente intelectual, valerosa e importante.

Pero no me confundo. Amo el discernimiento colectivo, el diálogo pedagógico, la comunicación creativa, la investigación, el conocimiento, la palabra que apoya mi despertar y el de otros, la reflexión que añade claridad donde hay duda, la expresión auténtica de la emoción con toda su manifestación energética, verbal y todo su detalle poético, la brillantez intelectual, desentrañar la complejidad, deshacer la duda que a veces atrapa nuestra mente… Me encanta leer y encuentro mucho placer cuando siento que me embarga una pregunta interesante que me mueve a desvelar más la realidad.

Me ayuda también entender que la defensa intelectual de la verdad es un trasunto patriarcal en sí mismo. La verdad, como realidad última, es una experiencia y se desvela en estados de congruencia. Se percibe porque mi corazón y la vida quedan implicados y alineados. Siento claridad, coherencia interna, fuerza y convicción en orden a mi despertar.

La dualidad es el lugar para el despertar. Pero la salida no es posicionarse en los términos polares que nos presenta, atrapando las energías de la defensa, sino que la salida es escapar de la falsa polaridad que plantea y comprender los procesos que oculta, resolviendo en la propia dualidad interna. La dualidad nos invita a retornar a las auténticas preguntas. ¿Qué me pasa cuando veo esto afuera? ¿Qué deseo para mí? ¿Qué tengo pendiente de completar amorosamente? ¿Cómo aporto una respuesta satisfactoria desde mi potencial creativo?

En esta realidad dimensional, la conciencia debe traspasar las formas para resolver y propiciar el hecho evolutivo. Hay que penetrar la realidad, experimentarla en nuestro campo emocional y extraer claridad de esa experiencia. Para eso hay que entrar de lleno en las paradojas de la dualidad que presenta esta dimensión. Pero la obsesión por resolver esas ecuaciones matemáticas, nos ofusca: banderas, verdades, colores, supremacías, etc. Elijo asumir el efecto profundo que me provoca estar insertado en una realidad tan diversa donde, por ejemplo, existen reglas distintas para los objetos físicos y para la realidad cuántica. La verdad no se puede atrapar, la verdad te alcanza cuando eliges un estado interno no defensivo.

Hay algo que me lleva más allá de la estrecha mirada de la resolución cognitiva de la vida: saber que esta, está insertada en una corriente de sabiduría infinitamente mayor que mis lógicas neuronales, y que además, en buena medida, no depende de mí.

Estoy diseñado para el éxtasis. Mi naturaleza está completa. Me entusiasma en este tiempo desvelar cómo mis energías sutiles pertenecientes al campo de la conciencia, pueden crear realidad. La vida me abre al entusiasmo de saber, investigo en ello y disfruto compartiéndolo.   

Me produce una mayor y más infinita satisfacción observarme fascinado por la inmensidad de la verdad que me habita y que me supera, que intentar atraparla vehementemente en el estrecho campo de mi intelecto, engañado por la adicción que he vivido muchas veces por crear correlaciones lógicas. Qué bella la sabiduría del que acepta que no sabe. Suelto mi necesidad de defender o desvelarle a otro cualquier verdad. Acojo tu verdad, tal vez distinta a lo que manifiesto en este escrito. Solo sé que, dicho esto, siento como mi energía está más disponible para mí, mi sanación y mi camino hacia la claridad.

Al otro lado del confinamiento

Al otro lado del confinamiento

Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego si; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego, sí; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Esta “normalidad”, como cuenta Yayo Herrero, es la de una cultura hegemónica capitalista que va en contra de las bases materiales de la vida: el planeta tierra y el cuerpo finito. Configura nuestra forma de ser, nos lleva a una lógica sacrificial donde todo se pone al servicio de un tótem: el progreso. Crea una religión civil y acatamos su voz. Explota los recursos naturales, nuestro tiempo y nuestra energía en orden a sostener una sociedad desigual y extractivita.  

Durante mucho tiempo yo internalicé esas voces y me instalé en la normosis. Eran voces que hablaban por mí, me sustituían: creencias, opiniones, posicionamientos que estructuraban mi importancia personal. Con todo ello reproduje una identidad, me la creí y viví con ella. Me entregué al infinito debate de la dualidad, me encantaba debatir. Adquirí argumentos, ideas, posiciones. Desde niño me educaron para recibir enseñanzas, instrucciones, guías, y cuando comencé a beber de fuentes humanistas, a explorarme, entendí que no las necesitaba, que el auténtico poder está dentro. Y fíjate: me costaba creerlo. ¡Cómo cuesta creerse el poder propio! Tampoco sabía qué hacer con él. Toda una paradoja.

Ahora descubro que lo que me ha salvado es volverme real. Recuerdo el mito de la caverna de Platón escrito hace 2.400 años. Su sencilla metáfora visual sigue siendo actual. Lo que hay dentro no es real, son sombras. Salir fuera es el reto, supone acceder a lo permanente, a las matrices suprasensibles, al mundo de las ideas: los universales. Se trata de ver la luz primigenia. Las sombras son la dualidad. El espíritu es, solo puede ser, luz. Dentro de la cueva observo como me aferro al mundo de la razón. Esta realidad hecha de dualidades me lleva fácilmente al colapso. Yo también anduve obsesionado en generar coherencias operacionales para agarrar la realidad. Eso hace la mente, juegos de la dualidad. Cuando sales de la cueva, sales de la matrix. Es una osadía; para salir de la cueva tienes que darte cuenta de que estás en una cueva. Fue entonces cuando la vida me trajo reconocer mejor las auténticas fuentes de la satisfacción humana, que para mí son: la naturaleza, nuestras cualidades creadoras, la sensibilidad, los cuidados y las relaciones (comunidad-intimidad), mis recursos instintivos y el despliegue de mis poderes espirituales.

Cuando suelto la obsesión victimista y el juicio, comprendo que estoy aquí para disfrutar la experiencia de ser, de estar vivo en este maravilloso planeta. Entonces suelto la dinámica explotadora. La física cuántica nos reclama un cambio en el modelo de pensamiento: teoría del caos, campos morfo genéticos, modelos holográficos, etc., nos están diciendo que la realidad es misterio, que es inaprehensible y que pretender apropiarse de todos sus principios distorsiona la propia naturaleza, ya que el observador (nos dice este modelo) modifica lo observado. Pero el miedo se obsesiona con las certezas y preferimos seguir discutiendo dentro de la cueva.  

El miedo es el peor virus, el gran depredador. Sigue condicionando las posibilidades mágicas de las que estamos dotados como seres humanos cuando activamos la confianza interna. El miedo y la pérdida del ánimo nos enferman. Ánimo = ánima = alma.

Estos días hablando con varias personas he podido observar la mecánica del miedo. Amigas que se han visto confinadas con sus familias, reciben advertencias cuando, por diversas razones, se plantean salir de casa. Les recuerdan, con cierta presión emocional, que existe una ley “inquebrantable” que exige, dentro del clan familiar, protegerse mutuamente del miedo. Es una lealtad debida, que perdura generación tras generación: el miedo, nos dicen, siempre se ha vencido renunciando a cuotas de libertad, y así debe seguir siendo. El virus ha venido a desvelar estas dinámicas. Podemos elegir conquistar algo distinto. El ser humano tiene una extraordinaria audacia espiritual.

Somos seres eternos aunque, a menudo, desconectados de la fuente. El origen de todas las guerras ha sido el miedo a lo que llevamos dentro: la herida. Por eso huimos de estar solos. Por eso exigimos lealtad al clan, al amor, por eso nos apegamos a una identidad falsa. Esta herida, en último término, es siempre una experiencia incompleta en forma de dolor ancestral. Nace de la profunda necesidad que tiene el ser humano de vivenciar el amor incondicional, sentir que tenemos un lugar en el corazón de otra persona. Rehabilitar la experiencia amorosa espiritual, curar el corazón, permite reconectar con la fuente. Esto, más allá de lo terapéutico, pasa por ensayar fórmulas comunitarias cohesionadas, en tribus donde nos sintamos vinculados por nuestro deseo de sanar, conquistar los miedos y despertar.

Ahora que nos hemos quedado solos/as en la habitación, te propongo: déjate sentir, sostén la ansiedad, para el  mundo y respira. Si puedes, suelta todos los planes por un día, por tres días. Todo eso que aparece como emoción intensa, incómoda, desconocida, es la materia prima de la auténtica transición ecológica. Ahora abre esta experiencia a una persona de confianza.  Explora la vulnerabilidad en un espacio de intimidad. Contacta con tus recursos espirituales y observa que sucede cuando logras completar experiencias de compasión hacia ti mismo/a. Bien, has salido de la cueva, de las sombras, el auténtico confinamiento. Porque conectando vía experiencia con los universales, dejamos de ser manipulables. Es la vía espiritual.

Salir de la rueda del maya pasa por: abordar esta herida; parar el mundo y estar consciente de ser; y despertar nuestro potencial como seres perceptivos. Es como renacer, reinventarnos. El mito del ave fénix, el ave que se desvanece para renacer con toda su gloria de sus propias cenizas, además de su extraordinaria fuerza y dominio sobre el fuego, contenía una curiosa virtud: sus lágrimas eran curativas. Esta es la forma misteriosa que adopta en esta dimensión el conocimiento silencioso.

Somos parte del misterio. El conocimiento auténtico es silencioso, no se puede pensar ni expresar y sin embargo es total (Castaneda). El Físico Eddington definió el universo como “algo desconocido que hace algo que no sabemos qué es”, en referencia al misterio de las fuerzas que actúan entre los cuerpo celestes. El verdadero progreso es entender que cada cual somos gurús, magos y hacedores de esas energías universales a las que pertenecemos.

Salir de la cueva es muy inquietante. ¿Quién seré al otro lado? ¿Quién soy cuando renuncio a mis debates, a mis empeños, mis rutinas? ¡Con todo el esfuerzo que hago para ser feliz! La trama del despertar espiritual pasa por un sutil cambio interior. Entender que la verdadera alegría es una causa y no un efecto. Si crees que es un efecto estarás toda la vida buscando fuera lo que te complete. El camino espiritual comienza cuando entiendes que estás completo/a. Dentro tienes la sombra y la luz que la alumbra. La herida y la medicina. Dentro está el dolor y el máximo potencial de mutación. El amante y el amado. El dios y la diosa. Mi cuerpo energético, por ejemplo, incluye el de mis padres a los que puedo abrazar permanentemente a través de él.

¿Cómo me imagino en la práctica maneras de despertarnos, de construir la nueva normalidad? Aquí van una serie de sugerencias.

  1. Hemos dimitido de nuestra naturaleza espiritual y salvaje. ¡Me pido un plan de rescate! Adquirir la práctica de maravillarnos simplemente de ser, estar vivos. Soltar el plan, dejarme sorprender permanentemente. No estamos separados de la vida. Somos una sinfonía interconectada y solo tenemos que danzar instintivamente para experimentar altos grados de expansión en unión con la vida.
  2. Descondicionar el amor y la sexualidad de todas las adherencias emocionales y las creencias, para abrir todo el potencial espiritual que contiene la energía sexual.
  3. Permitirnos que la vida nos abra el corazón a través de las relaciones. Abrir el camino de la sensibilidad que se manifiesta en las formas de relaciones íntimas y de confianza.
  4. Una parte de la tecnología viene a interponerse entre nosotros y nuestras cualidades innatas. Esa tecnología no tiene alma. A mí me deja vacío, me hace autómata, me absorbe el cerebro. Últimamente, además, nos controla, toma el poder. Elijo protegerme.
  5. La auténtica tecnología la llevamos dentro. Pasa por desplegar el propósito superior escondido en el ADN, acelerar el despertar. Pasar de la materia a la conciencia y comenzar a utilizar nuestro potencial psíquico del plexo solar y extrasensorial.
  6. Creernos que nuestro estado natural es un estado cercano al éxtasis, al que accedemos sin agotar energías ni recursos, sino a través de la contemplación de la vida fuera y dentro de nosotros y a través de nuestro poder interno.
  7. Tenemos un rol protagonista en configurar ya el humano futuro, sus formas de relación sensibles y su libertad auténtica. Comencemos por hacer el ejercicio de imaginarlo y ensayarlo en laboratorios comunitarios.

Salir de la matrix es un acto instintivo, espiritual y salvaje. Sócrates dijo que si el alma puede tomar aunque sea una pequeña distancia del cuerpo, entonces puede percibir el verdadero ser. Es eso, una parada, en el silencio de tu habitación, de tu meditación, de tu danza sutil, es una iluminación, a tu alcance, muy cerca, al otro lado del confinamiento.

Después de días de confinamiento, pasamos un umbral. Parece que inevitablemente nos vamos encontrando con nosotras/as mismas/as. Noto el cansancio. Lo escucho en las personas con las que hablo. Conecto mucho estos días con  el silencio y el vacío. Parar a mi ego-plan es buenísimo. De algún modo me está viniendo bien. Recuerdo la famosa frase de Blaise Pascal: «la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación«. Queremos volver a la normalidad. Yo desde luego si; y abrazar a la gente que quiero; y viajar. Pero creo que esa misma normalidad es el problema. No hablo de la paz y de cierta seguridad.  

Esta “normalidad” como cuenta Yayo Herrero, es la de una cultura hegemónica capitalista que va en contra de las bases materiales de la vida: el planeta tierra y el cuerpo finito. Configura nuestra forma de ser, nos lleva a una lógica sacrificial donde todo se pone al servicio de un tótem: el progreso. Crea una religión civil y acatamos su voz. Explota los recursos naturales, nuestro tiempo y nuestra energía en orden a sostener una sociedad desigual y extractivita.  

Durante mucho tiempo yo internalicé esas voces y me instalé en la normosis. Eran voces que hablaban por mí, me sustituían: creencias, opiniones, posicionamientos que estructuraban mi importancia personal. Con todo ello reproduje una identidad, me la creí y viví con ella. Me entregué al infinito debate de la dualidad, me encantaba debatir. Adquirí argumentos, ideas, posiciones. Desde niño me educaron para recibir enseñanzas, instrucciones, guías, y cuando comencé a beber de fuentes humanistas, a explorarme, entendí que no las necesitaba, que el auténtico poder está dentro. Y fíjate: me costaba creerlo. ¡Cómo cuesta creerse el poder propio! Tampoco sabía qué hacer con él. Toda una paradoja.

Ahora descubro que lo que me ha salvado es volverme real. Recuerdo el mito de Platón escrito hace 2.400 años. Su sencilla metáfora visual sigue siendo actual. Lo que hay dentro no es real, son sombras. Salir fuera es el reto, supone acceder a lo permanente, a las matrices suprasensibles, al mundo de las ideas: los universales. Se trata de ver la luz primigenia. Las sombras son la dualidad. El espíritu es, solo puede ser, luz. Dentro de la cueva observo como me aferro al mundo de la razón. Esta realidad hecha de dualidades me lleva fácilmente al colapso. Yo también anduve obsesionado en generar coherencias operacionales para agarrar la realidad. Eso hace la mente, juegos de la dualidad. Cuando sales de la cueva, sales de la matrix. Es una osadía; para salir de la cueva tienes que darte cuenta de que estás en una cueva. Fue entonces cuando la vida me trajo reconocer mejor las auténticas fuentes de la satisfacción humana, que para mí son: la naturaleza, nuestras cualidades creadoras, la sensibilidad, los cuidados y las relaciones (comunidad-intimidad), mis recursos instintivos y el despliegue de mis poderes espirituales.

Cuando suelto la obsesión victimista y el juicio, comprendo que estoy aquí para disfrutar la experiencia de ser, de estar vivo en este maravilloso planeta. Entonces suelto la dinámica explotadora. La física cuántica nos reclama un cambio en el modelo de pensamiento: teoría del caos, campos morfo genéticos, modelos holográficos, etc., nos están diciendo que la realidad es misterio, que es inaprehensible y que pretender apropiarse de todos sus principios distorsiona la propia naturaleza, ya que el observador (nos dice este modelo) modifica lo observado. Pero el miedo se obsesiona con las certezas y preferimos seguir discutiendo dentro de la cueva.  

El miedo es el peor virus, el gran depredador. Sigue condicionando las posibilidades mágicas de las que estamos dotados como seres humanos cuando activamos la confianza interna. El miedo y la pérdida del ánimo nos enferman. Ánimo = ánima = alma.

Estos días hablando con varias personas he podido observar la mecánica del miedo. Amigas que se han visto confinadas con sus familias, reciben advertencias cuando, por diversas razones, se plantean salir de casa. Les recuerdan, con cierta presión emocional, que existe una ley “inquebrantable” que exige, dentro del clan familiar, protegerse mutuamente del miedo. Es una lealtad debida, que perdura generación tras generación: el miedo, nos dicen, siempre se ha vencido renunciando a cuotas de libertad, y así debe seguir siendo. El virus ha venido a desvelar estas dinámicas. Podemos elegir conquistar algo distinto. El ser humano tiene una extraordinaria audacia espiritual.

Somos seres eternos aunque, a menudo, desconectados de la fuente. El origen de todas las guerras ha sido el miedo a lo que llevamos dentro: la herida. Por eso huimos de estar solos. Por eso exigimos lealtad al clan, al amor, por eso nos apegamos a una identidad falsa. Esta herida, en último término, es siempre una experiencia incompleta en forma de dolor ancestral. Nace de la profunda necesidad que tiene el ser humano de vivenciar el amor incondicional, sentir que tenemos un lugar en el corazón de otra persona. Rehabilitar la experiencia amorosa espiritual, curar el corazón, permite reconectar con la fuente. Esto, más allá de lo terapéutico, pasa por ensayar fórmulas comunitarias cohesionadas, en tribus donde nos sintamos vinculados por nuestro deseo de sanar, conquistar los miedos y despertar.

Ahora que nos hemos quedado solos/as en la habitación, te propongo: déjate sentir, sostén la ansiedad, para el  mundo y respira. Si puedes, suelta todos los planes por un día, por tres días. Todo eso que aparece como emoción intensa, incómoda, desconocida, es la materia prima de la auténtica transición ecológica. Ahora abre esta experiencia a una persona de confianza.  Explora la vulnerabilidad en un espacio de intimidad. Contacta con tus recursos espirituales y observa que sucede cuando logras completar experiencias de compasión hacia ti mismo/a. Bien, has salido de la cueva, de las sombras, el auténtico confinamiento. Porque conectando vía experiencia con los universales, dejamos de ser manipulables. Es la vía espiritual.

Salir de la rueda del maya pasa por: abordar esta herida; parar el mundo y estar consciente de ser; y despertar nuestro potencial como seres perceptivos. Es como renacer, reinventarnos. El mito del ave fénix, el ave que se desvanece para renacer con toda su gloria de sus propias cenizas, además de su extraordinaria fuerza y dominio sobre el fuego, contenía una curiosa virtud: la de que sus lágrimas eran curativas. Esta es la forma misteriosa que adopta en esta dimensión el conocimiento silencioso.

Somos parte del misterio. El conocimiento auténtico es silencioso, no se puede pensar ni expresar y sin embargo es englobante, total (Castaneda). El Físico Eddington definió el universo como “algo desconocido que hace algo que no sabemos qué es”, en referencia al misterio de las fuerzas que actúan entre los cuerpo celestes. El verdadero progreso es entender que cada cual somos gurús, magos y hacedores de esas energías universales a las que pertenecemos.

Salir de la cueva es muy inquietante. ¿Quién seré al otro lado? ¿Quién soy cuando renuncio a mis debates, a mis empeños, mis rutinas? ¡Con todo el esfuerzo que hago para ser feliz! La trama del despertar espiritual pasa por un sutil cambio interior. Entender que la verdadera alegría es una causa y no un efecto. Si crees que es un efecto estarás toda la vida buscando fuera lo que te complete. El camino espiritual comienza cuando entiendes que estás completo/a. Dentro tienes la sombra y la luz que la alumbra. La herida y la medicina. Dentro está el dolor y el máximo potencial de mutación. El amante y el amado. El dios y la diosa. Mi cuerpo energético, por ejemplo, incluye el de mis padres a los que puedo abrazar permanentemente a través de él.

¿Cómo me imagino en la práctica maneras de despertarnos, de construir la nueva normalidad? Aquí van una serie de sugerencias.

  1. Hemos dimitido de nuestra naturaleza espiritual y salvaje. ¡Me pido un plan de rescate! Adquirir la práctica de maravillarnos simplemente de ser, estar vivos. Soltar el plan, dejarme sorprender permanentemente. No estamos separados de la vida. Somos una sinfonía interconectada y solo tenemos que danzar instintivamente para experimentar altos grados de expansión en unión con la vida.
  2. Descondicionar el amor y la sexualidad de todas las adherencias emocionales y las creencias, para abrir todo el potencial espiritual que contiene energía sexual.
  3. Permitirnos que la vida nos abra el corazón a través de las relaciones. Abrir el camino de la sensibilidad que se manifiesta en las formas de relaciones íntimas y de confianza.
  4. Una parte de la tecnología viene a interponerse entre nosotros y nuestras cualidades innatas. Esa tecnología no tiene alma. A mí me deja vacío, me hace autómata, me absorbe el cerebro. Últimamente, además, nos controla, toma el poder. Elijo protegerme.
  5. La auténtica tecnología la llevamos dentro. Pasa por desplegar el propósito superior escondido en el ADN, acelerar el despertar. Pasar de la materia a la conciencia y comenzar a utilizar nuestro potencial psíquico del plexo solar y extrasensorial.
  6. Creernos que nuestro estado natural es un estado cercano al éxtasis, al que accedemos sin agotar energías ni recursos, sino a través de la contemplación de la vida fuera y dentro de nosotros y a través de nuestro poder interno.
  7. Tenemos un rol protagonista en configurar ya el humano futuro, sus formas de relación sensibles y su libertad auténtica. Comencemos por hacer el ejercicio de imaginarlo y ensayarlo en laboratorios comunitarios.

Salir de la matrix es un acto instintivo, espiritual y salvaje. Sócrates dijo que si el alma puede tomar aunque sea una pequeña distancia del cuerpo, entonces puede percibir el verdadero ser. Es eso, una parada, en el silencio de tu habitación, de tu meditación, de tu danza sutil, es una iluminación, a tu alcance, muy cerca, al otro lado del confinamiento.

ALFREDO C. DOMBON

Eres lo que decidas ser

Eres lo que decidas ser

Tomar tus emociones para romper con el determinismo y la autoridad externa

He tenido a lo largo de mi vida la oportunidad de visitar dos territorios donde se manifestaron en el pasado siglo las peores atrocidades de las que es capaz el ser humano: el campo de exterminio de Auschwitz en Polonia y Rwanda.  En este país la colonización generó una sociedad clasista que fue el germen de un estallido que se llevó por delante a un millón de personas. Ver de primera mano el Holocaust Memorial Museum en Kigali, espacios y objetos personales de seres humanos cuya inocencia fue aplastada por la obsesión neurótica de unos pocos, estremece las entrañas. Recorrer el campo de concentración Nazi, leer los testimonios, observar la destrucción programada de la que es capaz la mente cuando está fuera de su casa, el corazón, es aterrador.

Me impactó sentir, observando muchas de las fotos y vídeos de la época, cómo las emociones de los que sufrieron esas tragedias quedaban congeladas. El terror paraliza los sentimientos introduciendo a la persona en un espacio de desorientación y desconexión interior. Se arrebata la libertad y todo se aboca a un acto de supervivencia. Solo quedan los instintos. La persona en todos sus matices emocionales desaparece y te invade la tragedia existencial. Los rostros de los responsables del campo de concentración alemán atisbaban en algunos de sus rasgos aspectos de humanidad. Pensaba: en algún momento eligieron la muerte que provoca el ego cuando solo se alimenta de ideas. Recuerdo entender ante estas fotografías cómo, el que no se hace cargo de su dolor, fácilmente infringe dolor.  Los agresores peleaban contra su peor enemigo: sus miedos y sus vacíos internos. Ante eso, el ego toma el poder, basta con construir un guión argumental, una película fantástica sobre la condición de inferioridad del semita.

Tras la I G.M. Europa tuvo que hacer una reflexión sobre el desgarro moral que supuso el conflicto. Se rompió el optimismo romántico que otorgaba valor a las ideas estables y eternas. Kierkegard filosofa sobre el mal y la nada, adentrándose en el valor de La existencia humana concreta e individual. G. Marcel, Simone de Bouvard, Albert Camus despiertan las conciencias con su pensamiento existencialista para advertir a toda una civilización que: la realidad no se identifica con la racionalidad. La naturaleza y la esencia no definen al ser humano (como pensara S. Freud). La existencia no es una esencia definida por razas, fronteras, estados… ni el ser humano un simple actor de conocimiento. Husserl propone que la sensatez, el placer de sentir y la coherencia son nuestras auténticas fuentes verificables y se encuentran en nuestra cadena narrativa interna.

El existencialismo nos recordó que el ser humano es lo que decida ser, aceptando vivir, eso si, el riesgo e incertidumbre que esto lleva asociado, es decir, el dolor. Esta es la plena responsabilidad sobre nuestro sentir. El ser humano cuando se hace verdaderamente cargo de sus emociones, rompe con cualquier determinismo. Hasta ahora la autoridad paternalista y patriarcal ha proveído de este determinismo, de la verdad. Construye leyes rigurosas con estrictas estructuras morales e ideologías. Manipula. Pero ya hemos entendido que más importante que la verdad es: lo que haces con eso que experimentas. Y aunque seguimos entregando el poder a autoridades externas (ahora la ciencia toma ese papel, véase lo que está pasando con las terapias naturales) el acontecimiento y la experiencia son, cada vez más, lo primordial.

El ego, esa “masa específica de nada” que acapara el órgano reflejo que es el cerebro izquierdo y que construye mundos de soberbia y aburrimiento, tendrá que dar paso en este nuevo siglo a la aceptación. Reconocer el sustrato de fondo que nos atemoriza: la rabia, la tristeza, el miedo, la dificultad para estar solos en una habitación, la muerte; parar la fantasía del progreso tecnológico infinito y despertar a nuestros abundantes recursos internos, a la naturaleza mágica de la vida, a la suficiencia de contenidos que incorpora el propio hecho de existir.

Ningún adulto entendía la boa que engullía elefantes que narraba el principito. La obra de Saint Exupery es una crítica al hombre civilizado y revela la incapacidad que tenemos de entender la relevancia de nuestra propia existencia. Salir de la oscuridad de la historia pasa por aceptar que somos un sentimiento, un “darse cuenta”. Fuera de ahí todo es un colapso del ego alejado del corazón.  Para reformularnos como civilización tal vez tengamos que:

  • Aceptar el camino de la indagación emocional y su sanación como proceso necesario para acercarnos a una vida más humana.
  • Recapitular el pasado personal y desvelar el subconsciente, depositario de las memorias universales para disolver los arquetipos que siguen configurando nuestras creencias fósiles.
  • Resolver en el opuesto masculino-femenino y permitir que la energía sexual transforme nuestros patrones arcaicos y de sometimiento mutuo.
  • Retomar la sabiduría inscrita en nuestra evolución cultural como raza humana. Recuperar las tradiciones precoloniales: las culturas mesoamericanas y la herencia Tolteca, el Zen japonés, el yoga hindú, el tantra tibetano e hindú, el pensamiento de la cábala. Todos ellos reconocían ya que el ego tiene una enfermedad, la de sustituir la realidad por lo que piensa.
  • Soltar las autoridades históricas para crear la realidad que queremos. Otorgar la autoridad a nuestra sabiduría orgánica e intuitiva, la del cuerpo y la de la naturaleza, recuperar nuestra abundancia interna.
  • Inaugurar nuevos modelos tribales universales, reunificados por el espíritu único de apertura y comunión amorosa del que nos informa un corazón sanado.
  • Y soltar, soltar toda pretensión quimérica de transformar la realidad y manipularla para alimentar la importancia personal, luchando neuróticamente contra la muerte.

“Me pregunto si las estrellas estarán iluminadas para que cada uno pueda encontrar la suya”, decía el principito. Lo que hace bello al desierto es que esconde un pozo en cualquier lado.

 

Capitalismo emocional

Capitalismo emocional

El capital dice “yo soy el primero”. Nos ha convencido que, atender el progreso y las variables del capital, es nuestro destino. Este mensaje, tan patriarcal por otra parte, alimentado de un sistema fuertemente jerárquico, ha hecho que la especie homo, rindamos culto a tan poderoso tótem, sacrificando o descafeinando las virtudes naturales que nos acompañan como seres dotados de emoción y sentido.

Este dios implacable aplica la lógica mecanicista a los sistemas vivos. Dejamos de ser espontáneos para pasar a ser convenientes o inconvenientes. El homo oeconomicus se dice a sí mismo: la producción es el actor principal de  mi película. Las emociones, la naturaleza, la ética, la estética, etc., son, definitivamente, actores secundarios. Las relaciones personales han quedado así damnificadas. Vivimos emociones transgénicas, manipuladas en su ADN natural para que sean aptas para el consumo.

Las emociones languidecen en una sociedad de grandes superficies, trabajo fijo y planes de pensiones. La ruptura que provoca el capitalismo es una especie de translimitación, donde se empaquetan las emociones en contenidos publicitarios extraordinariamente bien diseñados para despertar necesidades, y las convierten en útiles, siempre y cuando sirvan a la obsesión por el progreso económico.

Al final, nos hemos cargado la compleja red de interrelaciones sistémicas que nutre este organismo vivo que es nuestra vida emocional. La inteligencia sin lucidez emocional es ciega, y la lógica desarrollista un tratado de las cosas muertas. Como dijo W. Kaufmann, la vida es un compromiso entre la estructura y la sorpresa. ¡Abajo las sorpresas, dice el capital!

¿Cómo son las emociones transgénicas? Emociones manipuladas en su energía originaria para servir a otro fin, para hacerlas cómodas en el mercado de valores. Del mismo modo que Monsanto manipula las semillas para que solo puedan ser cultivadas una vez, aquí las manipulamos para que, como mucho, a lo largo de nuestra vida, nos asalten una vez ¡y con los mínimos desperfectos posibles! Vamos a ver qué sucede con estas emociones básicas.

Con el amor decimos: es para siempre. Enamorarse, sentir amor por una persona, nos introduce invariablemente en la expectativa de las “medias naranjas” que vienen a completar algún aspecto de nuestra vida que no podemos completar por nosotrxs mismxs. El amor transgénico es sublime, romántico, único y eterno. Si desaparece no es porque el amor viva transformaciones, por cierto, la mayor parte de las veces creadoras, sino porque se muere. Esto conlleva consecuencias trágicas: sentimientos de abandono, de fracaso y de traición. En fin, un guion suculento para el negocio de las emociones. El amor en su forma natural y auténtica reproduce formas de encuentro, comunicación y relación. Es atemporal y viaja. Su intensidad varía. Involucra el ser del otrx, reproduce el afecto, el vínculo, la complicidad, la intimidad, el cariño, todo un caudal de riqueza y generosidad. Expresarlo sin negociar las condiciones del vínculo, es un acto de naturalidad y de alegría genuina.

La rabia, se nos dice, no es útil, hace daño y es inconveniente. Tampoco hay que ponerse así, solemos expresar. La rabia solo trae inestabilidad, es la mecha del conflicto. La rabia es egoísta, manifiesta una queja y esta ya tiene sus cauces administrativos para darle salida. Algo formal. Al final nos llevan a la conclusión de que es mejor perdonar. Para ello existen muchos caminos espirituales que hacen posible disolverla. Pero no, la rabia lo que tiene es que no se disuelve. Se enquista y genera enfermedad física y social. La rabia es un movimiento interno de desahogo necesario. En contacto con una contención de algo de lo que se nos privó, de algo en lo que no se nos tuvo en cuenta, necesita expresarse para movilizar todas las energías asociadas hasta llegar a la rendición. La rabia necesita ser escuchada, tenida en cuenta, acompañada, aliviada. Aprender a expresarla es un proceso personal que pasa por abordar nuestros límites internos.

El miedo, especialmente el miedo al vacío, hay que evitarlo. Su mutación artificial es dejarlo contenido. El miedo, sin expresar, nos hace sumisos y dependientes, cuando desde fuera nos dan la solución. Todo nuestro sistema social está diseñado para contener el miedo. El miedo nos acerca a la experiencia del vacío, donde soltamos la seguridad. Pero el gran negocio de la guerra y la economía de escala requieren de esta gasolina. El miedo asoma hoy en cualquier mínima alternación de las condiciones del bienestar, material. El miedo, cuando se expresa desde el contacto profundo, nos hace más libres. La libertad, tan revolucionaria, pasa por traspasar los estados del miedo que en realidad solo son eso, miedo, desconocimiento, incertidumbre, vulnerabilidad. Traspasarlo nos saca a la certeza de la libertad, a la no dependencia.

La tristeza, hay que aliviarla, hay que salir de ella. En una sociedad que se conduce por el éxito, la tristeza es un estado sin valor, espúreo.  No llores cariño, les decimos a los niñxs desde sus primeras expresiones. La tristeza, en sus múltiples manifestaciones de depresión, desmotivación, solo se medica. La tristeza se modifica genéticamente porque nos aleja del triunfo, de estar bien, ser productivos, adecuados. El triste solo puede recibir ayuda o consuelo. Pero la tristeza nos lleva al contacto con la fragilidad, con nuestras necesidades o con recursos emocionales que nos permiten sentir la vida de forma diferente. Nos abre la comunicación en lugares más cercanos. La tristeza expresada alivia las carencias vividas y nos puede llevar al agradecimiento.

El deseo, si es sexual, hay que esconderlo. Le decimos: eso es un asunto de la intimidad de cada uno. Se privatiza. Lo valoramos como egoísta y su manifestación espontánea solo puede conducir a la lujuria. La expresión del deseo viene manipulada por la seducción y todos los circuitos ocultos que están para alimentar y hacer negocio con el deseo. Pero el deseo es un poderoso movilizador. Implica nuestra espectro emocional si no nos quedamos en un puro manejo de la energía sexual. Nos empuja siempre para encontrarnos con algo de nosotrxs mismxs. La energía del deseo pulsa desde la sexualidad para hacer un viaje por todos los centros, abriendo el corazón, dándole espacio a la palabra sensible, y tomando la experiencia espiritual.

Las emociones son lo primero porque nos traen la verdadera vitalidad, la conexión profunda con nuestra satisfacción, si logramos descapitalizarlas y tomar su energía para gestionar nuestra vida con la mejor brújula interna que poseemos.

Si quieres aprender a darle espacio a la gestión emocional, vente a nuestro grupo: Todos los jueves en Sevilla.