Después de que hace dos años se
desvelara para mi toda la rabia que tenía paralizada dentro con mi padre, hoy
puedo decir que he completado un camino. Así lo siento tras el sueño que he
vivido esta noche. Ha sido un itinerario largo con episodios difíciles. Un
auténtico viaje terapéutico con la ayuda de personas queridas y con entradas en
la profundidad del dolor. Pero hoy me llega una sensación de sanación. Me he
visto con mi padre en un lugar nuevo. Me confirma que algo se ha cerrado.
Siento más paz conmigo y algo en mi se ha completado.
Alfredo volvía a casa borracho,
como era habitual. Pero esta vez ya no lo recibía en casa el niño temeroso y
paralizado, sino que le recibía yo, el hombre, en un lugar de madurez y templanza.
Era capaz de verlo con una mirada natural, de adulto a adulto. Llegaba dando
tumbos, tal y como recordaba desde mi niñez, muy deteriorado, descamisado y sin
poder articular una palabra comprensible. Esta vez llegaba a casa, pero yo lo
recibía sin el caudal de miedo y rechazo que tantas veces sentí de niño. Estaba
mi madre en casa y mis hermanos, aunque en esta ocasión tomaba mi movimiento y
me acercaba a él, sintiendo mi fuerza. Lo miraba con profunda compasión y con
aceptación. Ahí tenía delante a un hombre que elegía ahogar sus miedos y
frustraciones en una pendiente infinita de abandono al alcohol. Si, él lo
elegía.
En este instante puedo
experimentar una leve sonrisa en mi boca. Algo nuevo se abre. Por primera vez
experimento una especie de complicidad. Mi adulto entiende el desastre
emocional de este otro adulto, mi padre, y puedo observarlo sin que se me
apodere la rabia. ¡Uf, cuanta rabia almacené durante años contra el hombre que
me negaba un legado sano de masculinidad, paralizaba los estados emocionales de
la familia y hacía sufrir a mamá! Ya la puedo soltar.
Ahora le acompaño a la cama y le
ayudo a acostarse. Sin drama. Me devuelve una mirada cómplice y una sonrisa. Me
arranca una cierta ternura. Lo tapo con las sábanas. Él se desabrocha la ropa
dentro de las sábanas. Está a gusto. Solo quiere dormir una noche más, feliz en
su evasión. Entiendo que es la vida que ha querido tomar para sortear sus
incertidumbres, sus impotencias vitales. No necesito pensar más, es así, acojo
las cosas como son, las acepto. Todo está bien.
Salgo de la habitación. Me invade
algo distinto. Suelto una carga atávica. Ahora dejo atrás las ataduras de lo
que el dolor y el rencor se empeñan en dejar pendiente y atraparte toda una
vida. Ya puedo elegir el hombre que quiero ser. Ya obtengo el permiso interno
para soltar cualquier lucha con lo masculino condicionado. Ya he resuelto, más
allá de los ojos de mi madre, que durante tanto tiempo configuraron mi forma de
ver a papá y de sentirlo porque, tal vez, necesité sujetarme en ella.
Conecto mi sueño con la
inspiración que la última búsqueda de visión tuve sobre el hombre libre. Decretar
que soy un hombre libre, ahora cobra una fuerza especial dentro de mí. Una
auténtica sensación de poder me invade, poder para ser. Nada más y nada menos.
Si, soy un hombre libre. He tomado el sitio que he elegido tomar respecto a los hijos, las parejas, los compromisos laborales y el amor a mi cuerpo, que me otorga una dichosa alianza con mi salud. Soy libre para estar en medio de la naturaleza cuando esta me reclama y sentirme uno con ella. Libre para amar a corazón abierto a quien quiero y cuando quiero. Soy libre pensador, siento mucho gozo cuando conecto mi pensamiento al conocimiento espiritual. Soy un alma libre, un poeta de mi propia biografía. Amo lo que soy y lo que se esconde de mí, temeroso de ser visto. Amo mi herida y mis dones. Me abro al placer del puro presente, sin que mi cabeza tenga que ir a ningún compromiso u obligación más que la que me dicta el amor a mí mismo y el cuidado sustancial a las personas que amo. Soy un hombre libre, soy un hombre. Doy calor como el sol, pero no aprieto, no agobio. Otorgo el alimento de mi presencia. Me levanto sobre mí mismo, me elevo y arriba me puedo mostrar brillante, con mis propios ciclos y mis retiradas. Me conformo con lo que soy, disfruto mucho con mis dones. No juzgo y renuncio a llevar la razón. Me rindo y en ese rendirme, soy el hombre absoluto que quiero ser. Despierto cada mañana y anhelo para ese día justo lo que nombra mi deseo. Disfruto con mi movimiento singular, instintivo, individual y auténtico. Me abro al amor sin miedo, en las formas, tiempos y personas que quiero. Suelto lo que no va conmigo, lo despido y agradezco. Medito, descanso mi cuerpo. Amo el placer cotidiano, sin expectativas inflamadas.
Amo el placer de ser. Celebro a
cada instante la comunicación auténtica con cada corazón que me aparece
delante. Me otorgo el placer de comer y disfrutar con mi cuerpo al sol, al
viento, al universo. Amo el placer de amar y el de encontrarme con otro cuerpo
femenino, bello, elegante, profundamente sensual, despierto y con el corazón
disponible. Me descubro cada día en mi capacidad parar abrirme a nuevos “darme
cuenta”. Profundizar en la conciencia, la belleza de la vida y su trascendencia
infinita. Soy un hombre libre, me amo porque no necesito nada y me entrego a
todo; porque lo necesito todo y me entrego a lo que me da la gana. Soy bello
por dentro, me lo reconozco y emano con naturalidad mi alegría hacia afuera. Es
mi abundancia.
Invoco mi corazón ardiente y mi
sol en mi pecho. Invoco la capacidad para estar amorosamente presente a cada
instante, con cada persona que me agrade o que me rete. Que me vea o que me
provoque en mis fibras sensibles. Soy un hombre libre, así me parieron, así lo
elegí desde el instante uno. Mi única dedicación es darme a lo que siento que
necesito, sin entregarme a nada extraño, impostado o ajeno a mi propósito, nada
que no sea la experiencia de amarme a mí mismo y amar la vida en sus múltiples
formas. Me amo. Me parece fascinante el trabajo de desvelar mi corazón y darle
su máxima amplitud en la entrega a la vida, al amor y a mí mismo. Me entrego a
mi propósito de desvelar mi mejor versión y abrir las puertas a la percepción,
la alegría, la danza instintiva, a la acogida tribal, al viaje de la
conciencia, a la penetración del inconsciente, al viaje del placer, a la comunicación
alegre y creativa, al encuentro humano profundo, a la emoción, a la vida.
Soy un hombre libre, por eso
decreto la experiencia del absoluto presente. Porque soy un hombre libre escojo
la constante comunicación con mi deseo en el aquí y el ahora, que elige en cada
momento como manifestar su ser, como expresarse y manifestar el amor allá donde
está. Invoco la generosidad, la abundancia y la entrega en el acto de ser
honesto y coherente conmigo, salvaje, para que se despierte el magnetismo
del ser que se completa a sí mismo, y atraer otras presencias que elijan esa
misma cualidad: la del ser que se completa y se manifiesta a sí mismo.
Necesitamos de la naturaleza para
liberar nuestra naturaleza. Caminar por la montaña, sentir el aire y recibir el
sol en un estado de total receptividad y conciencia del presente, me libera y me
hace recordar quién soy. Días atrás en el bosque tuve la sensación de que un
día me escapé de este lugar sagrado y preexistente en el que tengo mi sitio, la
naturaleza, para ir a buscar fuera algo que no sé qué es, en lugares donde irremediablemente
no está. Eso que busco soy yo mismo y la naturaleza me recuerda que estoy aquí,
que cuando desisto de salir y respiro, me encuentro. Es un estado de expansión
que no había experimentado antes.
Llegar aquí es un regalo. Pero
reconozco la paradoja, he necesitado previamente completar un viaje que me ha
supuesto: entrar en la herida; desear despertar; acudir a buscar en lugares
nuevos (distintos a donde se crearon los problemas) y llegar al vacío. La
experiencia del vacío está llegando en este tiempo a mi vida con claridad.
Siempre había hablado del vacío de modo mental, pero esta vez dos experiencias,
en el bosque haciendo una búsqueda de la visión y con mi compañera Susi
mediante una sesión de conexión, invocación y escucha, he tocado este lugar
misterioso.
Cuando haces posible la técnica
del abandono, del no hacer, es
factible la llegada del vacío. Hay que quedarse ahí y esperar. Ya reconozco
como los estados emocionales me sacan siempre a nuevos escenarios para evitar
el contacto (en esto es especialista el carácter que no quiere tocar la incomodidad
de la emoción pendiente). El no hacer
me invita sencillamente a quedarme en el presente, en contacto con mi cuerpo.
No hacer es no reaccionar. Solamente lo que el cuerpo necesite para su acomodo
energético. Comienza así el trabajo: observar todo lo que pasa dentro.
En el bosque, durante día y medio
viví una lucha interna que en realidad acepté como un proceso de limpieza. Solo
podía aceptar que no pasaba nada. Ahí fuera me rodeaba una naturaleza
excepcional pero no podía tomar nada ni sentir nada especial. Abandonarse sin
reaccionar, esa es la clave. Confiar. En este lugar puedo, en ocasiones, sentir
una sensación de poder en el hecho mismo de permanecer aquí, en el vacío, sin
más. Desde el principio conecto con la palabra “medicina” que invoco ahora de
manera espontánea. Se que este trance me trae algo que necesito.
Aquí puedo observarlo todo: la
mente ansiosa encadenando imágenes; las emociones movilizándome; la rabia de
episodios pasados; la amargura… también la desesperación que me trae observar
durante horas esto. Pero hay un placer peculiar en descubrir que no reacciono a
las emociones. Confío en mi cuerpo, solo acomodarlo y responder a su
movimiento. Ahora me percato de algo. Me doy cuenta de mi mecanismo de evasión:
me encanta planificar cosas y adelantar el escenario de satisfacción. Veo como
eso funciona dentro de mí y me saca de la responsabilidad del pleno presente.
Elijo ahora dejarlo pasar y volver al vacío. Me acerco a otro darme cuenta. Veo
la fuerza que invertí en el pasado para sostener el personaje, en movilizar mi
energía de hacer y de huir.
Me he sentado, tumbado en
diversas posiciones, caminado en círculo… Sigo el movimiento del cuerpo como
parte de mi escucha. Y cuando el movimiento cesa dentro de mí, me quedo sorprendentemente
en contacto pleno con la experiencia sensorial. Ocupan el espacio las
sensaciones sutiles del exterior de forma amplificada. Descubro que hay
numerosísimos pájaros a mí alrededor. Siento mi respiración. Percibo la leve
agitación de una rama. Un insecto. Hasta el tiempo que pasa lento lo puedo
sentir de algún modo a través del tenue
ruido de fondo que me trae el paisaje.
Comienza mi diálogo con las cosas
y empiezo, ahora sí, a descubrir. Le pregunto al vacío qué es. El vacío me
responde: es no saber la respuesta a qué es el vacío. Aquí se para todo mi
movimiento y empiezo por entender como la identidad y la voluntad me atrapan.
¡Soltar la identidad! Recibo esta invitación, pero. ¿Quién soy yo sin las cosas
que hago? Recuerdo que esto se lo he escuchado a otras personas en terapia.
Estoy en ese mismo punto. Me da miedo.
Por fin, el vacío me lleva al
contacto pleno con el placer y me llega un profundo alivio. Han pasado muchas
horas. ¡Uf! La espera paciente ha merecido la pena. ¡Claro!, me digo, aquí en
el vacío sin forma, entra a ocupar su espacio todo el placer de la vida. Me
inunda, es un placer instalado, pleno, que invade mi cuerpo y mis sentidos.
Está conectado con el hecho de estar ahí, de sentirme vivo en ese preciso
instante. Me siento dispuesto a recibirlo en la forma que llega y desconectado
del tiempo. En cierto modo, es eterno.
Amplio mi estado de comprensión
en este momento. Dejo de luchar para que vengan cosas, se trata como de un
estado especial de percepción en el que puede aparecer lo nuevo. Ahora sí que
puedo estar aquí horas o meses. El vacío es aceptar que todo lo que hay está
bien. Todo está para mí aquí. En el vacío máximo todo está a mi disposición, y
al mismo tiempo estoy aquí disponible para la vida. No pretendo nada y lo
entiendo todo: la vida es estar en el vacío, que es como estar en la escucha
sensible máxima. Tomarlo todo para el disfrute.
Y, ¡sorpresa!, resulta que estar
en esta actitud me conecta con la aventura auténtica: es extraordinario estar
simplemente a la expectativa de lo que la vida te pueda traer de manera
sorpresiva. Me emociona. Es la pura contemplación. Yo solo tengo que vivirlo.
Me da todo el permiso para experimentar la libertad profunda y solo quedarme en
recibir lo que llega para, si lo deseo, jugar con todo en mi circo interior. Se me
abre todo un mundo en el no hacer, no
tengo palabras. El vacío está lleno de emoción receptiva y benevolente. Es otro
tipo de conocimiento. Intuyo que una vez aquí solo se puede hacer una cosa:
despertar a la auténtica realidad.
La noche en la que compartía
invocación con mi compañera, tenía una sensación de que todo estaba bien, de
que todo lo que recibiera en ese tiempo, era adecuado. Además me atravesaba una
profunda gratitud. Es como si sorteara la dualidad. Me vino a la mente como la
materia, si acudes a sus últimas partículas, entre ellas solo hay vacío. Es ahí
donde debía encontrarme en ese momento. Es algo enigmático, no sé cómo
abordarla, no hay polaridades. Intuyo que el vacío abre la puerta a una
comprensión profunda de la realidad, de mi realidad.
Me apasiona la física cuántica. ¿Por
qué la materia cambia de onda a partícula?; ¿Como el pensamiento se transforma
en moléculas tales como neuropéptidos, hormonas y enzimas que ponen en marcha la
actividad corporal? ¿Cómo se ha creado la información inscrita en el ADN, cuyas
moléculas de carbono, hidrógeno y oxígeno por separado no despliegan ese
programa? Me despiertan una gran
atracción todas preguntas. Cabría decir que donde no hay nada, parece que está
todo. Intuyo una profunda conexión entre estos descubrimientos y mi experiencia
en el bosque.
La materia y la energía nacen a la vida de algo que no es ni una cosa ni otra, un estado primigenio sin espacio ni tiempo que los físicos llaman “singularidad”. A su vez, el teorema de Bell es considerado por la mayoría de físicos del mundo como el descubrimiento más profundo de la historia de la ciencia que ha hecho que la física acepte la interconexión, la existencia de una especie de campo invisible que mantiene unida a toda la realidad. Este campo posee la propiedad de saber en todo momento lo que está pasando en cualquier parte.
La experiencia del vacío es un
puente para acercarme a estos campos donde salgo de la persistente dualidad y
comienzo mi despertar. Considero que existe una inteligencia flotante a la que puedo conectarme atravesando esa
experiencia de no hacer. Es una posición
de la conciencia que une todo lo existente y que me permite verlo todo sin
hacer nada, ver la singularidad, el campo invisible que conecta todas las cosas
unificándolas.
Cuando llego a esta conclusión,
me invade el entusiasmo por entrar más a fondo en lo que no veo para empezar a
ver. Le voy a llamar la nueva psico-física de la conciencia. Quiero indagar más
y hacerlo a través del auténtico laboratorio del que dispongo: el inmenso
entramado de mi realidad subjetiva abierta al espíritu, a la naturaleza y al
todo.
Corre el mes
de marzo. Sobre el planeta se cierne la preocupación y la parálisis que genera en
el ser humano la incertidumbre, el miedo y la fragilidad de la vida. Yo me
retiro solo al bosque durante tres días, sin comida, abierto al diálogo con la
naturaleza, los seres espirituales y las revelaciones del mundo interno. Salgo
al atardecer. Me adentro en este bosque a una hora de camino habitado por árboles
centenarios: quejigos, espino blanco, algarrobos, etc. Llego al lugar. Al oeste
un valle con campos de cultivo, detrás, la montaña. Ya es de noche, el silencio
solo es removido por el sonido del viento entre las ramas que ahora sopla
intenso. La noche es fría y comienza a llover. Comienza mi entrega a la
experiencia.
En el camino
he sentido emocionado toda la energía femenina presente en mi vida. Me venían
algunos rostros, su fuerza colectiva y como esta energía me acompaña poderosa. Me
da fortaleza. Elijo un sitio resguardado para poner la tienda y me abandonado
al no hacer, a la escucha. Invoco para estos días la apertura de un portal
dentro de mí, más allá de la avidez y el ego, donde ampliar la comprensión, el
sentir sobre la vida. Me duermo con la imagen de mis padres y mis abuelos que
vi tiempo atrás en una cueva. Creo profundamente que más allá de esta realidad hay
revelación, que el espíritu de la vida y la naturaleza se manifiesta, a quien
quiere y cuando quiere. Elijo confiar.
Muchas
tradiciones han explorado este viaje. En los ritos de paso de la antigua
Grecia, los que se sumían durante varios días en el viaje enteógeno en la
ciudad de Eleusis, vivían una epopteia,
una visión transformadora que les iniciaba en la vida espiritual. El viaje del
héroe se refiere también a esta búsqueda. Este suele responder a un esquema
universal que conlleva: salir a la aventura desde tu mundo cotidiano a lugares
de sombra que retan tus capacidades; atravesar experiencias sobrenaturales; luchar
con fuerzas que interrumpen el viaje; experimentar la privación, la
desorientación, la locura, el miedo a la muerte o la pérdida de identidad. Al
final de esta misteriosa aventura, el héroe vuelve a casa transformado, dotando
de mayor sentido a su vida, con una sensación de conquista y poder personal, provisto
en ocasiones del don de consejo o de sanación. El aprendiz de brujo, tras
encarar el inframundo, se vuelve un curador herido. En los relatos de
Castaneda, el viaje de transformación busca el “descenso del espíritu” donde,
al cruzar un umbral, este se revela al buscador. En realidad todas estas
vicisitudes del héroe, no son sino la confrontación con los propios
condicionamientos.
Me despierto
por la mañana temprano. Me pongo frente al sol, toco el tambor y activo mi
canto espontáneo. Mi garganta vibra con sonoridades desconocidas para mí. Pido
ver mis condicionamientos en esta búsqueda. Tras un rato, suelto todo y me tumbo, entro en
otro estado. El tambor me saca de la mente y me permite entregarme a ser
sostenido únicamente por la naturaleza que me rodea. Reviso una antigua
relación. También me viene con fuerza la presencia de papá y mi relación con
mamá. Entonces veo mis miedos a soltar el control, tengo miedo a sentirme preso
emocionalmente. Cuando me acerco a este sentimiento me defiendo con fuerza. Me
acerco a reconocerlo más de cerca. Me siento frágil. Reviso la historia de mi
padre y conecto con la soberbia de no pedir ayuda. Tengo dificultad para
reconocer mis miedos, es entonces, cuando huyo de ellos, cuando manipulo y creo
sufrimiento. A veces no he tenido valor para reconocer que me supera, que no
puedo manejarlo. Me duele haber causado dolor. Veo mis apegos y mi prepotencia,
me conecto con esto y sollozo profundamente, me perdono. Veo mis fantasmas: el
apresamiento que viví de niño sigue presente en mi cuerpo y me paraliza para
sentir. Es miedo, sí, me cuesta verlo. Me perdono de nuevo. Durante un rato
siento el alivio apoyado en la fuerza sanadora de la naturaleza que lo absorbe
todo y lo mitiga.
Si quiero
resolver mis laberintos, tengo que practicar en primera persona, perforar la
sombra, implicar el cuerpo y sumergirme en la propia experiencia. Existe todo
un componente energético-mental-emocional que estructura mi manera de ser y de
ver la vida: creencias, corazas, pasiones y traumas que he venido disolviendo
estos años para dar dirección a la propia vida. Me doy cuenta como el miedo me deja
confinado en lo concreto, lo útil, lo fáctico, me encierra en la idea de que
solo es válido lo inmediato, lo que está bajo mi control (mental). Pero también
sé que liberar esto es abrirme a mi poder interior. Así me lo narra un viejo
árbol. Me siento a su lado y le pido que me hable de mi sombra, de lo que
necesito limpiar. Comienzo a familiarizarme con la claridad interna:
La pereza que traes de tu rama materna, una
vez sanada, se torna en una energía apropiada para esperar y configurar la
entrega al presente y el fluir con la energía de la intuición. Es un estado en el que sueltas los propósitos y
las expectativas. El presente está bien así, amas las cosas como son. También
la vanidad que traes de tu rama paterna, cuando sana y se rompe el espejo narcisista,
se transforma en autoapoyo y amor propio auténtico, una fuerza poderosa para
vivir. Por último con tu forma de vida has resuelto con la tacañería de tus
abuelos, que te lleva a soltar el apego a la seguridad material y despierta en
ti un estado de tranquilidad y suficiencia con lo que la vida da, tomando la
verdadera abundancia del corazón donde reside la auténtica generosidad.
Esta
información me trae mucha alegría, reconozco mi itinerario con las pasiones y
dónde he ido resolviendo. Doy gracias por todas las personas que me han
acompañado en mi sanación. Emerge dentro de mí un estado de confianza en la vida.
Me doy cuenta de lo que nos lastra al ser humano: el apego al sufrimiento y el
miedo patológico.
Esta noche he
soñado con comida. El estómago parece que no se queja. Deshago hábitos a través
del ayuno y limpio. A veces pienso que esto va a ser difícil, que no es bueno
tantos días sin comer. Pero siento mi cuerpo bien y tengo energía. De nuevo el
tambor me lleva a cambiar mi estado. De mi garganta salen sonidos inspiradores
que me facilitan viajar. Esta vez me tumbo bajo el sol aprovechando que ha
despejado el cielo. Disfruto como nunca de sentir la luz solar calentando mi
piel. Le pido a los seres del bosque que me hablen de la información que traigo
dentro, los códigos dormidos. En un estado de profunda concentración recibo
esto.
En este ciclo de vidas que vivimos y
morimos, resulta paradójico pero: el alma mantiene esta forma de amnesia por la
cual en cada vida partimos aparentemente de cero. Eso sí, todos disponemos de
un montón de códigos dormidos dentro que traemos a través del aprendizaje a lo
largo de nuestra evolución. ¿Y por qué no vienen ya despiertos? -Le digo-, porque
hay que elegir abrirlos, filtrarlos a través de la experiencia y poner mucho
foco de conciencia para que conlleven un verdadero despertar. Es como un tesoro
que solo debidamente abierto es posible acceder a él y activar su riqueza. El
primer paso es reconocer que existen ahí dentro. Luego el proceso de acceder a
ellos propicia ese cambio de percepción, de actitud, de conocimiento interno y
de poder. Estos códigos emergen a un nivel consciente desde el instinto y la
intuición cualificadas, lo que configura nuestro perfil creativo. ¿Como se
despiertan los códigos? –pregunto-: con
la magia, es decir, la imaginación creadora. Dialogando con los seres y los
espíritus. Con el proceso de curación emocional, limpiando y sanando, están
disponibles los códigos para ti. También con el trabajo de regresión a vidas
pasadas y de ampliación de la conciencia. Acudiendo a técnicas propias de
clarividencia, mediumnidad y telepatía. Leyendo las claves genéticas. Pidiendo
al mismo Akasa y al universo astral conectado con esos códigos que se te
desvelen. También entregándote a la danza instintiva. Los códigos son un panel
de sabiduría que traemos insertado.
¡Cuanta
información! Me doy cuenta de que la mente, cuando procesa esta información, no
está activa, recoge esto en un estado de pasividad y de inmediatez. Cuando lo
experimento, me conecta con lo que podemos llamar la mente nativa, un sustrato de inteligencia primigenia. Un segundo
cerebro que combina receptores del plexo solar y cualidades instintivas e
intuitivas. Es una forma orgánica de percibir que activa una inteligencia más
allá de la cognición habitual. Cada vez que se experimenta, deja una sensación
particular. Recuperas el sentimiento primordial de fascinación ante la
inconmensurable abundancia, gracia y sabiduría de la naturaleza.
Esta
experiencia la viví con intensidad la segunda mañana. Me movía sin rumbo,
dejando que mis pasos fueran intuyendo la dirección dentro del entorno que me
había marcado para vivir la búsqueda. Vagaba de un punto a otro, y me inundó
una experiencia fuerte. Sentí el caudal infinito de la energía universal
crística disponible, una energía que la tradición llama Gracia y que es
extraordinariamente abundante. Es desbordante y está toda ahí, envolviéndonos.
Me conmoví.
¿Cómo
explicamos esta forma de comprensión? La psicología ha debatido largamente
sobre la percepción. Esta ha quedado atrapada en una estrecha franja física y
cognitiva. Solo aceptamos los estados de vigilia y de sueño. El estado de vigilia
es tan solo uno de los estados de conciencia posible, y no el más audaz. El
sueño está poco explorado. La psicología y la psiquiatría han devaluado lo
espiritual y lo mítico. Por eso hay que restaurar otra forma de pensar.
Para hacer
este viaje tenemos que entregar la autoridad del saber, más allá del conocimiento
científico, a la sabiduría de la vida inscrita en la naturaleza. Es el comienzo
para poder conjugar lo inefable y la reflexión empírica. Esta prueba siempre va
a poner en crisis nuestra mente. Es inevitable confrontar el mundo ordinario
con lo espiritual, es una crisis de separación por la que hay que pasar. Pero
cuando logras conjugarla, amplías tus posibilidades de ser y de crear la
realidad. Comienza un giro en tu relación con la naturaleza y la energía a
través de la cual experimentas que estas no son inanimadas. Abrimos un puente
entre la actividad bioquímica del cerebro y la actividad de la consciencia.
Esta noche he
dormido mal. Es la tercera. Horas sin pegar ojo dando vueltas en mi incómodo
aislante. Siento como mi cuerpo acusa dolorido el estar quieto muchas horas.
Percibo como manejo el estrés con poca paciencia. Siempre me ha costado sujetar
las situaciones dolorosas. El viento azota con fuerza la tienda esta noche y mi
mente bulle. Ya no sé qué hacer. Me levanto con decisión, ya es madrugada. Tomo
la determinación de marcharme a falta de un día. En ese momento respiro y
entiendo que se trata de una prueba más, que traspasar esto es parte del viaje.
Me recuesto de nuevo y logro dormir. Al día siguiente me siento milagrosamente descansado.
Salgo a la luz del día. Los colores y los contrastes de luz me parecen
brillantes. Mi vista se ha agudizado, presto mucha más atención a los detalles
y los disfruto de un modo más especial. El ayuno hace su efecto. Comienzo a
caminar dando vueltas a un mismo árbol. En muy anciano. Lo percibo y me entrego
a su sabiduría. Le pregunto por la inocencia y su papel en mi historia.
La inocencia es el sustrato espiritual de
esta configuración material en la que vivimos. Fue la primera manifestación que
adquirió todo lo material. Es un estado perfecto de entrega y de gozo. Hace
posible la sinarquía, la forma equilibrada de existir los seres. Está muy cerca
de la compasión. La inocencia tiene muchos nombres para el ego: estupidez,
mojigatería, incapacidad, falta de fuerza e iniciativa, infantilismo, etc.,
pero el que no se hace como uno de estos, como un niño, no puede abrir las
puertas al mundo espiritual. El que no purifica su niño no puede abrirlas, el
que no hace una alianza con su niño interno, lo cura y lo coge de la mano. La
inocencia permanece intacta a lo largo de las vidas para el que nunca asesina
(es verdad lo que vio Susi, pienso). Matar es la locura y lleva a la locura.
Hiere la inocencia. En el polo opuesto está el sanador y el artista, el primero
compensa la locura del asesino, el segundo la locura de la herida. El
contenido de esta información me parece profundamente espiritual. Recuerdo los
años en los que me entregué a la meditación en un contexto espiritual, todo
adquiere ahora un mayor sentido.
El chamanismo
y la mística han ido históricamente de la mano. En ambas emerge algo
inexplicable en el encuentro entre el individuo y la totalidad. En todo caso se
experimenta una vivencia incondicionada de la verdad. En el acceso a lo
espiritual, la ciencia debe declarar la indeterminación ontológica y reconocer
que se trata de un espacio inmaterial difuso pero dotado de razón. (Roger
Walsh). Cuando creo dentro de mí una alianza con la naturaleza, se van
ampliando estos estados perceptivos, e Irrumpe ¡el otro lado! Ahí, cuando me entrego a esta confianza mágica,
comienzo a trasmutar los parámetros que me han tenido subyugado durante años, y
comienza la exploración. Todo es posible cuando conectas con este nuevo poder. Lo
insondable se vuelve atractivo y cambia la lógica de comprensión. Incorporo
nuevas formas de percepción: la sincronicidad, el simbolismo, la fluidez, la
intención, el desvelamiento, la clarividencia, la visualización activa, etc.
Después de
rendirme ante la comunicación del árbol, me abrazo a su viejo tronco. Siento la
fluidez del tiempo. Respiro. Toda la naturaleza me parece un canto sublime a la
inocencia. Lo acojo. Me entrego a su poder, no hay nada que hacer. El bosque me
invita ahora a danzar con él, a penetrar en su espacio, en su energía. Me muevo
de nuevo sin rumbo entre las piedras y los árboles. Un palo en mi mano se mueve
mágicamente, sobre mis dedos, como si fuera una brújula. Me he abandonado
durante tres horas y luego me he tumbado. He sentido que empezaba a estar
abierta la visión. Invoco la voz de la montaña, a los animales del bosque, a
los elementales del lugar… todos me van dando claves para comprender mi vida y
mi momento.
Ensaya la ensoñación, -me dice un quejigo
centenario-, ahí puedes despertar vías de sanación. La sexualidad, como el sol,
son fuentes de energía para la vida si los tomas con receptividad,
abandonándote. Vas a tener mucha salud, -me dice otro árbol con el troco hueco-.
Estudia, profundiza en los temas y comparte tus pensamientos, esto amplifica
muchos efectos. Activa el placer a través de la presencia, de la música y el
cuerpo. Existen muchos planos del sentir, si los tomas sin apego y sin pasión, serán
espacios abundantes de captación y regulación de la energía disponible. Dialoga con la realidad, con los seres.
Le pregunto a los espíritus compasivos como
experimentar a Dios: me dicen que sanando y creando, me refiero –dice- creándote a ti mismo, despertando tus máximas
posibilidades internas. Le pregunto al viento y me dice que las palabras se las
lleva el viento. Me rio. Pero –dice luego- las palabras que nacen del corazón
las retengo y las esparzo.
Sigo
escuchando más mensajes. No hay que hacer
nada para completar el propósito, solo hacer lo que está en ti desde el placer.
Come algas, traen información muy antigua. El tambor también es un código muy
antiguo, confía en él. Haz círculos de palabra con otras personas. Hay una
funcionalidad profundamente estructurada en esta realidad, es la funcionalidad
del amor. Despójalo de su manto romántico, construye una pedagogía del amor
propio. Verifica la potencialidad y el poder del amor cuando lo consolidas
dentro. Tiene una maestría propia que formula y estructura la realidad, todas
las formas de lo humano.
La montaña me vuelve a hablar, me dice: dialoga
con tu alma, ella tiene toda la información. Explora sin cesar, estás iniciando
tu alianza con la naturaleza. Aquí en la soledad no resuenas con nada externo y
te conectas con el poder de lo natural y sobrenatural. Potencia el corazón que
ama que, una vez sanado, pronuncia la palabra amor y es muy poderoso. Recuerda
que el ego es extenuante, obsesivo, exigente, acomodaticio, esquivo, es un
farsante y un traficante.
Al árbol muerto, caído en el suelo, le pregunto
mientras trepo a una de sus ramos para sentarme. Háblame de la muerte. Pronuncia
entonces una palabra con rotundidad: descanso. Contemplas toda la vida con
profundo amor y sueltas, es la liberación, el descanso total. Cierre de un
ciclo, sigues adelante. Durante un rato me quedo en contacto con el placer
que me da experimentar ese mismo descanso profundamente.
Me tumbo en el
suelo. Han pasado varias horas. Lloro de alegría por sentir tanta abundancia,
tanta noticia que informa mi corazón. Entiendo que más allá de la realidad
ordinaria existe una realidad no ordinaria. Esta última es tan real como la
otra e incluso más amplia. Las entidades dejan de ser arquetipos, procesos
bioquímicos o fantasías patológicas, y pasan a entrar en el escenario de lo
posible.
Desde que el
antropólogo Mircea Eliade relatara en 1951 las técnicas arcaicas del éxtasis en
su investigación sobre el chamanismo, y posteriormente con los relatos de
Carlos Castaneda, en occidente comenzamos de nuevo a tomarnos esta sabiduría en
serio. En el libro del “Conocimiento silencioso” nombra Don Juan la gran falla colectiva: vivir nuestras
vidas sin tener en cuenta la conexión con el Intento, la fuerza encendedora: el
espíritu. Todo por lo precipitado de nuestra existencia, nuestros inflexibles intereses,
preocupaciones, frustraciones y miedos que tienen prioridad. En el plano de
nuestros asuntos prácticos, no tenemos ni la más vaga idea de que estamos
unidos con todo lo demás.
Es un
sentimiento extraordinario sentirte unido a todo lo demás. Es un acto de fe
difícil para la mente. Pero la emoción informa verdaderamente cuando la has
cualificado, cuando entiendes el magisterio de la mente nativa. Conectar con
esa realidad no ordinaria puede convertirse en algo cotidiano. Tal y como lleva
exponiéndonos la física cuántica desde hace más de 120 años, la materia y la
energía es lo mismo, en diferentes planos de frecuencia de luz. La epigenética
nos ha dicho que el material del que está hecho el ADN, no solo es sensible a
las frecuencias de luz, sino que emite luz. La cualidad espiritual que nos
configura como humanos, es la que nos permite entender todas las realidades
como entidades de tipo energético, ya sean seres, fenómenos o enfermedades,
etc.
Ahora deseo
naturalizar ese estado extendido de la conciencia que me permite dialogar con
lo espiritual. No a modo de monólogo devoto en una sola dirección. Entiendo que
no es eso, es más bien parecido a lo que vive el artista, que desconoce el
origen de su inspiración pero reconoce en ella un divino-natural vivo y
consciente.
Hay formas de conocimiento
inasequible por la vía ordinaria. La búsqueda de la visión me ha permitido
entender como es la claridad interna obtenida en esos estados. Amplio el umbral
transpsicológico. Mi mente ha perdido el pleno poder. Los estados de conciencia
diversos: chamanismo, mística, enteógenos, regresiones, etc., propician un modo integrativo de la conciencia (Michael
Winkelman). Al hacer esto estamos modificando la visión del mundo. Todo es un
flujo vibratorio dotado de inteligencia propia que cambia permanentemente y que
unifica la vida. Esto es fácil experimentarlo cuando te entregas a la búsqueda
de la visión en un medio natural. He experimentado durante tres días un estado
de apertura y de disponibilidad tal, que me han permitido captar conocimientos
a través del gran libro de la vida que es la naturaleza y sus múltiples formas.
Atardece,
quedan unas dos horas de luz solar. Completo los tres días. He bebido cerca de
tres litros de agua. Tengo el cuerpo cansado. Recojo y me despido lentamente
del bosque. Lo siento compañero, maestro, hermano. Respiro profundo, sé que
esto ha modificado profundamente mi experiencia. Prometo volver con frecuencia.
Voy lento, no tengo energía, camino despacio, con el alma expandida, confiado. Recuerdo
que en una ocasión leí como Carl Sagan, distinguido pensador racionalista,
vivió una experiencia cercana a la muerte (ECM). Tras ello, valoró cómo le
había generado una visión distinta de la vida, entendiendo mejor qué es lo
importante y lo innecesario y aumentando su sentido de la presencia.
Cuando pienso en el momento de mi muerte física me gusta imaginar que deseo atravesar al otro lado desde el reconocimiento de que mi vida ha sido satisfactoria, saboreando el sentimiento de paz y gozo desprendiéndome de mi cuerpo físico e integrando todas mis experiencias como imprescindibles para mi aprendizaje y mi despertar, recordando por fin con luminosa claridad eso que a veces olvido cuando me atrapan las pasiones humanas: que el propósito de mi vida es despertar al través de las experiencias para obtener su aprendizaje, y que existen muchas experiencias que ya tuve, que ya viví y que no necesito repetir más.
Yo pido satisfacción. Quiero sentir la máxima satisfacción. De un momento a otro llegarán el dolor y la muerte con alegría hasta mi para llevarse todo lo que me sobra. En realidad los he llamado yo, al pedir la satisfacción. Sin embargo nadie me ha educado para gestionar dolor, muerte y vacío. En mi entorno abundan los ejemplos humanos en sus múltiples variantes de cómo articular la defensa del dolor. Mi propio ego es un mecanismo de defensa que actúa bajo la creencia de que yo sigo teniendo 4 años de edad y lo necesito a él para lidiar con mi existencia, ya que soy una niña desprotegida, extremadamente sensible y abrumada por el impacto emocional de este mundo donde he nacido. Pero en realidad tengo 45 años y el ego es mi pasado, toda mi historia personal: la niña, la herida de la niña, la madre, el padre, el escenario de la herida, la no gestión de la herida, la cicatriz y la defensa fijada en un personaje automático, con las mismas respuestas del pasado a momentos nuevos que la vida me trae.
¿Cómo emprendo mi entrenamiento de gestión del dolor? Si existe un mecanismo automático llamado ego que se dedica a salvar a la niña de 4 años que existe en mi interior(que no soy yo) con un método rígido, y previsible… ¿Puedo decirle a mi ego que se jubile de ese trabajo de defensa, y encargarme yo de atender a la niña con la fuerza, autonomía, sabiduría que he ido adquiriendo?
Tomar la responsabilidad de la niña herida. Premisa fundamental en el camino de mi satisfacción, de experimentar el gozo y la sensibilidad en su máximo esplendor con el y la que estoy dotada por ser humana.
Tengo 45 años. Tengo 45 años. ¿Me acordaré de esto cuando llegue la dificultad emocional? ¿o pensaré que sí tengo 4 años y le volveré a dar todo mi poder, toda mi fuerza, toda mi creatividad al idiota de mi ego para que me salve de sentir dolor…? Anestesiando mi sensibilidad y por tanto mermando mi capacidad de vivir la satisfacción y el gozo… la libertad, el poder personal…
Venga… suponemos que llevo un período de 7 años dedicado a mi desarrollo personal y he revisado todas mis creencias y he decidido que me voy a hacer cargo de la niña que existe en mi interior. La reconozco con vida propia y además sé que ella no soy yo, aunque ella sea parte de mi, es una fijación de mi pasado que nunca he tomado del todo y que está pendiente de atender. Se me refleja en todos mis momentos donde aparece mi intimidad, muchas veces en mis relaciones de pareja, en los lugares donde me abro a vivir mi afectividad, con mis amigxs, con mis padres ya mayores donde tantas veces vuelvo al origen y me comporto como si no hubiera pasado el tiempo y yo siguiera siendo un bebé o una niña de 4 o 5 años o una adolescente de 13.
¡Es mi momento! ¿Cómo lo hago?
Le exijo a mis relaciones que hagan por mi lo que yo misma no hago: que me quieran como yo necesito, que me cuiden lo que yo no cuido, que no atraviesen los límites que yo no gestiono, que me apoyen donde yo no me procuro el apoyo y uso toda la manipulación del entorno, de los otrxs, de mi misma para conseguir lo que creo que tengo que conseguir: con un gran desgaste energético y con la sensación de que no obtengo toda la felicidad que voy buscando.
Acabo de despertar. Soy una mujer adulta con recursos que puede hacerse cargo de la niña desatendida que habita en mi interior.
Gestionando el dolor. El dolor es una emoción que me informa de mis límites actuales. Si me duele, paro. Me retiro a sentir, escucho mi dolor. Me trae información sobre la brecha real entre lo que yo quiero y lo que estoy recibiendo. Lo que yo quiero es una cosa, y lo que estoy recibiendo es otra, y no casan. ¡Y así es la vida!
Me recojo para atender a mi niña. Yo soy la adulta, y la escucho. Respiro todo mi pasado, mi escenario primero donde se generó el daño, lo observo, hago trabajos en grupo, recapitulación de mi historia personal hasta revivir las emociones no digeridas. Solo sintiendo todo lo que siento puedo hacer la digestión, y darme todo el amor que necesito para superar el pasado. Mi amor propio empieza por aceptar el punto donde estoy sin juicio, sin pensar que yo debería estar ya en otro sitio donde no estoy. Me doy toda la atención, la escucha y la paciencia para esperar la aceptación.
Uso todos los escenarios que me trae la vida para actualizar mi proceso y experimentar mi amor propio. Sabemos que hay amor propio cuando estoy en contacto con mi vulnerabilidad.
Busco mis relaciones de confianza donde poder entrar en mi espacio de vulnerabilidad: mi terapeuta, y las relaciones donde me atrevo a probar esto nuevo de no defenderme, y mostrar mi miedo, mi inseguridad, mi fragilidad, mi dolor… así iré quitando energía al programa rígido del ego, y tomando mi poder, mi responsabilidad en cómo yo creo la realidad que deseo para mi.
¿Que realidad deseo para mi?
Si siento dolor, yo deseo cuidados, delicadeza, ternura, sensibilidad, escucha, y comprensión. Deseo el abrazo de una persona querida. Deseo darme la oportunidad de llorar y expresar mi tristeza y que un amigo esté presente. Como soy responsable de la niña que habita en mi interior, empiezo por darme yo todas estas cosas que deseo para mi y así voy apoyando una relación de cuidados conmigo misma, y voy construyendo algo fundamental para gestionar el dolor existente en la vida: la función del consuelo.
No paso por encima de mi dolor, no intento evitarlo de manera ansiosa, me respiro el miedo que me da atravesar el dolor, que es el miedo de mi ego y de mi mente a morir en un instante.
¡Pido ayuda si lo necesito! No espero darle pena a mi amigo y que acuda a salvarme. Le digo: hoy te necesito de esta manera concreta ¿estás disponible? si no está disponible puedo pedírselo a otra persona.
Cuando me hago cargo de lo que me pasa comienzo a detener el programa automático que perpetúa el pasado, y aterrizo en el presente, con todo lo que el presente tiene para mi. Me hago cargo de lo que me pasa a pesar del miedo, dándole un sitio a mi miedo a sentirme vulnerable… ¡llevo 45 años considerando que mi vulnerabilidad es un estado que debo defender! ¿por qué? por falta de confianza en la vida, sin comprender que la vida quiere aportarme todo el amor que yo necesito y es abundante si yo estoy disponible para recibir y agradecer lo que me llega.
Quiero satisfacción. Emprendo el viaje de seguir lo que deseo, sabiendo que en el camino del deseo me voy a encontrar con el dolor pendiente para atenderlo de manera creativa y nueva, tomando la oportunidad de despedirme de mi pasado, para aterrizar en el presente con todos mis recursos rescatados por mí misma: la creatividad y la sensibilidad.
Ecstatic dance va desplegando una comunidad de danzantes libres y conscientes en diversas ciudades a través de su propuesta de baile espontáneo. En Sevilla, una vez al mes, la iniciativa aglutina a miembros de una tribu muy diversa. Nació como un movimiento de expresión libre mediante la música y el baile en los años 70 y busca facilitar un espacio donde poder bailar dándole todo el protagonismo a la verdad de tu cuerpo y de tu movimiento, sin consignas, sin estilos, sin la interrupción de las convenciones sociales.
La propuesta es heredera de diversos movimientos que han buscado hacer del cuerpo un lugar auténtico donde las sensaciones, la emoción y la mente se alinean facilitando un contacto emocional y/o espiritual. Al mismo tiempo toma el poder de sugestión que posee la música en sus inspiraciones más variadas: R&B, electrónica, world music, pop, folk, psicodélica, de raíz, africana, funk, Soul, vocal, clásica, etc.
Cuando llegamos a una Ecstatic Dance lo hacemos con todas nuestras jaulas mentales que traemos de la vida diaria, nuestras resistencias, cansancios, hábitos, etc… y entregamos el cuerpo a un proceso de desmecanización. Sometido como lo tenemos al servicio de necesidades automáticas, le hemos robado muchas de sus posibilidades de expresión y satisfacción. Aquí se le da permiso al cuerpo y se abre la puerta a procesos personales de auto descubrimiento y de relaciones auténticas. En muchas ocasiones pasa que las personas tienen experiencias emocionales intensas. Se abren ventanas por las que conocerse mejor a uno mismo. Lorena lo expresa así: “a través de la Ecstatic, puedes convocar a tu yo animal, o retomar la inocencia. Puedes viajar a las emociones que no te permites en tu vida diaria o entregarte al juego y el placer de ser la persona que eres.”
Más allá de la inteligencia lingüística y lógico matemática que configura en buena medida nuestra forma de pensar y vivir, bailar nos abre el hemisferio derecho para que tomemos la inteligencia espacial, la musical, la corporal kinestésica y también la inteligencia emocional cuando la música se introduce en las fibras más profundas. Interaccionar con otras personas que bailan nos abre la inteligencia interpersonal a muchos matices de comunicación a los que no estamos acostumbrados. Bailar improvisadamente con otros cuerpos, recoger las sensaciones sin interpretarlas, traspasar la vergüenza o quedarte en el vacío, todo ayuda a darle valor a la experiencia genuina y a tocar la vida.
Cuando hablas con las personas que asisten, es sorprendente ver cómo muchas están vinculadas con el mundo de la apertura a la conciencia corporal y espiritual: el arte, el yoga, el masaje, las terapias, la meditación, etc. Hay una emergencia de las experiencias donde lo importante es crear y conocerte desde el contacto auténtico con uno mismo. Una nueva tribu universal. Escuchar el cuerpo nos conduce a una mayor claridad si aceptamos que tiene algo que decirnos. Otro asistente, Fran, narra lo que sintió: “cuando baile un día cualquiera sin la distracción del lenguaje. La gente se arrojó a moverse, cedidos ante un despresurado código sin norma. Bailaban en esa situación particular, ante miradas particulares, en cada segundo particular. A pesar de ello, el movimiento, los ojos, el brillo de la pausa; todos lo practicaban con la desbloqueada planificación de mostrar sus más tiernos anhelos, sus nostalgias, sus deseos e ímpetus. Podíamos hacerlo. Era un viaje particular, pero inmensa y discretamente anónimo; lo cual lo convirtió en una danza universalmente libre. No era caos, era armónico y traslucido como un sueño despierto plasmado en la arena.”
Las tres horas de duración de cada sesión propician esto, entrar en un registro diferente al habitual donde te das permiso para expresar de modo distinto, liberado/a, donde reconocerse en formas espontáneas muchas veces olvidadas. Cuando la música adquiere ritmos y armonías de tipo fluido o stacatto, se suelta la rigidez corporal y mental. Los momentos en los que la música invita al caos, se libera la mente y emerge la expresión libre. Cuando la música va hacia armonías de fluidez y quietud, se despiertan los movimientos internos más inesperados. Al finalizar, una rueda permite que quien lo desee verbalice cómo se siente o hable de lo vivido. Es un regalo recoger las impresiones que, en su mayoría, están cerca del corazón y reconocen el surgir de una energía valiosa.
Desde la posición del observador y como DJ, admiro la cantidad de matices y manifestaciones que se mueven durante cada sesión. Me reafirma en la necesidad de volver a dotar de mayor sentido a la actividad lúdica, dotarla de alma y de hacerlo implicando el cuerpo y el corazón. Los/as adultos/as además necesitamos recuperar la espontaneidad, la impulsividad, el juego, la fluidez y el sentido de libertad. Como hicieran nuestros predecesores en las tribus originarias, mover la energía corporal en grupo con el trance que aporta la música inspirada, nos devuelve nuestro universo simbólico y el capital afectivo-amoroso, abriéndonos a la experiencia del encuentro con uno/a mimo/a y con los/as demás.
Tomar tus emociones para romper con el determinismo y la autoridad externa
He tenido a lo largo de mi vida la oportunidad de visitar dos territorios donde se manifestaron en el pasado siglo las peores atrocidades de las que es capaz el ser humano: el campo de exterminio de Auschwitz en Polonia y Rwanda. En este país la colonización generó una sociedad clasista que fue el germen de un estallido que se llevó por delante a un millón de personas. Ver de primera mano el Holocaust Memorial Museum en Kigali, espacios y objetos personales de seres humanos cuya inocencia fue aplastada por la obsesión neurótica de unos pocos, estremece las entrañas. Recorrer el campo de concentración Nazi, leer los testimonios, observar la destrucción programada de la que es capaz la mente cuando está fuera de su casa, el corazón, es aterrador.
Me impactó sentir, observando muchas de las fotos y vídeos de la época, cómo las emociones de los que sufrieron esas tragedias quedaban congeladas. El terror paraliza los sentimientos introduciendo a la persona en un espacio de desorientación y desconexión interior. Se arrebata la libertad y todo se aboca a un acto de supervivencia. Solo quedan los instintos. La persona en todos sus matices emocionales desaparece y te invade la tragedia existencial. Los rostros de los responsables del campo de concentración alemán atisbaban en algunos de sus rasgos aspectos de humanidad. Pensaba: en algún momento eligieron la muerte que provoca el ego cuando solo se alimenta de ideas. Recuerdo entender ante estas fotografías cómo, el que no se hace cargo de su dolor, fácilmente infringe dolor. Los agresores peleaban contra su peor enemigo: sus miedos y sus vacíos internos. Ante eso, el ego toma el poder, basta con construir un guión argumental, una película fantástica sobre la condición de inferioridad del semita.
Tras la I G.M. Europa tuvo que hacer una reflexión sobre el desgarro moral que supuso el conflicto. Se rompió el optimismo romántico que otorgaba valor a las ideas estables y eternas. Kierkegard filosofa sobre el mal y la nada, adentrándose en el valor de La existencia humana concreta e individual. G. Marcel, Simone de Bouvard, Albert Camus despiertan las conciencias con su pensamiento existencialista para advertir a toda una civilización que: la realidad no se identifica con la racionalidad. La naturaleza y la esencia no definen al ser humano (como pensara S. Freud). La existencia no es una esencia definida por razas, fronteras, estados… ni el ser humano un simple actor de conocimiento. Husserl propone que la sensatez, el placer de sentir y la coherencia son nuestras auténticas fuentes verificables y se encuentran en nuestra cadena narrativa interna.
El existencialismo nos recordó que el ser humano es lo que decida ser, aceptando vivir, eso si, el riesgo e incertidumbre que esto lleva asociado, es decir, el dolor. Esta es la plena responsabilidad sobre nuestro sentir. El ser humano cuando se hace verdaderamente cargo de sus emociones, rompe con cualquier determinismo. Hasta ahora la autoridad paternalista y patriarcal ha proveído de este determinismo, de la verdad. Construye leyes rigurosas con estrictas estructuras morales e ideologías. Manipula. Pero ya hemos entendido que más importante que la verdad es: lo que haces con eso que experimentas. Y aunque seguimos entregando el poder a autoridades externas (ahora la ciencia toma ese papel, véase lo que está pasando con las terapias naturales) el acontecimiento y la experiencia son, cada vez más, lo primordial.
El ego, esa “masa específica de nada” que acapara el órgano reflejo que es el cerebro izquierdo y que construye mundos de soberbia y aburrimiento, tendrá que dar paso en este nuevo siglo a la aceptación. Reconocer el sustrato de fondo que nos atemoriza: la rabia, la tristeza, el miedo, la dificultad para estar solos en una habitación, la muerte; parar la fantasía del progreso tecnológico infinito y despertar a nuestros abundantes recursos internos, a la naturaleza mágica de la vida, a la suficiencia de contenidos que incorpora el propio hecho de existir.
Ningún adulto entendía la boa que engullía elefantes que narraba el principito. La obra de Saint Exupery es una crítica al hombre civilizado y revela la incapacidad que tenemos de entender la relevancia de nuestra propia existencia. Salir de la oscuridad de la historia pasa por aceptar que somos un sentimiento, un “darse cuenta”. Fuera de ahí todo es un colapso del ego alejado del corazón. Para reformularnos como civilización tal vez tengamos que:
Aceptar el camino de la indagación emocional y su sanación como proceso necesario para acercarnos a una vida más humana.
Recapitular el pasado personal y desvelar el subconsciente, depositario de las memorias universales para disolver los arquetipos que siguen configurando nuestras creencias fósiles.
Resolver en el opuesto masculino-femenino y permitir que la energía sexual transforme nuestros patrones arcaicos y de sometimiento mutuo.
Retomar la sabiduría inscrita en nuestra evolución cultural como raza humana. Recuperar las tradiciones precoloniales: las culturas mesoamericanas y la herencia Tolteca, el Zen japonés, el yoga hindú, el tantra tibetano e hindú, el pensamiento de la cábala. Todos ellos reconocían ya que el ego tiene una enfermedad, la de sustituir la realidad por lo que piensa.
Soltar las autoridades históricas para crear la realidad que queremos. Otorgar la autoridad a nuestra sabiduría orgánica e intuitiva, la del cuerpo y la de la naturaleza, recuperar nuestra abundancia interna.
Inaugurar nuevos modelos tribales universales, reunificados por el espíritu único de apertura y comunión amorosa del que nos informa un corazón sanado.
Y soltar, soltar toda pretensión quimérica de transformar la realidad y manipularla para alimentar la importancia personal, luchando neuróticamente contra la muerte.
“Me pregunto si las estrellas estarán iluminadas para que cada uno pueda encontrar la suya”, decía el principito. Lo que hace bello al desierto es que esconde un pozo en cualquier lado.
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