Llevo un tiempo adentrándome en la sabiduría de las cuatro direcciones. Se trata de una antigua práctica chamánica que dialoga con las energías y poderes contenidos en cada una de las direcciones: norte, sur, este y oeste. La rueda, así le llaman diversas culturas nativas americanas y europeas, se crea en el suelo debidamente orientada y ayuda a unir el mundo externo e interno. Moverse en ella con diferentes intenciones permite hacer un trabajo espiritual en conexión con la naturaleza y los ciclos de la vida: entender situaciones, adentrarse en temas de vida, tomar decisiones, etc.
Durante estos días de enero de 2022 estoy en contacto fuertemente con la energía del norte. Me conduce a lo intemporal, al vacío. He vivido algo especial abandonándome al no hacer. He conectado con el invierno y he entendido cómo todo puede estar contenido, paralizado pero vivo. También he contactado con la luna nueva y con la profundidad de la noche. El campo permite vivirla en todo su misterio. Siento más presentes a mis ancestros con los que he dialogado de forma espontánea. Y siento mucho más disponible la voz del inconsciente. Puedo intuir el caudal de sabiduría escondida en este modo de habitar el tiempo. El norte me trae estos días algo inexplorado por mí. Pero no sé ponerle muchas más palabras. Esto también es interesante.
Después de unas navidades activas con mucha energía implicada, caigo en el vacío. La enfermedad me ayuda a rendirme. Mi cuerpo pide descanso y me entrego. Con esta sensación de que nada me reclama, de no sentir ningún impulso, puedo permitirme pensar en el no tiempo. Consigo que se haga un silencio especial dentro de mí. Me sorprende darme cuenta de que experimento algo que asocio a la falta de ego. Me trae alegría. He soltado cualquier intención y me siento así, sin ego. No necesito opinar de nada, defenderme de nada. El puro presente me mece. Me invade una fragilidad alegre, una ingenuidad sana que me hace estar disponible, abierto a lo que me llega a cada instante sin juicio alguno. Es un estado infantil de confianza al mismo tiempo que experimento una lucidez madura del alma, un estado de alianza con la vida.
Ahora puedo ver toda la energía que compromete el ego a diario, empeñado en hacer, manifestar cosas, completar acciones, alimentar la importancia personal, mirar el móvil, obedecer estímulos y distracciones. Uf, me observo en la vida cotidiana y puedo distinguir la red en la que ando literalmente atrapado. Estoy en un permanente automatismo por llenar los vacíos. Siento el profundo valor que hay en parar y recoger, intuitivamente y sin mente, cada poco tiempo, el resultado del movimiento, de la acción. Como si cada cosa en la que comprometiera mi energía, me pidiera luego un reposo natural en el que destilar lo que siento y engarzar estados de coherencia con la vida. Aquietar el corazón y la mente es pura salud.
Es un privilegio para el alma despertar cada día sin atraparla inmediatamente en acciones. Dejar que el puro presente te traiga algo, lo que sea, inesperadamente. Entrenarme para estar en la nada, me supone poner conciencia en la inacción. Es como alargar la noche, donde desactivo los sentidos y nada de fuera me fuerza a la acción. Como mantener la energía del letargo. Escucho en este vacío la virtud del invierno: habla del período entre la muerte y la vida. Y en este intervalo, hay mucho que percibir. La luna, aunque deja de reflejar luz, no está oculta, está ahí muy presente.
Siento un efecto muy alentador: sé que detrás del vacío, si espero, puede llegar algo nuevo. Lo nuevo me estimula. Lo nuevo es algo inesperado, que no puedo crear con mi mente, que no puedo esperar como producto de mi elaboración, sino que me sorprende. Y eso nuevo llega como un regalo. Tengo que saber esperarlo sin mente. El hecho de reconocer que puede aparecer es ya una actitud de entrega a la vida y a su sabiduría. Me siento en una verdadera entrega reconfortante.
El vacío no es tal, me digo a mi mismo, pero reconozco el miedo al vacío que contiene mi vida. Los átomos, si te aproximas, resulta que tienen el 99% del espacio vacío. Se trata de la dimensión que alberga todas las posibilidades. Cuando contacto con el vacío, y espero, y dejo de atender el movimiento, aparece algo excepcional: el vacío está lleno de un estado del ser y este estado es muy satisfactorio.
Absorbo la importancia de parar, de dejar espacio al no hacer absolutamente nada. La respiración, algo simple, se torna placer, lenta y consciente. Noto mi impulso automático a encadenar la siguiente acción, y la siguiente. Lo observo y no reacciono. En realidad, con mi observador interno puedo hacerme cargo de la actividad de mi mente. Entonces me doy cuenta de que mi mente no soy yo. Esto me libera mucho.
Vuelvo a respirar. Emerge ante mí una peculiar conciencia: estoy vivo. Eso es extraordinario. Soy, en mi cuerpo y en mi ser, una manifestación de la vida. Me emociono. Esta emoción que siento aquí y ahora es la vida misma palpitando. La vida, infinitamente más grande que yo, se manifiesta a través de mí. Soy un habitante de este cuerpo, un testigo convocado a sentir la emoción de la vida. La vida me atraviesa.
Agradezco la energía del invierno, el poder del norte.
El conflicto en la relación que inflama los egos es una oportunidad para abrazar la sombra. Suele ocurrir que las personas implicadas en el desencuentro quedan ofendidas cada cual por sus motivos. Parece que emerge un tiempo de espera para restituir con nuevas habilidades de diplomacia el agravio acontecido. Si bien esto es una opción que queda en la superficie de la relación.
Frases en la mente como me ha utilizado, me ha maltratado, me ha excluido, no me ha cuidado, ha roto mi confianza… hablan de la ofensa del ego que exige al otro o a la otra un tiempo de reflexión, una mirada diferente, unas palabras necesarias para saldar el daño.
Cuando traemos este conflicto entre dos, a la sala de trabajo aparece una lupa que amplifica el detalle y nos permite ir más allá de la sensibilidad herida: nos permite entrar en el reconocimiento de la herida y el acto de poder.
Le doy valor igualmente a la posibilidad de aprender a escuchar al otro con su sensibilidad, aprender a pedirle al otro como quiero que me trate, y como quiero que me escuche. Aprender a cuidarme yo en mis relaciones dándome cuenta de mis límites, verbalizando mis límites para que los escuche yo y los escuches tú.
El otro parece el otro, el origen del conflicto por la relación. Si bien el otro es en realidad un escenario que yo construyo para ponerme en juego y desplegar mi conflicto interior.
Lo repito con otras palabras: yo misma desde mi inconsciente busco a la persona o personas adecuadas como ayudantes en la emergencia de mi conflicto interior. Se visibiliza mi pelea interna que es una defensa de un lugar de vulnerabilidad que me da miedo habitar. Me aterroriza. Le aterroriza a mi ego, el tirano que reina en mi psique cuando yo no quiero atravesar mis vulnerabilidades y recurro a la defensa como automatismo. ¡Me defiendo!
Hiere mucho por eso lo pongo fuera.
Digo hiere, y no digo que duela. No es dolor. Es quemazón insoportable, escozor, irritación, es veneno, son ganas de vomitar, es fiebre, es obsesión. Pero no es dolor. Cuando duele me convierto en un ser humano que siente su vulnerabilidad, soy una con lo que siento y el otro deja de tener el foco de mi energía, porque mi energía la necesito para sentir lo que estoy sintiendo, todo mi cuerpo la reclama cuando lo encarno sin huidas a mirar de frente mi herida que ha sido tocada y a tomar el poder de abrazarla con amor propio, con paciencia, con presencia, con compañía interna.
Puedo elegir la oportunidad de abrazar la sombra que el otro (o la otra) me facilita articular, ponerle cara, ponerle nombre, comprobar los estados donde me lleva, y elegir minimizar el sufrimiento, salirme de la película… ralentizarla, ir más lento para recuperar el poder de la presencia y toda mi capacidad de darme cuenta.
Ahora vamos más lento.
Estamos en el taller de Procesos para la Transformación Personal, un espacio creado en Buhosfera para vernos todos y todas, incluso los facilitadores, quienes por ser 3 nos permitimos salirnos del rol completamente si el trabajo lo pide, lo cual suele ser un regalo.
Llega a la revisión una escena de la convivencia ocurrida el mes pasado el domingo a la hora de comer. Hay queja en el trato. Hay mucha irritación en una de las partes implicadas. La otra está ahora en la calma observando por dentro todo lo que se mueve. En el momento de los hechos ambas partes se mostraron enfadadas y con contención para no desatar y expresar la ira directa.
Con una voz cargada de dulzura y amabilidad, poniendo mucho verbo para tomar el centro de atención con contundencia y agarre, diciendo aquí estoy yo sin decirlo directamente, expresando rabia camuflada en dignidad y adornada con una petición formal de diálogo orientado a recibir una merecida disculpa traspapelada en la bronca de origen.
La rabia se hace presente en mi plexo. ¿Le damos el espacio a esta noble emoción? Esta emoción que viene a darle fuerza a nuestros límites en la relación con los otros y que posee el poder de la serenidad para desde las tripas darle soporte a toda la energía sutil del corazón.
¿O seguimos camuflándola para que parezca que somos bondadosas personas que no se enfadan y que conocen y respetan los canales amables de la sociabilidad, evitando los conflictos que nos hacen despertar nuestros dones ocultos en el instinto reprimido?
Yo soy amiga de las emociones que entran en la escena para traer al instinto a su lugar de sabiduría natural.
La rabia está llamada a desalojar las razones de la cabeza y a tomar el vientre para devolverle la fuerza útil como tierra firme donde generar autoapoyo. En su versión más integrada, la rabia es soporte sereno con variadas utilidades, entre ellas está la expresión de nuestros límites a nosotros mismos y a los otros, si bien la rabia es la energía del hígado que nutre al corazón y por eso nos sirve para tomar la serenidad que le da expresión a nuestra vulnerabilidad, que le da expresión al amor y al deseo, que suelen ser las hazañas humanas que requieren mayores riesgos de exposición. La rabia es nuestro leal animal de poder que regresa a su sitio adecuado en el cuerpo físico cuando le damos el reconocimiento en nuestra vida.
El niño malo que se queda sin el amor. La niña mala que no es digna de la ternura. Elaboradas formas sociales de manipulación del instinto que nos distorsiona la autonomía, la fuerza, la perseverancia, el coraje, y el suelo firme donde construir nuestros sueños de amor y libertad desde la originalidad del ser.
Hoy no quiero facilitar trabajos de diplomacia. No quiero que los niños hagan esfuerzos por ser buenos, se pidan perdón por el mal comportamiento y así volver a recibir el amor condicionado, así una y otra vez hasta que el instinto queda enjaulado y encerrado en el sótano, y con él todo su poder.
Hoy quiero que os miréis a los ojos y observéis que sóis un espejo el uno de la otra. Resonando en esta herida en la autonomía que te aleja del uso sereno de la energía del instinto.
Cuando te abrazo, abrazo mi herida reflejada en ti y la traigo a mi corazón. Te abrazo a ti quien ha tocado mi herida y ha actualizado el dolor. Este hecho es una gran oportunidad de elegir el amor propio a través de la relación. Amando a mi niña que llamaron mala porque poseía un animal salvaje en las tripas con un sofisticado instinto para orientarse de manera natural. Amando a mi niño que acusaron de malo porque tenía un radar infalible en el olfato de su instinto y por este motivo no se dejaba manipular.
Elijo no tener hijos. Lo hago cerrando esa posibilidad
biológica en mi cuerpo. Despido esa funcionalidad que permitía la experiencia
de dar continuidad al árbol familiar. Miro a mis padres, les doy las gracias
por la vida y siento que cierro un largo proceso de historias de amor y
entrega. Gracias, de verdad. Paro este
río infinito de reproducción. Al despedir esto de manera consciente, me quedo
en contacto con todas las posibilidades a las que dedicar mi energía con entusiasmo.
Desentrañar el misterio de estar vivo, de amar y de despejar todos los recursos
de mi corazón y atraerlos a la conciencia. Fascinante.
Cuando miro hacia atrás y veo como se han configurado las
decisiones personales, entiendo que no estoy solo. La vida me sobrepasa y es
como una corriente que me conduce prodigiosamente. Observo mi infancia, la
familia en la que elegí nacer para ser humano y todo lo que viví como actor
pasivo de un gran escenario. La vida es infinita. No tengo claro qué me llevó a
los 24 años a decidir entregarme al estudio de la teología, una decisión que me
condujo a un tiempo de profunda meditación, a sondear la espiritualidad y a amar
mi ermitaño. Desconozco como mi entusiasmo y mi intuición me llevaron a cambiar
varias veces de profesión, experimentándome siempre buscador, libre, viajero. O
por qué un día tomé el camino de la terapia como vía para desvelar mis
inquietudes más profundas, recapitulando mi historia personal y mis emociones
más ocultas. No sé por qué a los 15 años aproximadamente me lancé a un
laboratorio informal de hipnosis con mis amigos de entonces, con los que improvisé
numerosas sesiones de forma lúdica. Tampoco sé exactamente por qué vine un día
al sur a fraguar mi despertar definitivo en un proyecto colectivo.
Sé qué nunca deseé ser padre. Pero puedo, en este momento de
mi vida, elegir escucharme y situarme ante esta posibilidad que la vida me
ofrecía. Hoy elijo darme a luz. Despliego todas las posibilidades a mi alcance
para manifestar la mejor versión de mi mismo, aquella que se enfoca en activar
mis dones y abrir al máximo el campo de conciencia. Elijo engendrar con
determinación el hombre que quiero para mi, y elegir donde pongo la energía.
Soy energía en unas coordenadas de tiempo y espacio. Suelto
unas posibilidades para tomar otras al cien por cien. Decretar mi renuncia a
tener hijos, me permite experimentar el significado de la consagración. Es un
movimiento dentro de mi, ya que, en términos objetivos, nada es incompatible. Consagrarse
es encontrar un tesoro dentro y elegir con determinación entregarse a profundizar
en él, consciente de que trae un camino de plenitud.
Para darme a luz he ido integrando a la mujer que llevo
dentro y sanando al hombre que soy. He abrazado plenamente al niño herido que
tantas veces se ha mostrado demandante. Pero sobre todo he despejado el
lenguaje del corazón. El es capaz de captar la esencia de las cosas. Estaba
recubierto de capas de insensibilidad, de corazas propias de mi ego y limitado
por creencias difíciles de desmantelar.
Ha sido un tiempo de sanación en el que he ido descubriendo
el papel que tienen la rabia, el dolor y el miedo en mi configuración
emocional. La rabia no la canalizaba bien, la contuve durante años. Cuando por
fin comencé a expresarla venía en bruto, con mucho dolor. Me estalló en las
manos desvelándome la necesidad de abrazar al padre. El dolor lo huía instintivamente.
Me daba pánico la posibilidad de sentirlo, hasta que entendí que tenía que
naturalizar alguna fracción y dejar de huir de él. Vi que el miedo a los
sentimientos de rechazo de las otras personas y a ser culpado, acusado, me
condicionaban mucho. En estas situaciones despierto mis corazas. No tolero esas
sensaciones que me hacen sentir rechazado en el amor. Entonces saco mi
maquinaria mental para defenderme y atacar. Soy demasiado auto indulgente. Se
me apodera la soberbia que me hace ver con facilidad el error fuera y no
reconocer lo mío.
Pero tras completar el proceso, tras aceptar todos los
demonios interiores, abrazo al niño. Estaba aterrorizado y necesitaba mucha
atención. Ahora gestiono el miedo y el dolor y lo atiendo en el marco del amor.
Lo abrazo desde la fragilidad. Me ha costado mucho tiempo traspasar la
confusión y la dificultad. Ahora tengo este niño sanado dentro. Me trae un
regalo: me ha liberado el corazón. Me abre a los registros de la ternura, la inocencia
y la compasión en mi vida cotidiana. Esto me ha transformado el carácter. Lo
miro todo desde un prisma de benevolencia que es novedoso y sanador para mi. Este
niño lo he “parido” dentro de mí y me devuelve una actitud más alegre. Amo sus
cualidades. Convivo con él. Lo hago visible y forma parte de mi.
Para soltar la paternidad he mirado mucho a mis padres. Ha
sido un diálogo bello en el que he recibido todas las bendiciones de ambos. Él
me señala la virtud de tomar la máxima satisfacción de la vida sin que me
sienta obligado a cumplir con nada. Ella me habla de que lo único importante es
abrir el corazón. La vida me dice que la decisión, en realidad, no es
trascendente, que siga mi camino, que es correcto.
Los miro a los dos y me reconozco como hijo amado. Y como
hijo que ama. Al hacerlo, veo al niño encarnado que soy, que tiene todas las
posibilidades delante de sí. Fui invitado a la vida sin condicionamientos, para
que eligiera lo que quisiera. Y puedo elegir el amor.
También siento sanado a mi hombre y a mi mujer interna. He
rescatado para mi un equilibrio bello donde ambas partes tienen espacio.
Reconozco el hombre que soy en mis cualidades de determinación y de presencia.
Siento la templanza que se aloja en mi pecho. Especialmente veo mi posibilidad
de observar el campo emocional sin confundirme con él, al mismo tiempo que me
abro a todas las sensaciones que me traen. Sé hacer del tiempo mi aliado. Ante
la adversidad me quedo. Sostengo la confusión practicando la espera y la
confianza. Me hago cargo de lo que elijo y me hago cargo de mi entrega. No
acepto la deshonestidad y reconozco mi poder en el hecho de determinar en cada
momento lo que quiero para mi. Tengo fuerza para alcanzar algo cuando lo deseo.
Mi mujer interna ha aprendido a mostrarse sensible y a desvelar el corazón sin
miedo. Muestro abiertamente mi ternura y mi expresión amorosa. Reconozco todo
lo bueno que me trae la intimidad cuando la alimento y la vivo con dedicación.
Creo en la alianza con lo femenino y me pongo al servicio de su fuerza creadora
y su capacidad para escuchar el corazón.
En este punto del recorrido encuentro algo fascinante: se me
ha manifestado el poder del corazón. Cuando destierro los condicionamientos que
me impedían ser yo, lo que yo soy es puro corazón, anhelo de amar y de tomar la
abundancia de la vida. Compruebo que existe un campo colectivo abundantísimo,
una red invisible que conforman los corazones que se buscan y se aman en la
sencillez y la apertura sincera. Esto puedo verlo. Al verlo, comprendo como
existe una familia humana configurada, no por el linaje genético, sino por otros
parámetros extraordinariamente interesantes: la confianza en el efecto
multiplicador del amor y en la sabiduría del corazón.
Ahora tomo poder, es un resultado inmediato al hecho de
sanar. Lo percibo en mi disposición a vivir la entrega de una forma más
completa. No solo porque me permito vivir los procesos del corazón sin miedo.
Antes la entrega a lo femenino lo hacia contenido, con límites internos. Sino porque
tengo una mayor claridad sobre aquello a lo que quiero dirigir mi entrega.
Elijo: orientar la fuerza del padre hacia la manifestación
del hombre que puedo llegar a ser. Consagrar la energía a las posibilidades más
luminosas. Reconocer el poder del corazón cuando es capaz de abrirse sin miedo,
experimentar la entrega sin quedarse identificado y atrapado por mis
necesidades. Me rindo a mi poder interior, desbordante y al poder invencible
de la ternura.
Ahora puedo tomar el camino de la autotrascendencia.
Despierto el genio interior, el mago. Me doy a luz. Me consagro a ser
plenamente lo que soy. Si completo lo que soy, indudablemente, doy luz. Porque
soy luz. La frecuencia más alta que ha transmutado las frecuencias densas.
Percibo el hecho evolutivo dentro de mi. Estoy en sintonía con el río de la
vida, el tiempo está a mi favor.
El ego: defiende argumentos movido por la importancia personal.
El niño interior: pregunta animado por el misterio.
El corazón: expresa alegría confiando en el puro presente donde ya está todo.
El alma: escucha en el silencio, no sabiendo, los ecos abundantes que desvela la vida misma.
Todos los males del mundo se
originan en la tensión y la insatisfacción humana. Esto crea un enorme campo de
energía colectiva que nos atrapa en una falsa respuesta. Vivimos pensando que
afuera siempre hay un problema que resolver. Quedamos abducidos por la dualidad.
La insatisfacción genera ansiedad
mental y esta, alimentada por el miedo, se entrega al gran maya de la ilusión,
al gran teatro de la vida que nos aboca a encadenar tareas y preocupaciones. Siempre
tenemos algo que hacer, cada día hay un problema por pequeño que sea, que capta
nuestra atención. Esta ilusión nos empuja permanentemente a resolver. Las
energías vitales quedan entonces comprometidas. En realidad estamos proyectando
la dualidad interna. El conjunto de proyecciones que reproduce la inconsciencia,
crea innumerables campos de energía emocional caótica en los que terminamos envueltos.
Y creemos que nuestra vida es eso. Y ahí seguimos.
Recuerdo cuanto me gustaba el
debate. Antes tenía mucha energía disponible para afinar con la razón. Es como
una adicción del ego. Ahora dimito de “defender” qué es lo correcto o
incorrecto, lo bueno o lo malo, lo verdadero o falso, lo que domina o somete. Elijo
expresarme desde el placer, si la escucha es la adecuada.
He descubierto que el planteamiento
del dilema siempre es falso en términos de la auténtica verdad que me espera.
Si me encoleriza el capital o el patriarcado, tengo un patriarca dentro
pendiente de des ocultar; si me rebelan las imposiciones sanitarias, no atiendo
a mi auténtica autoridad interna; si me enfurecen las posiciones ideológicas de
otras personas, no he aceptado que tengo a un opositor político dentro
reprimido.
El debate que busca resolver
dentro de la polaridad, inflama muchas veces nuestra importancia personal. Nuestro
cerebro izquierdo es adicto a encontrar las congruencias. La realidad se manifiesta
polar porque nuestro corazón internamente está dividido. Solo sanando dentro,
la realidad manifestará esa nueva configuración sanada, no polar. Porque la
vida está a nuestro favor y siempre atiende lo que auténticamente pedimos,
especialmente, lo que auténticamente somos. La auténtica polaridad solo puede
transformarse verdaderamente en la alquimia del corazón humano.
El discurso externo, cuando me despierta
un movimiento emocional y energético: rebeldía, rabia, defensa, etc., desvela
un estado interno sin completar. ¿Lo quiero completar? Por ello elijo no
alimentar las disertaciones, discusiones, posiciones defensivas, relatos
encendidos, explicaciones obsesivas y análisis que solo me sacan del auténtico
lugar de poder que resuelve el entramado de dificultad universal: mi rechazo
interno a una parte de mí.El único conflicto real.
Me sirve aceptar que la propia
vida es paradójica y se presenta en un multiverso de formas. Por eso, no
atiendo la forma del debate (la temática), sino la inquietud que lo origina en
el corazón. También elijo no aceptar la tensión. Cuando aparece, cedo. Si hay tensión,
no se puede alcanzar la congruencia. Elijo la quietud y no reaccionar. Algo
difícil para mi ego.
Si miro de cerca mi reactividad,
cuando me uno a debates donde necesito posicionarme, observo diversos
personajes dentro de mí. El ideólogo que tiene razones contundentes para
defender una posición y que en realidad me peleo con algo interno; el erudito
que siempre tiene un matiz con el que reformular la posición del otro, pura
vanidad; el reservista que mantiene el conocimiento del dato histórico
con el que siempre viene a corregir cualquier tendencia; eldefensor
de los derechos sociales e individuales, que gusta de señalar el enemigo
externo, que si además está oculto, se muestra más orgulloso de ser el lúcido
denunciante; elecuánime, para el cual no posicionarse es una
forma de posicionarse; elpacificador que le gusta manifestarse
como conocedor de la resolución de los conflictos; y el que le gusta
simplemente estarpresente, porque se siente tenido en cuenta en
un ámbito, el de la discusión, que le parece cosa de gente intelectual,
valerosa e importante.
Pero no me confundo. Amo el
discernimiento colectivo, el diálogo pedagógico, la comunicación creativa, la
investigación, el conocimiento, la palabra que apoya mi despertar y el de
otros, la reflexión que añade claridad donde hay duda, la expresión auténtica
de la emoción con toda su manifestación energética, verbal y todo su detalle
poético, la brillantez intelectual, desentrañar la complejidad, deshacer la
duda que a veces atrapa nuestra mente… Me encanta leer y encuentro mucho placer
cuando siento que me embarga una pregunta interesante que me mueve a desvelar más
la realidad.
Me ayuda también entender que la
defensa intelectual de la verdad es un trasunto patriarcal en sí mismo. La
verdad, como realidad última, es una experiencia y se desvela en estados de
congruencia. Se percibe porque mi corazón y la vida quedan implicados y
alineados. Siento claridad, coherencia interna, fuerza y convicción en orden a
mi despertar.
La dualidad es el lugar para el
despertar. Pero la salida no es posicionarse en los términos polares que nos presenta,
atrapando las energías de la defensa, sino que la salida es escapar de la falsa
polaridad que plantea y comprender los procesos que oculta, resolviendo en la
propia dualidad interna. La dualidad nos invita a retornar a las auténticas
preguntas. ¿Qué me pasa cuando veo esto afuera? ¿Qué deseo para mí? ¿Qué tengo
pendiente de completar amorosamente? ¿Cómo aporto una respuesta satisfactoria
desde mi potencial creativo?
En esta realidad dimensional, la
conciencia debe traspasar las formas para resolver y propiciar el hecho
evolutivo. Hay que penetrar la realidad, experimentarla en nuestro campo
emocional y extraer claridad de esa experiencia. Para eso hay que entrar de
lleno en las paradojas de la dualidad que presenta esta dimensión. Pero la
obsesión por resolver esas ecuaciones matemáticas, nos ofusca: banderas,
verdades, colores, supremacías, etc. Elijo asumir el efecto profundo que me
provoca estar insertado en una realidad tan diversa donde, por ejemplo, existen
reglas distintas para los objetos físicos y para la realidad cuántica. La
verdad no se puede atrapar, la verdad te alcanza cuando eliges un estado interno
no defensivo.
Hay algo que me lleva más allá de
la estrecha mirada de la resolución cognitiva de la vida: saber que esta, está
insertada en una corriente de sabiduría infinitamente mayor que mis lógicas
neuronales, y que además, en buena medida, no depende de mí.
Estoy diseñado para el éxtasis. Mi
naturaleza está completa. Me entusiasma en este tiempo desvelar cómo mis
energías sutiles pertenecientes al campo de la conciencia, pueden crear
realidad. La vida me abre al entusiasmo de saber, investigo en ello y disfruto compartiéndolo.
Me produce una mayor y más infinita satisfacción observarme fascinado por la inmensidad de la verdad que me habita y que me supera, que intentar atraparla vehementemente en el estrecho campo de mi intelecto, engañado por la adicción que he vivido muchas veces por crear correlaciones lógicas. Qué bella la sabiduría del que acepta que no sabe. Suelto mi necesidad de defender o desvelarle a otro cualquier verdad. Acojo tu verdad, tal vez distinta a lo que manifiesto en este escrito. Solo sé que, dicho esto, siento como mi energía está más disponible para mí, mi sanación y mi camino hacia la claridad.
Después de que hace dos años se
desvelara para mi toda la rabia que tenía paralizada dentro con mi padre, hoy
puedo decir que he completado un camino. Así lo siento tras el sueño que he
vivido esta noche. Ha sido un itinerario largo con episodios difíciles. Un
auténtico viaje terapéutico con la ayuda de personas queridas y con entradas en
la profundidad del dolor. Pero hoy me llega una sensación de sanación. Me he
visto con mi padre en un lugar nuevo. Me confirma que algo se ha cerrado.
Siento más paz conmigo y algo en mi se ha completado.
Alfredo volvía a casa borracho,
como era habitual. Pero esta vez ya no lo recibía en casa el niño temeroso y
paralizado, sino que le recibía yo, el hombre, en un lugar de madurez y templanza.
Era capaz de verlo con una mirada natural, de adulto a adulto. Llegaba dando
tumbos, tal y como recordaba desde mi niñez, muy deteriorado, descamisado y sin
poder articular una palabra comprensible. Esta vez llegaba a casa, pero yo lo
recibía sin el caudal de miedo y rechazo que tantas veces sentí de niño. Estaba
mi madre en casa y mis hermanos, aunque en esta ocasión tomaba mi movimiento y
me acercaba a él, sintiendo mi fuerza. Lo miraba con profunda compasión y con
aceptación. Ahí tenía delante a un hombre que elegía ahogar sus miedos y
frustraciones en una pendiente infinita de abandono al alcohol. Si, él lo
elegía.
En este instante puedo
experimentar una leve sonrisa en mi boca. Algo nuevo se abre. Por primera vez
experimento una especie de complicidad. Mi adulto entiende el desastre
emocional de este otro adulto, mi padre, y puedo observarlo sin que se me
apodere la rabia. ¡Uf, cuanta rabia almacené durante años contra el hombre que
me negaba un legado sano de masculinidad, paralizaba los estados emocionales de
la familia y hacía sufrir a mamá! Ya la puedo soltar.
Ahora le acompaño a la cama y le
ayudo a acostarse. Sin drama. Me devuelve una mirada cómplice y una sonrisa. Me
arranca una cierta ternura. Lo tapo con las sábanas. Él se desabrocha la ropa
dentro de las sábanas. Está a gusto. Solo quiere dormir una noche más, feliz en
su evasión. Entiendo que es la vida que ha querido tomar para sortear sus
incertidumbres, sus impotencias vitales. No necesito pensar más, es así, acojo
las cosas como son, las acepto. Todo está bien.
Salgo de la habitación. Me invade
algo distinto. Suelto una carga atávica. Ahora dejo atrás las ataduras de lo
que el dolor y el rencor se empeñan en dejar pendiente y atraparte toda una
vida. Ya puedo elegir el hombre que quiero ser. Ya obtengo el permiso interno
para soltar cualquier lucha con lo masculino condicionado. Ya he resuelto, más
allá de los ojos de mi madre, que durante tanto tiempo configuraron mi forma de
ver a papá y de sentirlo porque, tal vez, necesité sujetarme en ella.
Conecto mi sueño con la
inspiración que la última búsqueda de visión tuve sobre el hombre libre. Decretar
que soy un hombre libre, ahora cobra una fuerza especial dentro de mí. Una
auténtica sensación de poder me invade, poder para ser. Nada más y nada menos.
Si, soy un hombre libre. He tomado el sitio que he elegido tomar respecto a los hijos, las parejas, los compromisos laborales y el amor a mi cuerpo, que me otorga una dichosa alianza con mi salud. Soy libre para estar en medio de la naturaleza cuando esta me reclama y sentirme uno con ella. Libre para amar a corazón abierto a quien quiero y cuando quiero. Soy libre pensador, siento mucho gozo cuando conecto mi pensamiento al conocimiento espiritual. Soy un alma libre, un poeta de mi propia biografía. Amo lo que soy y lo que se esconde de mí, temeroso de ser visto. Amo mi herida y mis dones. Me abro al placer del puro presente, sin que mi cabeza tenga que ir a ningún compromiso u obligación más que la que me dicta el amor a mí mismo y el cuidado sustancial a las personas que amo. Soy un hombre libre, soy un hombre. Doy calor como el sol, pero no aprieto, no agobio. Otorgo el alimento de mi presencia. Me levanto sobre mí mismo, me elevo y arriba me puedo mostrar brillante, con mis propios ciclos y mis retiradas. Me conformo con lo que soy, disfruto mucho con mis dones. No juzgo y renuncio a llevar la razón. Me rindo y en ese rendirme, soy el hombre absoluto que quiero ser. Despierto cada mañana y anhelo para ese día justo lo que nombra mi deseo. Disfruto con mi movimiento singular, instintivo, individual y auténtico. Me abro al amor sin miedo, en las formas, tiempos y personas que quiero. Suelto lo que no va conmigo, lo despido y agradezco. Medito, descanso mi cuerpo. Amo el placer cotidiano, sin expectativas inflamadas.
Amo el placer de ser. Celebro a
cada instante la comunicación auténtica con cada corazón que me aparece
delante. Me otorgo el placer de comer y disfrutar con mi cuerpo al sol, al
viento, al universo. Amo el placer de amar y el de encontrarme con otro cuerpo
femenino, bello, elegante, profundamente sensual, despierto y con el corazón
disponible. Me descubro cada día en mi capacidad parar abrirme a nuevos “darme
cuenta”. Profundizar en la conciencia, la belleza de la vida y su trascendencia
infinita. Soy un hombre libre, me amo porque no necesito nada y me entrego a
todo; porque lo necesito todo y me entrego a lo que me da la gana. Soy bello
por dentro, me lo reconozco y emano con naturalidad mi alegría hacia afuera. Es
mi abundancia.
Invoco mi corazón ardiente y mi
sol en mi pecho. Invoco la capacidad para estar amorosamente presente a cada
instante, con cada persona que me agrade o que me rete. Que me vea o que me
provoque en mis fibras sensibles. Soy un hombre libre, así me parieron, así lo
elegí desde el instante uno. Mi única dedicación es darme a lo que siento que
necesito, sin entregarme a nada extraño, impostado o ajeno a mi propósito, nada
que no sea la experiencia de amarme a mí mismo y amar la vida en sus múltiples
formas. Me amo. Me parece fascinante el trabajo de desvelar mi corazón y darle
su máxima amplitud en la entrega a la vida, al amor y a mí mismo. Me entrego a
mi propósito de desvelar mi mejor versión y abrir las puertas a la percepción,
la alegría, la danza instintiva, a la acogida tribal, al viaje de la
conciencia, a la penetración del inconsciente, al viaje del placer, a la comunicación
alegre y creativa, al encuentro humano profundo, a la emoción, a la vida.
Soy un hombre libre, por eso
decreto la experiencia del absoluto presente. Porque soy un hombre libre escojo
la constante comunicación con mi deseo en el aquí y el ahora, que elige en cada
momento como manifestar su ser, como expresarse y manifestar el amor allá donde
está. Invoco la generosidad, la abundancia y la entrega en el acto de ser
honesto y coherente conmigo, salvaje, para que se despierte el magnetismo
del ser que se completa a sí mismo, y atraer otras presencias que elijan esa
misma cualidad: la del ser que se completa y se manifiesta a sí mismo.
Necesitamos de la naturaleza para
liberar nuestra naturaleza. Caminar por la montaña, sentir el aire y recibir el
sol en un estado de total receptividad y conciencia del presente, me libera y me
hace recordar quién soy. Días atrás en el bosque tuve la sensación de que un
día me escapé de este lugar sagrado y preexistente en el que tengo mi sitio, la
naturaleza, para ir a buscar fuera algo que no sé qué es, en lugares donde irremediablemente
no está. Eso que busco soy yo mismo y la naturaleza me recuerda que estoy aquí,
que cuando desisto de salir y respiro, me encuentro. Es un estado de expansión
que no había experimentado antes.
Llegar aquí es un regalo. Pero
reconozco la paradoja, he necesitado previamente completar un viaje que me ha
supuesto: entrar en la herida; desear despertar; acudir a buscar en lugares
nuevos (distintos a donde se crearon los problemas) y llegar al vacío. La
experiencia del vacío está llegando en este tiempo a mi vida con claridad.
Siempre había hablado del vacío de modo mental, pero esta vez dos experiencias,
en el bosque haciendo una búsqueda de la visión y con mi compañera Susi
mediante una sesión de conexión, invocación y escucha, he tocado este lugar
misterioso.
Cuando haces posible la técnica
del abandono, del no hacer, es
factible la llegada del vacío. Hay que quedarse ahí y esperar. Ya reconozco
como los estados emocionales me sacan siempre a nuevos escenarios para evitar
el contacto (en esto es especialista el carácter que no quiere tocar la incomodidad
de la emoción pendiente). El no hacer
me invita sencillamente a quedarme en el presente, en contacto con mi cuerpo.
No hacer es no reaccionar. Solamente lo que el cuerpo necesite para su acomodo
energético. Comienza así el trabajo: observar todo lo que pasa dentro.
En el bosque, durante día y medio
viví una lucha interna que en realidad acepté como un proceso de limpieza. Solo
podía aceptar que no pasaba nada. Ahí fuera me rodeaba una naturaleza
excepcional pero no podía tomar nada ni sentir nada especial. Abandonarse sin
reaccionar, esa es la clave. Confiar. En este lugar puedo, en ocasiones, sentir
una sensación de poder en el hecho mismo de permanecer aquí, en el vacío, sin
más. Desde el principio conecto con la palabra “medicina” que invoco ahora de
manera espontánea. Se que este trance me trae algo que necesito.
Aquí puedo observarlo todo: la
mente ansiosa encadenando imágenes; las emociones movilizándome; la rabia de
episodios pasados; la amargura… también la desesperación que me trae observar
durante horas esto. Pero hay un placer peculiar en descubrir que no reacciono a
las emociones. Confío en mi cuerpo, solo acomodarlo y responder a su
movimiento. Ahora me percato de algo. Me doy cuenta de mi mecanismo de evasión:
me encanta planificar cosas y adelantar el escenario de satisfacción. Veo como
eso funciona dentro de mí y me saca de la responsabilidad del pleno presente.
Elijo ahora dejarlo pasar y volver al vacío. Me acerco a otro darme cuenta. Veo
la fuerza que invertí en el pasado para sostener el personaje, en movilizar mi
energía de hacer y de huir.
Me he sentado, tumbado en
diversas posiciones, caminado en círculo… Sigo el movimiento del cuerpo como
parte de mi escucha. Y cuando el movimiento cesa dentro de mí, me quedo sorprendentemente
en contacto pleno con la experiencia sensorial. Ocupan el espacio las
sensaciones sutiles del exterior de forma amplificada. Descubro que hay
numerosísimos pájaros a mí alrededor. Siento mi respiración. Percibo la leve
agitación de una rama. Un insecto. Hasta el tiempo que pasa lento lo puedo
sentir de algún modo a través del tenue
ruido de fondo que me trae el paisaje.
Comienza mi diálogo con las cosas
y empiezo, ahora sí, a descubrir. Le pregunto al vacío qué es. El vacío me
responde: es no saber la respuesta a qué es el vacío. Aquí se para todo mi
movimiento y empiezo por entender como la identidad y la voluntad me atrapan.
¡Soltar la identidad! Recibo esta invitación, pero. ¿Quién soy yo sin las cosas
que hago? Recuerdo que esto se lo he escuchado a otras personas en terapia.
Estoy en ese mismo punto. Me da miedo.
Por fin, el vacío me lleva al
contacto pleno con el placer y me llega un profundo alivio. Han pasado muchas
horas. ¡Uf! La espera paciente ha merecido la pena. ¡Claro!, me digo, aquí en
el vacío sin forma, entra a ocupar su espacio todo el placer de la vida. Me
inunda, es un placer instalado, pleno, que invade mi cuerpo y mis sentidos.
Está conectado con el hecho de estar ahí, de sentirme vivo en ese preciso
instante. Me siento dispuesto a recibirlo en la forma que llega y desconectado
del tiempo. En cierto modo, es eterno.
Amplio mi estado de comprensión
en este momento. Dejo de luchar para que vengan cosas, se trata como de un
estado especial de percepción en el que puede aparecer lo nuevo. Ahora sí que
puedo estar aquí horas o meses. El vacío es aceptar que todo lo que hay está
bien. Todo está para mí aquí. En el vacío máximo todo está a mi disposición, y
al mismo tiempo estoy aquí disponible para la vida. No pretendo nada y lo
entiendo todo: la vida es estar en el vacío, que es como estar en la escucha
sensible máxima. Tomarlo todo para el disfrute.
Y, ¡sorpresa!, resulta que estar
en esta actitud me conecta con la aventura auténtica: es extraordinario estar
simplemente a la expectativa de lo que la vida te pueda traer de manera
sorpresiva. Me emociona. Es la pura contemplación. Yo solo tengo que vivirlo.
Me da todo el permiso para experimentar la libertad profunda y solo quedarme en
recibir lo que llega para, si lo deseo, jugar con todo en mi circo interior. Se me
abre todo un mundo en el no hacer, no
tengo palabras. El vacío está lleno de emoción receptiva y benevolente. Es otro
tipo de conocimiento. Intuyo que una vez aquí solo se puede hacer una cosa:
despertar a la auténtica realidad.
La noche en la que compartía
invocación con mi compañera, tenía una sensación de que todo estaba bien, de
que todo lo que recibiera en ese tiempo, era adecuado. Además me atravesaba una
profunda gratitud. Es como si sorteara la dualidad. Me vino a la mente como la
materia, si acudes a sus últimas partículas, entre ellas solo hay vacío. Es ahí
donde debía encontrarme en ese momento. Es algo enigmático, no sé cómo
abordarla, no hay polaridades. Intuyo que el vacío abre la puerta a una
comprensión profunda de la realidad, de mi realidad.
Me apasiona la física cuántica. ¿Por
qué la materia cambia de onda a partícula?; ¿Como el pensamiento se transforma
en moléculas tales como neuropéptidos, hormonas y enzimas que ponen en marcha la
actividad corporal? ¿Cómo se ha creado la información inscrita en el ADN, cuyas
moléculas de carbono, hidrógeno y oxígeno por separado no despliegan ese
programa? Me despiertan una gran
atracción todas preguntas. Cabría decir que donde no hay nada, parece que está
todo. Intuyo una profunda conexión entre estos descubrimientos y mi experiencia
en el bosque.
La materia y la energía nacen a la vida de algo que no es ni una cosa ni otra, un estado primigenio sin espacio ni tiempo que los físicos llaman “singularidad”. A su vez, el teorema de Bell es considerado por la mayoría de físicos del mundo como el descubrimiento más profundo de la historia de la ciencia que ha hecho que la física acepte la interconexión, la existencia de una especie de campo invisible que mantiene unida a toda la realidad. Este campo posee la propiedad de saber en todo momento lo que está pasando en cualquier parte.
La experiencia del vacío es un
puente para acercarme a estos campos donde salgo de la persistente dualidad y
comienzo mi despertar. Considero que existe una inteligencia flotante a la que puedo conectarme atravesando esa
experiencia de no hacer. Es una posición
de la conciencia que une todo lo existente y que me permite verlo todo sin
hacer nada, ver la singularidad, el campo invisible que conecta todas las cosas
unificándolas.
Cuando llego a esta conclusión,
me invade el entusiasmo por entrar más a fondo en lo que no veo para empezar a
ver. Le voy a llamar la nueva psico-física de la conciencia. Quiero indagar más
y hacerlo a través del auténtico laboratorio del que dispongo: el inmenso
entramado de mi realidad subjetiva abierta al espíritu, a la naturaleza y al
todo.
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