El conflicto en la relación que inflama los egos es una oportunidad para abrazar la sombra. Suele ocurrir que las personas implicadas en el desencuentro quedan ofendidas cada cual por sus motivos. Parece que emerge un tiempo de espera para restituir con nuevas habilidades de diplomacia el agravio acontecido. Si bien esto es una opción que queda en la superficie de la relación.

Frases en la mente como me ha utilizado, me ha maltratado, me ha excluido, no me ha cuidado, ha roto mi confianza… hablan de la ofensa del ego que exige al otro o a la otra un tiempo de reflexión, una mirada diferente, unas palabras necesarias para saldar el daño.

Cuando traemos este conflicto entre dos, a la sala de trabajo aparece una lupa que amplifica el detalle y nos permite ir más allá de la sensibilidad herida: nos permite entrar en el reconocimiento de la herida y el acto de poder.

Le doy valor igualmente a la posibilidad de aprender a escuchar al otro con su sensibilidad, aprender a pedirle al otro como quiero que me trate, y como quiero que me escuche. Aprender a cuidarme yo en mis relaciones dándome cuenta de mis límites, verbalizando mis límites para que los escuche yo y los escuches tú.

El otro parece el otro, el origen del conflicto por la relación. Si bien el otro es en realidad un escenario que yo construyo para ponerme en juego y desplegar mi conflicto interior.

Lo repito con otras palabras: yo misma desde mi inconsciente busco a la persona o personas adecuadas como ayudantes en la emergencia de mi conflicto interior. Se visibiliza mi pelea interna que es una defensa de un lugar de vulnerabilidad que me da miedo habitar. Me aterroriza. Le aterroriza a mi ego, el tirano que reina en mi psique cuando yo no quiero atravesar mis vulnerabilidades y recurro a la defensa como automatismo. ¡Me defiendo!

Hiere mucho por eso lo pongo fuera.

Digo hiere, y no digo que duela. No es dolor. Es quemazón insoportable, escozor, irritación, es veneno, son ganas de vomitar, es fiebre, es obsesión. Pero no es dolor. Cuando duele me convierto en un ser humano que siente su vulnerabilidad, soy una con lo que siento y el otro deja de tener el foco de mi energía, porque mi energía la necesito para sentir lo que estoy sintiendo, todo mi cuerpo la reclama cuando lo encarno sin huidas a mirar de frente mi herida que ha sido tocada y a tomar el poder de abrazarla con amor propio, con paciencia, con presencia, con compañía interna.

Puedo elegir la oportunidad de abrazar la sombra que el otro (o la otra) me facilita articular, ponerle cara, ponerle nombre, comprobar los estados donde me lleva, y elegir minimizar el sufrimiento, salirme de la película… ralentizarla, ir más lento para recuperar el poder de la presencia y toda mi capacidad de darme cuenta.

Ahora vamos más lento.

Estamos en el taller de Procesos para la Transformación Personal, un espacio creado en Buhosfera para vernos todos y todas, incluso los facilitadores, quienes por ser 3 nos permitimos salirnos del rol completamente si el trabajo lo pide, lo cual suele ser un regalo.

Llega a la revisión una escena de la convivencia ocurrida el mes pasado el domingo a la hora de comer. Hay queja en el trato. Hay mucha irritación en una de las partes implicadas. La otra está ahora en la calma observando por dentro todo lo que se mueve. En el momento de los hechos ambas partes se mostraron enfadadas y con contención para no desatar y expresar la ira directa.

Con una voz cargada de dulzura y amabilidad, poniendo mucho verbo para tomar el centro de atención con contundencia y agarre, diciendo aquí estoy yo sin decirlo directamente, expresando rabia camuflada en dignidad y adornada con una petición formal de diálogo orientado a recibir una merecida disculpa traspapelada en la bronca de origen.

La rabia se hace presente en mi plexo. ¿Le damos el espacio a esta noble emoción? Esta emoción que viene a darle fuerza a nuestros límites en la relación con los otros y que posee el poder de la serenidad para desde las tripas darle soporte a toda la energía sutil del corazón.

¿O seguimos camuflándola para que parezca que somos bondadosas personas que no se enfadan y que conocen y respetan los canales amables de la sociabilidad, evitando los conflictos que nos hacen despertar nuestros dones ocultos en el instinto reprimido?

Yo soy amiga de las emociones que entran en la escena para traer al instinto a su lugar de sabiduría natural.

La rabia está llamada a desalojar las razones de la cabeza y a tomar el vientre para devolverle la fuerza útil como tierra firme donde generar autoapoyo. En su versión más integrada, la rabia es soporte sereno con variadas utilidades, entre ellas está la expresión de nuestros límites a nosotros mismos y a los otros, si bien la rabia es la energía del hígado que nutre al corazón y por eso nos sirve para tomar la serenidad que le da expresión a nuestra vulnerabilidad, que le da expresión al amor y al deseo, que suelen ser las hazañas humanas que requieren mayores riesgos de exposición. La rabia es nuestro leal animal de poder que regresa a su sitio adecuado en el cuerpo físico cuando le damos el reconocimiento en nuestra vida.

El niño malo que se queda sin el amor. La niña mala que no es digna de la ternura. Elaboradas formas sociales de manipulación del instinto que nos distorsiona la autonomía, la fuerza, la perseverancia, el coraje, y el suelo firme donde construir nuestros sueños de amor y libertad desde la originalidad del ser.

Hoy no quiero facilitar trabajos de diplomacia. No quiero que los niños hagan esfuerzos por ser buenos, se pidan perdón por el mal comportamiento y así volver a recibir el amor condicionado, así una y otra vez hasta que el instinto queda enjaulado y encerrado en el sótano, y con él todo su poder.

Hoy quiero que os miréis a los ojos y observéis que sóis un espejo el uno de la otra. Resonando en esta herida en la autonomía que te aleja del uso sereno de la energía del instinto.

Cuando te abrazo, abrazo mi herida reflejada en ti y la traigo a mi corazón. Te abrazo a ti quien ha tocado mi herida y ha actualizado el dolor. Este hecho es una gran oportunidad de elegir el amor propio a través de la relación. Amando a mi niña que llamaron mala porque poseía un animal salvaje en las tripas con un sofisticado instinto para orientarse de manera natural. Amando a mi niño que acusaron de malo porque tenía un radar infalible en el olfato de su instinto y por este motivo no se dejaba manipular.